Carolina Escobar Sarti
Corre el mes de junio en Guatemala, tiempo de agua y lluvia sostenida. Caminando por el parque de Antigua se apura el paso porque el cielo está por reventar.
Con todo, es imposible pasar por alto unos paneles pintados de azul que, en plena plaza y frente al Real Palacio de los Capitanes, exhiben enormes fotografías, con sus correspondientes textos.
El nombre atrapa: “Agua, ríos y pueblos”. Al minuto siguiente, la lectura se amplía más allá de cualquier paisaje presentido, y lo que surge es el perfil humano de los conflictos y las luchas por el agua, vividos en cada esquina del mundo.
A través de imágenes magníficas y testimonios sobrios pero “suficientes”, las personas y comunidades afectadas dejan de ser fría estadística para convertirse en angustia, cansancio, resistencia y esperanza.
Se parte de la gran paradoja: a la Tierra le llaman el Planeta Azul o el Planeta Agua, pero mil cien millones de personas en el mundo no tienen acceso al agua potable y, por ello, aproximadamente 20 mil mueren a diario, en su mayoría niños y niñas —cifras de Naciones Unidas—. El colmo es pedir hoy un vaso con agua en casi cualquier parte, algo que nadie debería negarle a nadie porque —en teoría— es un bien común, y lo primero que hacen es preguntar qué marca de agua se quiere y si se quiere en botella de plástico o de vidrio. La privatización del agua es uno de los más grandes absurdos humanos. Sabio Einstein, cuando decía que solo había dos cosas ciertas: el universo y la estupidez humana, y afirmaba, en consecuencia, que de la primera no estaba tan seguro.
En esta exposición que ha recorrido todos los continentes aparecen imágenes de la presa de Chixoy, en Guatemala, asociadas a las de las masacres cometidas en Río Negro. El texto dice así: “Una de las atrocidades más terribles cometidas para desalojar a la población afectada por la construcción de una presa fue la matanza de 450 personas en el pueblo de Río Negro, dentro de la zona que iba a quedar inundada por el embalse de Chixoy. Ante la negativa de estos a abandonar sus tierras, las autoridades comenzaron una campaña de terror que acabó con la tortura y muerte de casi todos ellos, incluidos 107 niños. El presupuesto de ejecución de las obras, cuajadas de retrasos y problemas técnicos, alcanzó en un 350% los costes previstos, mientras que la producción eléctrica que se pretendía fue mucho menor. Hoy se prevé para Chixoy menos de 50 años de vida porque se está colmatando de sedimentos a gran velocidad”.
Otras imágenes confirman que algunos sectores con demasiado poder han transformado el agua, elemento clave para la vida, en un recurso letal. En nuestros países pobres la industria y la minería a cielo abierto contaminan ríos y lagos con vertidos y lixiviados tóxicos como cianuros y metales pesados, envenenando silenciosa y progresivamente a millones de personas y animales. A ello podemos sumar, como señala el economista Pedro Arrojo Agudo —www.aguariosypueblos.org— “la extracción abusiva de caudales, la desecación de humedales, la tala de bosques y manglares, junto a la fragmentación del hábitat fluvial por grandes presas han quebrado la vida de los ríos, haciendo desaparecer la pesca: la proteína de los pobres. (…) [Todo] bajo la mordaza del tradicional consenso que ha existido en torno a estas políticas, en nombre del progreso.
A la convergencia de esas dos fallas críticas, insostenibilidad y pobreza, se une la crisis de gobernanza en la gestión de los servicios básicos de agua y saneamiento, tanto por problemas de corrupción como por las presiones privatizadoras del Banco Mundial que transforman a los ciudadanos en clientes. Esta mercantilización de derechos básicos, como el del acceso al agua y al saneamiento, ha levantado la rebeldía de los más pobres, generando un creciente movimiento contra la privatización y en pro del derecho humano al agua potable.”
Al final de la exposición… silencio y un poco de agua empozada en la garganta.
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