Boaventura de Sousa Santos / I
Recientemente se ha observado un movimiento pactista entre las
diferentes izquierdas en países democráticos; en España, ahora mismo se
discute la posibilidad de un acuerdo a escala nacional entre los
partidos de izquierda tras las elecciones de diciembre. En la imagen,
los secretarios generales de Podemos, Pablo Iglesias, y el PSOE, Pedro
SánchezFoto Ap y Notimex
El futuro de la
izquierda no es más difícil de predecir que cualquier otro
acontecimiento social. La mejor manera de abordarlo es haciendo lo que
llamo sociología de las emergencias. Consiste en prestar especial
atención a algunas señales del presente para ver en ellas tendencias,
embriones de lo que puede ser decisivo en el futuro. En este texto, doy
especial atención a un hecho que, por inusual, puede señalar algo nuevo e
importante. Me refiero a los pactos entre diferentes partidos de
izquierda.
Los pactos
Las izquierdas no tienen una fuerte tradición de pactos
entre sí. Algunas ramas tienen incluso más acuerdos con la derecha.
Diríase que las divergencias internas en la familia de las izquierdas
son parte de su código genético, constantes a lo largo de los últimos
doscientos años. Las diferencias han sido más amplias o notorias en
democracia. La polarización llega a veces al punto de que se niega la
pertenencia a la misma familia. Por el contrario, durante las dictaduras
los entendimientos han sido frecuentes, aunque terminen junto con este
tipo de régimen.
A la luz de esta historia, merece una reflexión el hecho de que en
tiempos recientes estamos asistiendo a un movimiento pactista entre
diferentes ramas de las izquierdas en países democráticos. En el sur de
Europa es un buen ejemplo la unidad en torno a Syriza en Grecia, a pesar
de todas las vicisitudes y dificultades; el gobierno dirigido por el
Partido Socialista en Portugal con el apoyo del Partido Comunista y del
Bloco de Esquerda a raíz de las elecciones del 4 de octubre de 2015;
algunos gobiernos autonómicos en España, salidos de las elecciones
regionales de 2015 y, al momento en que escribo, la discusión sobre la
posibilidad de un pacto a escala nacional entre el PSOE, Podemos y otros
partidos de izquierda como resultado de las elecciones generales de
diciembre. Hay indicios de que en otros lugares de Europa y América
Latina pueden surgir acuerdos similares. Se imponen dos cuestiones. ¿Por
qué este impulso aliancista en democracia? ¿Cuál es su sostenibilidad?
La primera pregunta tiene una respuesta plausible. En el caso del sur
de Europa, la agresividad de la derecha (tanto de la nacional como de
la que viste la piel de las
instituciones europeas) en el poder en los últimos cinco años ha sido tan devastadora para los derechos de la ciudadanía y para la credibilidad del régimen democrático que las fuerzas de izquierda comienzan a estar convencidas de que las nuevas dictaduras del siglo XXI surgirán en forma de democracias de bajísima intensidad. Serán dictaduras presentadas como dictablandas o democraduras, como la gobernabilidad posible ante la inminencia del supuesto caos en los tiempos difíciles que vivimos, como el resultado técnico de los imperativos del mercado y de la crisis que lo
explicatodo sin necesidad de ser explicada. El pacto resulta de una lectura política de que lo que está en juego es la supervivencia de una democracia digna de ese nombre y de que las divergencias sobre lo que esto significa ahora tienen menos urgencia que salvar lo que la derecha todavía no ha logrado destruir.
La segunda pregunta es más difícil de responder. Como decía Spinoza,
las personas (y también las sociedades, diría yo) se rigen por dos
emociones fundamentales: el miedo y la esperanza. El equilibrio entre
ambas es complejo pero sin una de ellas no sobreviviríamos. El miedo
domina cuando las expectativas de futuro son negativas (
esto es malo pero el futuro podría ser aún peor); por su parte, la esperanza domina cuando las expectativas futuras son positivas o cuando, por lo menos, el inconformismo con la supuesta fatalidad de las expectativas negativas es ampliamente compartido. Treinta años después del asalto global a los derechos de los trabajadores, de la promoción de la desigualdad social y del egoísmo como máximas virtudes sociales; del saqueo sin precedente de los recursos naturales, de la expulsión de poblaciones enteras de sus territorios y de la destrucción ambiental que esto significa; de fomentar la guerra y el terrorismo para crear estados fallidos y tornar las sociedades indefensas ante la expoliación; de la imposición más o menos negociada de tratados de libre comercio controlados por los intereses de multinacionales; de la total supremacía del capital financiero sobre el productivo y sobre la vida de las personas y las comunidades; después de todo esto, combinado con la defensa hipócrita de la democracia liberal, es plausible concluir que el neoliberalismo es una inmensa máquina de producción de expectativas negativas para que las clases populares no sepan las verdaderas razones de su sufrimiento, se conformen con lo poco que aún tienen y estén paralizadas por el miedo a perderlo.
El movimiento pactista dentro de las izquierdas es producto de un
tiempo, el nuestro, de predominio absoluto del miedo sobre la esperanza.
¿Significará esto que los gobiernos salidos de los pactos serán
víctimas de su éxito? El éxito de los gobiernos pactados por las
izquierdas se traducirá en la atenuación del miedo y en la devolución de
alguna esperanza a las clases populares, al mostrar, mediante una
gestión de gobierno pragmática e inteligente, que el derecho a tener
derechos es una conquista civilizatoria irreversible. ¿Será que, cuando
brille nuevamente la esperanza, las divergencias volverán a la
superficie y los pactos serán echados a la basura? Si ello ocurriese,
sería fatal para las clases populares, que rápidamente regresarían al
silenciado desaliento ante un fatalismo cruel, tan violento para las
grandes mayorías cuanto benévolo para las pequeñísimas minorías. Pero
también sería fatal para las izquierdas en su conjunto, pues quedaría
demostrado durante décadas que las izquierdas son buenas para corregir
el pasado, pero no para construir el futuro. Para que tal cosa no
suceda, deben ser llevadas a cabo dos tipos de medidas durante la
vigencia de los pactos. Dos medidas que no se imponen por la urgencia
del gobierno corriente y que, por eso, tienen que resultar de una
voluntad política bien determinada. Llamo a estas dos medidas
Constitución y hegemonía.
Constitución y hegemonía
La Constitución es el conjunto de reformas
constitucionales o infraconstitucionales que restructuran el sistema
político y las instituciones con el fin de prepararlas para posibles
embates con la dictablanda y el proyecto de democracia de
bajísima intensidad que conlleva. Dependiendo de los países, las
reformas serán diferentes, como lo serán los mecanismos utilizados. Si
en algunos casos es posible reformar con base en los parlamentos, en
otros será necesario convocar asambleas constituyentes originarias, dado
que los parlamentos serían el mayor obstáculo para cualquier reforma
constitucional.
También puede suceder que, en un determinado contexto, la
reformamás importante sea la defensa activa de la Constitución existente mediante una renovada pedagogía constitucional en todas las áreas de gobierno. Pero habrá algo común a todas las reformas: volver el sistema electoral más representativo y más transparente; fortalecer la democracia representativa con la participativa. Los teóricos liberales más influyentes de la democracia representativa han reconocido (y recomendado) la coexistencia ambigua entre dos ideas (contradictorias) que aseguran la estabilidad democrática: por un lado, la creencia de los ciudadanos en su capacidad y competencia para intervenir y participar activamente en la política; por otro, un ejercicio pasivo de esa competencia y de esa capacidad mediante la confianza en las élites gobernantes. Como lo demuestran las protestas que han sacudido muchos países desde 2011, la confianza en las élites ha venido deteriorándose sin que, sin embargo, el sistema político (por su diseño o práctica) permita a los ciudadanos recuperar su capacidad y competencia para intervenir activamente en la vida política. Sistemas electorales asimétricos, partidocracia, corrupción, crisis financieras manipuladas –he aquí algunas de las razones de la doble crisis de representación (
no nos representan) y de participación (
no vale la pena votar, todos son iguales y ninguno cumple lo que promete). Las reformas constitucionales obedecerán a un doble objetivo: hacer la democracia representativa más representativa, y complementar la democracia representativa con la participativa. Estas reformas darán como resultado que la formación de la agenda política y el control del desempeño de las políticas públicas dejen de ser un monopolio de los partidos y sean compartidas por partidos y ciudadanos independientes organizados democráticamente.
El segundo conjunto de reformas es lo que llamo hegemonía, entendida
como el conjunto de ideas sobre la sociedad e interpretaciones del mundo
y de la vida que, por ser altamente compartidas, incluso por los grupos
sociales perjudicados por ellas, permiten que las élites políticas, al
apelar a tales ideas e interpretaciones, gobiernen más por consenso que
por coerción, aun cuando van en contra de los intereses objetivos de
grupos sociales mayoritarios. La idea de que los pobres son pobres por
su propia culpa es hegemónica cuando es defendida no sólo por los ricos,
sino también por los pobres y las clases populares. En este caso son
menores los costes políticos de las medidas para eliminar o restringir
drásticamente la renta social de inserción. La lucha por la hegemonía de
las ideas de sociedad que sostienen el pacto entre las izquierdas es
fundamental para su supervivencia y consistencia. Esta lucha tiene lugar
en la educación formal y en la promoción de la educación popular, en
los medios de comunicación, en el apoyo a los medios alternativos, en la
investigación científica, en la transformación curricular de las
universidades, en las redes sociales, en la actividad cultural, en las
organizaciones y movimientos sociales, en la opinión pública y en la
publicada. Mediante ella se construyen nuevos sentidos y criterios de
evaluación de la vida social y la acción política (la inmoralidad del
privilegio, de la concentración de la riqueza y de la discriminación
racial y sexual; la promoción de la solidaridad, de los bienes comunes y
de la diversidad cultural, social y económica; la defensa de la
soberanía y de la coherencia de las alianzas políticas; la protección de
la naturaleza) que hacen más difícil la contrarreforma de las ramas
reaccionarias de la derecha, las primeras en irrumpir en un momento de
fragilidad del pacto. Para que esta lucha tenga éxito es necesario
impulsar políticas que, a simple vista, son menos urgentes y
compensadoras. Si esto no ocurre, la esperanza no sobrevivirá al miedo.
Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez
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