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miércoles, 1 de junio de 2011

Egipto levanta el sitio inhumano a Gaza; Israel lo mantiene

Bajo la Lupa
Alfredo Jalife-Rahme
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Protesta multitudinaria en Estambul a un año del asalto israelí a un navío de ayuda humanitaria que trataba de llegar a Gaza. En la manta aparece la leyenda agitaremos la bandera de nuestros mártires en todo el mundo, junto a las fotografías de los nueve turcos que murieron en esa ocasiónFoto Ap

Al corte de caja de hoy podemos aducir que los grandes triunfadores de las revueltas y revoluciones en curso en los 22 países árabes que apenas comienzan –y que como habíamos vaticinado irrumpieron en el sur europeo, los Balcanes y hasta el Transcáucaso–, a nivel estrictamente medio oriental, son paradójicamente dos países no árabes: uno sunita, Turquía, y otro chiíta, Irán.
Cabe recordar que, más allá de los simplones maniqueísmos lineales, en el mundo de la hipercomplejidad medio oriental, Turquía es un país islámico sunita moderado –como suelen clasificarlo insólita cuan insolentemente los ignaros multimedia nor-transatlánticos que ni siquiera entienden al mismo Occidente, y mucho menos a los mundos árabe e islámico–, que, hasta donde nos quedamos, mantiene excelentes relaciones geoeconómicas y geoenergéticas con la teocracia chiíta de Irán.
Sin duda, la desestabilización de Siria –donde la caída del régimen alawita constituiría un tsunami geopolítico que afectaría a todas sus fronteras vecinas sin excepción (Líbano, Jordania, Irak, Turquía e Israel), por lo que sería entendible que la hipermilitarista OTAN encabezada por Estados Unidos le haya permitido en los hechos (no en su retórica hueca) un mayor margen orwelliano de acción– perturba más los intereses de Irán que de Turquía, pero, a nuestro humilde entender, sería más conveniente realizar un inventario de ganancias y pérdidas de los 22 países árabes cuyas situaciones fluyen en forma vertiginosa, sin perder de vista cuáles son los trascendentales sucesos que trastocan los equilibrios en la región.
El derrocamiento de la satrapía tunecina fue un evento de inconmensurable significado simbólico donde gana Turquía, pero no comporta un cambio en la correlación de fuerzas. Lo mismo se pudiera aducir de Libia, donde su balcanización de facto favorece prácticamente a todos: Turquía, las seis petromonarquías del Consejo de Cooperación de los Países Árabes del Golfo (CCPAG) –a cuyo compacto bloque geoeconómico están a punto de incorporarse las otras dos realezas de Jordania y Marruecos– y, paradójicamente, Irán (debido a la desaparición en Trípoli del prominente y carismático prelado iraní-libanés Imam Musa Sadr por Muammar Kadafi).
La intervención militar del CCPAG-6 en Bahrein constituye más una huida hacia delante e impide al corto plazo el advenimiento de la media luna chiíta –indudablemente bajo la férula de Irán–, pero no cambia la correlación dada de fuerzas en el superestratégico golfo Pérsico, donde Estados Unidos mantiene seis bases militares (Francia tiene otra en los Emiratos Árabes Unidos): la teocracia chiíta iraní (la gran triunfadora en Irak, que tiene una diminuta salida al golfo Pérsico) no avanza, pero tampoco retrocede. En realidad sí avanza, si contabilizamos a Irak: una sutileza nada desdeñable.
En Yemen, con la defenestración del sátrapa Alí Abdalá Saleh y/o la guerra civil –en cualquiera de los dos escenarios probables–, los intereses del CCPAG-6 se ven afectados e Irán obtendría una buena tajada mediante la etnia religiosa chiíta de los huthis (quizá 50 por ciento de la población total), que otorgaría un pie a la teocracia iraní en el mar Rojo.
Pero, hasta ahora, nada se compara con la joya geoestratégica de Egipto, donde han ocurrido cuatro eventos trascendentales que sí comprometen en su conjunto la correlación de fuerzas que beneficia ahora en su asombrosa dinámica tanto a Turquía como a Irán: 1. El paso de dos buques iraníes por el Canal de Suez después de la revolución jomeinista de 1979; 2. La reanudación de las relaciones diplomáticas entre El Cairo y Teherán; 3. La unificación de los dos grupos palestinos antagónicos: Hamas (apoyado por Siria e Irán, pero también por Turquía), que gobierna Gaza, y la Autoridad Nacional del presidente Mahmud Abbas, a cargo de Cis-Jordania, como paso firme al reconocimiento casi universal del Estado palestino (con excepción, claro está, de Israel y EU); y 4. La apertura del paso estratégico egipcio terrestre de Rafah que rompe el cerco inhumano por cielo, mar y tierra de Israel.
Nos centramos sucintamente en el último punto, que es consecuencia concatenada de los otros tres.
Ya alertábamos que el verdadero barómetro de la geopolítica regional, en general, y de las relaciones bilaterales de Egipto e Israel, en particular, lo representan los exquisitos 11 kilómetros de transfrontera de Gaza con Egipto.
El análisis de Stratfor al respecto es conceptualmente muy pobre (peca de excesivo israelocentrismo), mientras el portal israelí Debka (28/5/11), presuntamente vocero del Mossad, es muy crudamente defensivo y refiere que la apertura permanente (sic) del cruce de Rafah (entre Gaza y el Sinaí) por las autoridades egipcias concluye su bloqueo de cuatro años (por el sátrapa Hosni Mubarak) y prepara detener el envío de gas a Israel –por cierto, a precios regalados– mediante la liquidación de la empresa EMG, la cual abasteció 40 por ciento de las necesidades del Estado hebreo en 2010.
Debka considera que tal movimiento es consistente con la política de la junta (sic) militar que ahora gobierna Egipto para distanciarse de Israel con todas sus ramificaciones, lo cual ya habíamos adelantado en Bajo la Lupa.
Muy dolido, el primal israelí fustiga al gobierno de Netanyahu por no haber enfrentado el giro radical (sic) de la política egipcia cuando El Cairo ignoró la solicitud de Israel a negar el permiso a dos buques iraníes para cruzar el Canal de Suez el 22 de febrero, supuestamente repleto de armas.
Cuatro meses más tarde, Egipto abrió el cruce de Rafah al tránsito de personas, pero no de bienes –lo cual pronto será subsanado en forma gradual porque tampoco se puede abandonar a la población de Gaza (la mayor cárcel al aire libre del mundo, según el Papa Benedicto XVI) a una muerte lenta por hambruna crónica.
Cariacontecido, Debka comenta que el mismo día del levantamiento del sitio terrestre egipcio a los palestinos de Gaza, el gobierno cortó el abastecimiento de gas a Israel en respuesta a las presiones de los gobernantes de Hamas y acusa, sin evidencias, que el gasoducto construido por EMG desde El Arish, en el Sinaí, hasta Ashkelon (Israel), a un costo de 460 millones de dólares, fue hecho explotar cerca de El Arish dos veces este año por los activistas (sic) de Hamas.
Dejaremos de lado la exhumación de las suculentas comisiones por la venta de gas que descolgaron del lado egipcio (que seguramente ha de tener su contraparte financierista sionista) el nepotismo de los Mubarak y el empresario Hussein Salem (presuntamente refugiado en Suiza y/o Israel, dependiendo de la fuente).
Pese a que la juvenil revolución de las pirámides en movimiento y todavía en plena efervescencia no ceja en sus legítimas aspiraciones, el consejo militar egipcio opera domésticamente a un ritmo diferente la gradación de la transición a una democracia al estilo turco.
La verdadera revolución sucede en la política exterior de Egipto, todavía la décima potencia en el ranking militar mundial, donde apuesta a la nueva correlación de fuerzas geopolíticas del futuro que ya se vislumbra desde el mar Mediterráneo hasta el golfo Pérsico.

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