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martes, 2 de octubre de 2012

La influencia de EE.UU. en Medio Oriente ha perdido fuerza


Common Dreams

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

¿Se acaban los días de la predominancia estadounidense en Medio Oriente, o simplemente adopta una nueva forma? ¿En qué medida enfrenta Washington la misma situación que la Unión Soviética en 1989 –cuando permitió que colapsaran los Estados policiales que sostenía en Europa Oriental– después de rechazar el intento de mantener a Hosni Mubarak en el poder en Egipto?
EE.UU. es evidentemente más débil de lo que fue entre 1979, cuando el entonces presidente egipcio, Anwar Sadat, firmó el acuerdo de Camp David y alió a Egipto con EE.UU., y 2004/2005, cuando se hizo obvio al mundo exterior que la guerra de Iraq era un desastre para EE.UU. En aquel entonces, el general William Odom, ex jefe de la Agencia Nacional de Seguridad, la mayor agencia de inteligencia estadounidense, calificó correctamente esa guerra de “el mayor desastre estratégico en la historia de EE.UU.”
Desde entonces, el veredicto de la guerra de Iraq ha sido confirmado en Afganistán, donde otra extremadamente costosa fuerza expedicionaria de EE.UU. no ha logrado aplastar una insurgencia. Solo en las últimas semanas, combatientes talibanes han tenido éxito en su ataque contra Camp Bastion en la provincia Helmand y destruido aeronaves por un valor de 200 millones de dólares. Tantos soldados estadounidenses y aliados han sido muertos por soldados y policías afganos que los consejeros estadounidenses tienen órdenes de colocarse blindaje corporal total cuando toman té con sus aliados locales.
Los levantamientos de la Primavera Árabe plantearon una nueva amenaza para EE.UU., pero también abrieron nuevas opciones. El apoyo a Mubarak fue retirado decisivamente en una etapa temprana, causando consternación en Arabia Saudí e Israel. Pero la Hermandad Musulmana había estado considerando desde hace tiempo cómo poder llegar a una componenda con EE.UU. que la protegiera contra golpes militares, y la capacitara para reducir el poder de las fuerzas de seguridad egipcias. Fue algo muy parecido a la exitosa estrategia del primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan y su partido de Justicia y Desarrollo (AKP), lo que explica el motivo por el cual estuvo dispuesto a apoyar a EE.UU. en la invasión de Iraq en 2003 y el porqué se ha convertido en el principal instrumento de la política estadounidense hacia Siria en el año pasado.
Esta alianza con partidos islámicos pero democráticos y pro capitalistas en Egipto y Turquía corresponde obviamente a los intereses de EE.UU. y las potencias atlánticas. Pero su apoyo al cambio democrático en el Norte de África y el Oeste de África es determinado por su propio interés. Por ejemplo, no se extiende a Bahréin, donde la monarquía suní al-Khalifa ha estado activa encarcelando a sus oponentes chiíes e incumpliendo sus promesas de una reforma significativa. Pero los nuevos aliados deben significar en algún momento nuevas políticas. En agudo contraste con el régimen de Mubarak, es poco probable que un nuevo gobierno en Egipto apoye subrepticiamente acciones militares israelíes como el bombardeo de Líbano en 2006 y de Gaza en 2008.
Un problema para la Casa Blanca es que los votantes estadounidenses no se han hecho cargo de la dimensión en la que se ha reducido la influencia de EE.UU. A pesar de toda la retórica de que la guerra de Iraq fue un desastre estratégico, la elite política y militar estadounidense no ha llegado a apreciar la dimensión y las consecuencias del fracaso. Es extraordinario descubrir, según recientes revelaciones, que incluso en 2010 el vicepresidente Joe Biden estaba bajo la impresión de que podía decidir despreocupadamente quién sería presidente de Iraq. La comprensión de la geografía iraquí de Biden parece ser tan vacilante como su comprensión de su política. En una ocasión en Bagdad, elogió todo lo bueno que EE.UU. había hecho por Baku, capital de Azerbaiyán, ya que al parecer la confundió con Basora, en el sur de Iraq.
El asesinato del embajador de EE.UU. en Libia, Christopher Stevens, y el incendio del consulado estadounidense en Bengasi podrían haber sido un peor desastre para el presidente Barack Obama de lo que fueron. Destacaron que los rebeldes que derrocaron a Muamar Gadafi no eran exactamente lo que habían dicho el gobierno de EE.UU. y los medios durante la guerra del año pasado. El Departamento de Estado de EE.UU. parece tener una enfermiza creencia en su propia propaganda, al no ver que su consulado en Bengasi se encontraba en uno de los lugares más peligrosos del mundo. El asalto no surgió de la nada. Combatientes habían disparado contra el convoy del embajador británico, Sir Dominic Asquith, en Bengasi, unas pocas semanas antes. En julio del año pasado, el propio comandante de los rebeldes, Abdel Fatah Younis, fue secuestrado y asesinado por hombres que teóricamente estaban bajo su comando en venganza por acciones represivas que realizó antes de desertar de las fuerzas de Gadafi.
Diplomáticos y soldados son a menudo curiosamente ciegos ante los peligros que los enfrentan. Podría ser que ambos viven en comunidades muy encerradas en sí mismas, y que de alguna manera son incapaces de interiorizar cómo alguien afuera pueda pensar y actuar. Recuerdo que en 1983 en el Líbano, hablé con un inteligentísimo comandante de marines de EE.UU., cuyos soldados estaban basados cerca del aeropuerto de Beirut. En términos teóricos, podía ver claramente que las fuerzas estadounidenses tenían algunos enemigos muy peligrosos y que eran vulnerables a ataques, pero inexplicablemente no tomó medidas efectivas que podrían haber impedido que un camión repleto de explosivos matara a 241 marines cuando su base fue destruida. Del mismo modo, la Zona Verde en Bagdad tuvo complicadas fortificaciones desde 2003, pero en algún momento sus defensas exteriores estuvieron defendidas por ex policías peruanos de Lima y, en otro, por ex soldados de Uganda contratados a bajo precio por una compañía de seguridad.
Un oponente político más efectivo que Mitt Romney podría seguramente haber infligido daño a Obama por la debacle de Bengasi. Una medida de la ineptitud de Romney es que no pudo hacerlo y, en lugar de ganar puntos, se presentó como oportunista e ignorante. Después de todo, Obama ha estado realizando una política de retirada en Iraq, Afganistán y Egipto sin explicarla. La denuncia de Obama por Romney por “disculparse” por EE.UU. fue pura demagogia barata, aunque no hay que desdeñar con demasiada facilidad la retórica de la derecha estadounidense. Los partidarios de George W. Bush solían emitir estupideces semejantes, pero solo después del 11-S quedó espantosamente claro que creían gran parte de lo que estaban diciendo.
Suponiendo que Obama sea reelegido en noviembre, ¿cambiará en algo la posición de EE.UU.? La interminable repetición de las amenazas israelíes de lanzar ataques aéreos contra Irán, siempre me ha parecido como un bluf que cuenta con posibilidades de ser altamente exitoso, ya que solo las amenazas han servido las intenciones de Israel, aislando económicamente Irán y desviando la atención de los palestinos.
De un modo más inmediato, ¿actuará EE.UU. después de la elección, posiblemente a través de Turquía, para emprender una acción militar para desplazar a Basher al-Asad en Siria? Hay algo engañoso cuando David Cameron implica que Rusia y China son responsables por la matanza de niños sirios.
Un problema central al desembarazarse del presidente Asad y del régimen baasista es que la guerra en su contra no es solo por o contra la autocracia. Si fuera el único problema ¿cómo es posible que las monarquías absolutas suníes en la Península Arábiga sean los enemigos más feroces de Asad? La lucha es entre chiíes y suníes y entre Irán y sus enemigos, lo que garantiza que Asad cuente con apoyo en Teherán, Bagdad y Beirut. La manera más rápida de terminar la guerra es dar confianza a los aliados de Asad en el interior y el exterior de que no son los próximos en la línea para ser eliminados.
© 2012 The Independent
Publicado el 30 de septiembre de 2012 por The Independent/UK
Corresponsal para Medio Oriente del periódico británico The Independent, Patrick Cockburn recibió el premio Martha Gellhorn de 2005 por corresponsalía de guerra. Su libro sobre sus años cubriendo la guerra en Iraq, The Occupation: War and Resistance in Iraq (Verso) fue finalista en el National Book Critics Circle Award para no ficción.



Fuente: http://www.commondreams.org/view/2012/09/30-6?print

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