Por: Dalia González Delgado
Aunque tal vez el lector no haya oído hablar de ellos, los Sudairi son, desde hace varias décadas, la organización política más rica del mundo. Se trata de siete de los 53 hijos del rey Ibn Saud, fundador de Arabia Saudita, reino que era, y sigue siendo, una propiedad privada de esa familia.
El territorio saudí fue una entidad jurídica creada por Gran Bretaña para debilitar al Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial. Al término de la Segunda, los británicos ya no contaban con los medios necesarios para mantener su imperialismo, por lo que Arabia Saudita pasó a depender de Estados Unidos.
Franklin Delano Roosevelt, entonces inquilino de la Casa Blanca, concluyó un acuerdo con el rey Ibn: la familia real se comprometía a garantizar el aprovisionamiento de petróleo a Estados Unidos a cambio de la ayuda militar necesaria para que los Saud pudieran mantenerse en el poder.
Y la alianza ha sido muy fuerte desde entonces. Desde los años 60, el clan de los Sudairi ha venido organizando, estructurando y financiando los regímenes títeres prooccidentales en Oriente Medio. En los 80, Riad ayudó a sufragar la llamada Doctrina Reagan, cuyo objetivo era derrocar los gobiernos progresistas, que Estados Unidos consideraba “prosoviéticos”, en América Central, África austral y Afganistán.
La alianza ha vuelto a dar frutos en el 2011. Recordemos que luego de cierto titubeo sobre la conducta a seguir ante las revoluciones árabes, la administración Obama se decidió por el uso de la fuerza como medio de salvar a aquellos de sus vasallos que aún podían tener salvación. Al igual que en el pasado, fue Arabia Saudita quien recibió la misión de dirigir la contrarrevolución.
Según denuncias del periodista francés Tierry Meyssan, en Egipto, los Sudairi financiaban a los Mubarak con una mano y a los Hermanos Musulmanes con la otra. Después de la caída del dictador, impusieron una alianza entre los Hermanos Musulmanes y los militares proestadounidenses. Los miembros de esa nueva coalición egipcia se repartieron los cargos, excluyendo del poder a los verdaderos líderes de la revolución de la plaza Tahrir.
Recordemos además que el Consejo de Cooperación del Golfo fue el primero en pedir una intervención armada contra Libia. Y, en el seno del Consejo, fue la delegación de Arabia Saudita la encargada de dirigir las maniobras diplomáticas para lograr que la Liga Árabe apoyara el ataque de la OTAN contra Libia.
Hasta allí los Sudairi enviaron hombres armados antes de que lo hicieran franceses y británicos. Fueron ellos quienes distribuyeron armas y las banderas de las listas roja, negra y verde con la estrella y la media luna, símbolo de la monarquía sanusita, protectora histórica de los Hermanos Musulmanes.
Según el periodista Robert Fisk, Arabia Saudí es el único aliado árabe de Estados Unidos que se beneficia de la situación y que tenía la capacidad de suministrar armas a lo que luego sería el Consejo Nacional de Transición. La ayuda saudí permitió a Estados Unidos, no aparecer, en un inicio, militarmente implicado en la revolución. Dichas armas serían norteamericanas, pero bien pagadas por los saudíes.
Queda claro. Israel no es el único aliado de Estados Unidos en Medio Oriente. Arabia Saudita, guardián de los santos lugares del Islam y suministrador de petróleo a Washington, es uno de los ejes de las artimañas imperiales
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