Carolina Escobar Sarti
¿Cuándo termina un Estado de confesarse criminal si a su sombra se han cometido más de 620 masacres y han sido asesinadas o desaparecidas más de 250 mil personas? Aunque necesario, es muy “abstracto” que un Estado pida perdón e, incluso extraño, que un presidente, en gran medida ajeno a los hechos, asuma la responsabilidad en nombre del Estado al cual representa, por crímenes del pasado. Lo que procedería es que hubiera justicia y que esta funcionara de manera pronta y eficiente para dirimir la responsabilidad de los autores materiales e intelectuales,
inmediatamente después de haberse cometido los hechos criminales.
Pero los “hubiera” son mundos perdidos y aquí la justicia suele llegar tarde y a cuentagotas. Innumerables casos de crímenes de guerra sucedidos en nuestro país durante casi cuatro décadas, aún están en las etapas de identificación, reconocimiento y resarcimiento. Es el caso de Carlos Alberto Figueroa y Edna Ibarra de Figueroa, asesinados un viernes 6 de junio de 1980, en la capital guatemalteca. Mañana, 31 años y cuatro meses después de su asesinato, se llevará a cabo el acto de perdón por parte del Estado guatemalteco y, a través de la Secretaría de la Paz (Sepaz) y el Programa Nacional de Resarcimiento (PNR), la confirmación pública de un proceso de resarcimiento.
Lucy, Carlos, Luis y Maco, la hija e hijos que sobrevivieron a la pareja, viven hoy una experiencia que pone la memoria en el aquí y el ahora. Como dice Carlos: “Los personeros del PNR nos lo han dicho, nada podrá reparar lo irreparable. Pero con estos hechos la memoria de nuestros padres y de otros seres como ellos se dignifica y se le gana una batalla al olvido que precede a la impunidad”. Dignificar la memoria para salirle al paso al miedo, a la inercia y al horror; dignificarla como hecho de ecuanimidad por aquellas vidas fecundas y por el legado de estas en las vidas de quienes les preceden; dignificar la memoria simplemente porque es lo justo.
“En la lógica del terrorismo de Estado, asesinar a personas o desaparecerlas forzadamente tenía la ventaja de infundir miedo profundo en amplios sectores de la población. Y este miedo se acrecentaba mientras más conocidas eran esas personas”, señala Carlos.
Su padre tuvo una connotada participación política durante la década revolucionaria, particularmente durante el gobierno de Árbenz; su madre fue estudiante de la Facultad de Humanidades, e integró la Asociación Pro Retorno al Humanismo (Aprah). Ambos, dedicados psicólogos, personas de puertas abiertas y reconocidas generosidades.
Más allá de los cálculos políticos de los genocidas del régimen más sanguinario de América, el asesinato de Carlos y Edna tuvo efectos imborrables en las vidas de sus hijos y en el futuro de Guatemala. Que se pida perdón, que se haga justicia y se quiebre la impunidad, porque si para algo ha de servirnos la memoria, será para recordarnos la medida de nuestra humanidad.
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