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viernes, 24 de junio de 2011

Somalia: ¿quién hace los estados fallidos?


Alexander Naime S. Henkel

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Residentes de Mogadiscio observan a una víctima de un bombazo perpetrado esta semana en un autobús con saldo de tres muertos y diez heridos. El estallido ocurrió frente a una base militar a cargo de las fuerzas de paz de Burundi, de la Misión de la Unión Africana en SomaliaFoto Reuters

En Mogadiscio, el viento circula por entre los muros que ya no son casas. En las calles, pies de niños corren sobre los charcos de sangre que son espejo de su fatalidad. En el sur y el centro de Somalia, fuera de la capital, las escenas son genéricas: pieles negras colgando de clavículas como vestidos en un gancho; niñas con media oreja porque no tienen energía para quitar a las moscas que se los comen mordida a mordida.

En estos momentos, el gobierno oficial, Gobierno Transicional de Somalia (TFG), está peleando con todas sus fuerza contra el hermano menor de Al Qaeda, el grupo islamita Al Shabab, para ganar territorio en la capital, Mogadiscio. Fuera de la capital, la presencia del TFG se identifica como un ronquido en los cielos cuando aviones llevan y regresan a los diplomáticos somalís.

¿Cómo llegó a estar así? La debacle de Somalia comienza con un dictador. Siad Barre. Al ser exiliado en enero del 1991, los somalís sufren hambruna y pobreza. Sin un dictador que sincronice la mirada de los seguidores, pequeños hombres con ambiciones y sin escrúpulos surgen por toda Somalia. Estos son hombres temperamentales. En meses, Somalia cae en una guerra civil. Hombres luchan contra hombres, pero son las mujeres y niños los que sufren. Siempre.

Estados Unidos interviene pero los cadáveres de sus soldados son arrastrados desnudos por las calles de Mogadiscio. Es evidente, los somalís odian a los gringos. Estados Unidos retira su estrategia militar y se disfraza de la ONU; se acerca la era del imperialismo filantrópico. Con el apoyo de Etiopía, logran contener la anarquía en Somalia. Los somalís son destinados a sufrir la ira de sus señores de guerra, los rebeldes y la ONU. El vocero de Naciones Unidas declara a somalís como combatientes matando a 60 y deteniendo a 55 sin razón. Aquí se inventa la impunidad humanitaria.

En el norte, Somalia se convierte en Somaliland, una región autónoma con identidad propia y elecciones democráticas. En el pico del cuerno de África, Puntland, pasa a ser el gran puerto de los piratas. En el sur, se forma la Unión de Cortes Islámicas (UCI).

En 2004, los intereses extranjeros y la histórica sed de Etiopía por un acceso al mar, crean el TFG, en Mogadiscio. Somaliland y Puntland le dan poca importancia. La UCI lo ve como una agresión directa ya que ellos controlan el sur del país.

Con la escusa de proteger al internacionalmente reconocido TFG, fuerzas militares de la ONU, Etiopía y la Unión África (UA) ingresan a Somalia. Después de dos años de guerra, la UCI reconoce al TFG como gobierno legítimo de Somalia. El líder de la ICU, Sharif Sheik Ahmed se convierte en presidente del TFG y de Somalia. Es una señal de unión. Los demás miembros de la ICU, justificadamente enojados por no ser incluidos en la transición, forman Al-Shabab. Las puertas del ICU se cierran para siempre al nuevo presidente Sharif Sheik Ahmed. La paz nunca llegará. Al-Shabab retoma el control del sur, y utilizan la religión y el pretexto de una creciente invasión extranjera para reclutar a jóvenes y ganar a la población.

El Gobierno Transicional de Somalia ofrece un caso interesante sobre la sicología del Poder. Sharif Sheik Ahmed, el presidente de Somalia, es reconocido como tal en todo el mundo, mas no en su país. Las fuerzas que lo protegen son extranjeras, las armas somalís apuntan a su cabeza. Las personas con las que ríe son extranjeros, sus vecinos en Mogadiscio lo sospechan. Su panza siempre está llena de delicias foráneas, mientras su gente se muere escarbando la tierra. En junio de este año, Abdirazak Fartaag, tesorero del gobierno, reveló que 75 millones de dólares fueron dados a miembros del gobierno por debajo de la mesa. Libia aportó 26 millones, Sudán y Emiratos Árabes Unidos 21 millones, Omán dio el resto.

El Gobierno Transicional de Somalia nunca se ha esforzado en articular un plan concreto para traer paz y unidad a los somalís. Su única utilidad es viajar para pedir más ayuda militar, humanitaria y monetaria a la comunidad internacional.

Mientras el mundo pega la oreja al TFG, los somalís del sur miran a Al-Shabab, un grupo organizado, que puede garantizar una forma de justicia y estabilidad, aunque su ejecución sea oblicua y sanguinaria. En Somalia, el crimen organizado florece y sustituye al gobierno desorganizado.

Cuando la vida es constantemente asechada por una muerte inesperada, la gente instintivamente mira a la religión. Grupos como Al Shabab y Al Qaeda lo entienden claramente, por eso esconden sus motivos políticos detrás de una retórica religiosa.

Para los somalís viviendo en el sur y en Mogadiscio, aliarse a Al-Shabab es una opción viable. Por lo menos al morir, un dios los querrá. Apoyar al TFG es como emprender un viaje en el desierto, sin mapa, donde frecuentemente se escucha el eco del motor del avión cargando a tu Ppesidente a mejores lugares.

En Somalia no existe un contrato social que ate a somalí con somalí. La anarquía es lo más alejado a una utopía, es rapaz, está embarrada de lodo y tiene síntomas de lepra. Por eso, Somalia necesita ayuda pero es la zona que más se mantiene a la distancia.

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