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sábado, 26 de noviembre de 2016

Entre el muro y el 2018



Alexander Naime Sánchez-Henkel
La Jornada 
Esté el agua caliente o esté fría, si se derrama fue el vaso el que no estuvo a la medida. Estar medio lleno o estar medio vacío deja de ser perspectiva si la sed se te quita.
Este año el reporte de confianza Edelman apuntó que se vivía una época de alarmante desconfianza hacia el gobierno, particularmente entre las personas informadas (quienes tienen acceso a información superior o forman parte de las élites gobernantes) y el resto de la banda. Esta desigualdad de confianza, apunta el estudio, brota de la disparidad en ingresos y acceso a las tecnologías y en las expectativas sobre el futuro.
En Estados Unidos, Inglaterra, Brasil, Francia, India y México, la población en general, a diferencia de la minoría informada, no cree que sus vidas mejorarán en los siguientes cinco años. Mientras el planeta gira, los pocos suben por las nubes y para el resto el cielo no sólo se nubló, sino que no hay luz en sus vidas.
No es necesario el microscopio para perforar la realidad que se ve con los propios ojos: la desigualdad económica cada vez mata a más por un solo peso y el peso baja mientras suben los gandayas. La seguridad es exclusiva, o la tira te retira o el narco es a lo que aspiras. La brecha digital se ha convertido en la herida que el tiempo no cicatriza, gracias a la sangre en los dedos de niños en el Congo que rascan minas es por lo que hoy existen más drones que aviones de papel en oficinas. Las aguas que conectan los continentes se llenan de peces muertos que flotan en el azul celeste y las redes sociales difunden selfies en algún bosque del Oeste. Lo que no se ve no se siente, pero son las balas que pasan por Juárez que terminan con los sueños de jóvenes mexicanos. Por cada persona que cruza, nos regresan una bala. El capitalismo no tiene palmas, pero en el verdor de su follaje todo se lava.
El reporte señala también, con algo de dinamita, que el surgimiento de esta nueva desigualdad –la desconfianza en el gobierno– explica el incremento de llamados populistas, el bloqueo de la migración y el renacimiento del proteccionismo y nacionalismo.
Considerando los recientes resultados electorales de Estados Unidos se entiende que El Gran Vaso, ese donde las masas se confinaban a las medidas de las élites informadas, se está quebrando. Fallaron las matemáticas de los estadistas, las advertencias políticas, las predicciones de los comentaristas, las declaraciones presidencialistas y hasta los estudios de la demografía. Pero no falló la sed. Y la masa votó con el cerebro seco.
Se trabajó con el entendido que los informados (periodistas, políticos, intelectuales, comentaristas, en sí, el elitista círculo rojo) nutrían y guiaban el sentimiento popular. Siempre cuidando el statu quo, al cual pertenecían. Pero la democratización de la información, la evidencia de avaricia y abuso de poder, y la creciente desigualdad entre los de arriba y los de abajo, han quebrado ese molde en el cual nos contenían. Se acabó la brujería: la masa ya puede hacer su propio camino y poner al frente a quien más se le parezca, ¿será la nueva forma de tiranía, el flujo de una masa sin forma ni sentido?
Si alguna vez las élites guiaron a sus pueblos, hoy ya han perdido ese privilegio. No hay confianza en las sillas de la democracia, y mucho menos ahora que ya nos gobiernan arrodillados.
Entre el muro y el 2018, quien evada el discurso de perspectivas y nos hable, nos mire, nos sienta y nos vea como seres humanos –no como masa que se tiene que controlar–, porque vale la pena sembrar sueños en este pedazo de tierra ganará nuestra confianza. El pueblo necesita algo fresco, algo nuevo, algo tangible que sea de verdad. No más pantallas, ni títeres, ni juegos de tronos. Ya no hay medio vaso. Si no se ofrece esto, el vaso ya no sirve para saciar la sed

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