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lunes, 14 de noviembre de 2016

En tiempos de Trump



Guillermo Almeyra
La Jornada 
Si el establishment Demócrata y la millonaria Killary Clinton no hubiesen saboteado al socialdemócrata Bernie Sanders, el voto de protesta no lo habría recogido un millonario candidato del Ku Kux Klan, que hace más de 20 años no paga impuestos, estuvo varias veces en situación de quiebra y, además de ignorante, es tanto o más racista, machista, armamentista y xenófobo que la mayoría de sus compatriotas.
Con Trump ganaron el atraso cultural, la ignorancia y el racismo de los blancos pobres que atribuyeron al establishment Demócrata la decadencia nacional y la crisis provocada por el gran capital, sobre todo durante los gobiernos Bush.
Esos blancos pobres, religiosos de derecha y racistas votaron en masa (incluso sus mujeres, pues el machista Trump logró 53 por ciento del voto femenino). Los 12 millones de jóvenes que habían sufragado por Sanders, en su mayoría se abstuvieron o se negaron a hacerlo por Killary. Los negros y los latinos no se inscribieron en masa para votar. Entre dos derechas, los votantes eligieron, como siempre, la más genuina.
Trump llega así al gobierno con el control total de los tres poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) y en hombros de sus iguales.
Pero un sector del gran capital está asustado y los financieros tiemblan y, por tanto, habrá que ver si Trump, adaptando su política desde el gobierno, llega a un acuerdo con el poder real que no está en la Casa Blanca sino en Wall Street, o si ese poder le hará la vida imposible o volverá a aplicar la letal solución Kennedy.
Ahora, sobre México, Cuba, Venezuela y en especial China, la Unión Europea, la economía mundial, el medio ambiente y la supervivencia de gran cantidad de especies –incluida la humana–, así como la paz mundial pende amenazadora la espada de Damocles.
Hitler, ganador de las elecciones, recordemos que llegó a la cancillería gracias a la ilusión del gran capital de que podría controlarlo y a Stalin, que no aplastó ese gobierno antes de que rearmase al país y que favoreció la instalación de su dictadura –y preparó el suicidio del Partido Comunista Alemán– con su teoría de que el enemigo principal era la socialdemocracia, no el payaso con el bigotito ridículo.
Los gobiernos capitalistas democráticos francés y británico también le dieron alas, pues creyeron que sería una barrera contra el comunismo. El mundo debió pagar más de 30 millones de muertos y terribles destrucciones, esa ceguera y esas posiciones contrarrevolucionarias de esos defensores del capitalismo. La historia, se sabe, no se repite, pero Trump, si lo dejamos, va a instalar un fascismo à la américaine.
Pero no es un producto sólo de la ignorancia y el provincialismo proverbiales en Estados Unidos. También lo es del odio popular al establishment político del capital y a las políticas de éste. Si sus políticas –que son las de la extrema derecha religiosa y social del país– chocan con los deseos de sus electores y si quienes antes votaron por Sanders para protestar por la izquierda se organizan en un partido independiente contra los republicanos, los demócratas y sus mandantes, podríamos presenciar un aumento espectacular de la lucha de clases en Estados Unidos. Entonces sería otro cantar.
Trump ganó después de que en Gran Bretaña triunfase el Brexit y después del desarrollo de la derecha y del neofascismo en Italia (Berlusconi, Salvini), en Hungría (Orban), en Polonia, en Alemania y en Francia (Le Pen). Ganó luego de los golpes contra Zelaya en Honduras, Lugo en Paraguay, Dilma Rousseff en Brasil; de las matanzas de Calderón-Peña en México y de la instalación del gobierno Macri en Argentina. Es el resultado del triunfo cultural del neoliberalismo, que convenció incluso a los trabajadores (que en su mayoría lo votaron como votan en Argentina por las dos vertientes peronistas, el kirchnerismo o el macrismo o en México por el PRIPAN). También es el resultado de una mal llamada izquierda que no enfrenta el problema de la construcción de un poder alternativo al del capital o cree posible reformarlo y transformarlo desde las instituciones creadas para perpetuar la explotación y la dominación capitalista.
Eso es lo que hay que cambiar, con una política y una educación anticapitalistas y con la organización independiente de los trabajadores.
En el campo internacional, Trump, que es un Neandertal con control de la bomba atómica, busca coexistir amistosamente con Putin, defensor autoritario del capitalismo ruso, y hasta con Corea del Norte, para aislar a China, y dice que retirará bases aunque, por supuesto, no las que amenazan a China ni a Guantánamo. Su aislacionismo en Estados Unidos no es pacifista, sino que busca reducir gastos (rechaza la reconversión industrial para salvar el ambiente, piensa reorganizar el aparato bélico y cambiar las alianzas, oponiendo, por ejemplo, al autócrata bueno de Moscú contra Pekín). Aunque le hizo promesas a Netanyahu, podría llegar incluso a reducir el apoyo político y militar a Israel porque su prioridad es abatir el poderío económico chino, en primer lugar y, después, de la Unión Europea.
Para que funcionen a pleno las acerías y Ford, GM y otras grandes industrias, debe eliminar la competencia del acero y de las mercancías chinas y europeas ya que, por razones políticas y para mantener el consumo interno, no puede reducir aún más los salarios en Estados Unidos. Como la economía china actualmente va mal con la brusca caída de las exportaciones, una guerra económica la desestabilizará y provocará en esa gran potencia asiática movilizaciones obreras y un aumento del nacionalismo.
Eso prepara condiciones para una guerra de proporciones nunca vistas, que el armamentismo actual, las carreras espaciales y los hackeos cibernéticos mal ocultan y preanuncian. Hay que parar a tiempo a este Trumpusconi ridículo pero peligrosísimo, a este McHitlertan fatal para México y para el mundo.

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