por Carlos Aznárez
Finalmente lo lograron. Apresado vivo en su trinchera de combate de Sirte, el líder libio Muammar Gadafi sufrió lo que es común cuando se enfrenta al Imperio en cualquier parte del planeta. Sus captores le aplicaron con total impunidad la "ley de fuga" y lo asesinaron vilmente, para luego mostrar, una y otra vez, su cadáver sanguinoliento ante las cámaras de los lacayos de Al Yazeera, Reuter o la CNN. Los monstruos de la OTAN festejan su hazaña con risotadas y gestos desafiantes. Ellos, a los que la prensa del discurso único sigue denominando "rebeldes", "revolucionarios" o "combatientes", son en realidad un puñado de vulgares criminales que jamás podrán compararse con los auténticos luchadores de la Resistencia libia que durante ocho meses han aguantado a pie firme miles de bombardeos de la OTAN y el avance enloquecido de sus esbirros, armados hasta los dientes, pero definitivamente cobardes en el combate cuerpo a cuerpo.
El asesinato del líder libio es, sin duda un duro golpe para el pueblo libio pero no se puede hablar de una derrota definitiva. Eso es precisamente lo que temen los mandos occidentales de la OTAN, ya que allí está como ejemplo lo ocurrido en Iraq y Afganistán, donde la otrora "victoria" de los invasores se fue convirtiendo en un infierno, que los ha ido obligando a huir de lo que consideraban "territorio propio".
Todo indica, en ese sentido, que la Resistencia Libia crecerá, aunque busque otras formas de lucha para combatir a tan viles enemigos que no sólo han generado matanzas masivas sino que han destruido (como hicieron en Iraq) la casi totalidad de la infraestructura de uno de los países más desarrollado del continente africano.
Lamentablemente, y esto es lo que queda cada vez más claro a la luz de lo ocurrido en todos estos años, el gran error de Gadafi fue haberse relacionado en su momento con quienes hoy se han convertido en sus verdugos. Como bien decía Che Guevara, "en el imperialismo no se puede confiar ni un tantito así, nada" . Gadafi desoyó tales recomendaciones y sucumbió a los cantos de sirena, tentado por la idea de poner en marcha reconciliaciones imposibles -con quienes le habían asesinado a su propia hija- y cruzó sorpresivamente el charco, llevado de la mano de especulaciones financieras indefendibles. Lo ocurrido en esa época ensombreció parcialmente la historia de quien surgiera como uno de los baluartes de la Revolución africana. Daba la impresión de haber emprendido un camino sin retorno, pero no fue así, ya que a mediados de 2010, su Gobierno había decidido poner coto a las ambiciones económicas de sus "aliados" y eso es precisamente lo que puso en marcha, en el mes de febrero, la campaña injerencista de los EEUU y la Unión Europea para apoderarse del petróleo y el oro libio.
Ahora bien, que Gadafi haya sido seducido en su momento por las tentaciones de Occidente, no disculpa para nada que buena parte de la izquierda internacional y los sectores progresistas se hayan podido equivocar tanto a la hora de repudiar la invasión criminal de la OTAN y por lo tanto no movilizarse contra ella. Fue precisamente en esos momentos tan álgidos, cuando se convierte en complicidad criminal dudar sobre quien es realmente el enemigo principal de los pueblos que luchan y abogan por su independencia. Definitivamente, no se podía dudar de qué lado del campo de batalla ubicarse.
Por otra parte, fue precisamente en esos momentos cuando la figura del coronel Gadafi comenzó otra vez a agigantarse, sobre todo a la luz de la vesanía de quienes bombardeaban y masacraban a su pueblo. Su decisión de resistir junto a su pueblo y no abandonar un territorio que comenzaba a convertirse en un escenario de muerte y destrucción, hicieron evocar aquellos años en que derrocara a la monarquía e implantara una nación revolucionaria con definiciones socialistas.
Atrincherado en los bastiones de Beni Walid y Sirte junto a sus combatientes, Gadafi y sus hijos fueron demostrando en estos dos últimos meses, en que los ataques otanianos se hicieron más intensos, que frente al Imperio y su accionar criminal no queda otro camino que la resistencia. Una y otra vez, los combatientes libios hicieron retroceder a los mercenarios del Consejo Nacional de Transición, y en este desigual enfrentamiento, se fueron escribiendo páginas de una heroicidad sin par, ya que Sirte (una de las ciudades más bellas de Africa, hoy virtualmente destruida) fue algo más que una trinchera anti OTAN, sino que se convirtió en símbolo del coraje de todo un pueblo. Allí precisamente, dicen las agencias occidentales -de dudosa fama a la hora de la credibilidad- que habría sucumbido el líder libio, peleando hasta el último instante, cumpliendo la palabra dada a sus seguidores incondicionales, de no abandonar el país hasta la victoria o el martirio.
Ahora, que las pantallas televisivas muestran la alegría del pederasta internacional Berlusconi o de sus colegas Sarkozi, Obama y Clinton, mezclado con flashes en que se ve el cuerpo del coronel libio, ahora que vendrán los buitres voraces a robarse las riquezas del país y aplicarán el terror contra quienes no se sometan a sus dictados, ahora que se instalarán los invasores de la Africom, una buena parte del pueblo de esa Nación invadida y arrasada por la criminalidad occidental, llorará a su líder, hará su obligado duelo, pero sin pérdida de tiempo se sumará a los nuevos batallones de la Resistencia que más temprano que tarde harán arrepentir a estos nuevos Cruzados de Occidente, ambiciosos, bestiales, destructores, como sus antecesores.
Lo ocurrido en Libia deja enseñanzas que no hay que desatender. El Imperio en su contraofensiva no se detiene ante nada, cuenta para ello con la cobertura del terrorismo mediático y de cómplices insospechados que con su silencio amparan su accionar devastador. De allí que sea necesario que las fuerzas populares y progresistas del planeta tomen nota y se preparen para nuevos escenarios donde, sin duda, habrá que unir fuerzas, dejar de lado divisiones estériles y agudizar la creatividad para resistir y vencer a esta nueva vuelta de tuerca del colonialismo occidental.
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