Entrevista a Lolita Chávez, lideresa indígena y finalista del Premio Sájarov 2017
CTXT
Aura Lolita Chávez Ixcaquic, en Madrid. MANOLO FINISH
Lolita
Chávez (Santa Cruz de Quiché, Guatemala, 45 años) lo siente. Convive
con el animal del miedo. Y lo sienten también todas las mujeres de su
comunidad. Y las abuelas. Muchas han muerto por hurgar en la injusticia,
por tratar de abrir una brecha en el castillo de la impunidad. Las
últimas fueron dos compañeras que antepusieron sus cuerpos al avance de
las empresas mineras y madereras. En Guatemala se cometen desde hace 17
años crímenes atroces contra mujeres, en su inmensa mayoría indígenas
mayas, jóvenes, trabajadoras, morenas y con el pelo largo.
Aunque
las desapariciones suman varios centenares en todo el país, son cerca de
900 los crímenes que permanecen impunes desde 2010. Asesinatos que la
inmensa mayoría de los habitantes vinculan al ejército, a los
paramilitares y a las mafias de un poder económico con profundas
conexiones con el sistema político guatemalteco. Por eso, Chávez no se
cose la boca y lo denuncia. Lo hizo tan alto que tuvo que ser rescatada
por una organización española que hoy la mantiene protegida bajo el
paraguas de un programa especial de refugio. Su vida y la de sus dos
hijos están en juego.
La segunda semana de diciembre acudió a
Estrasburgo como finalista del Premio Sájarov, que el Parlamento Europeo
entrega cada año a quien se haya significado en la defensa de los
derechos humanos. El galardón fue a parar a manos de la oposición
venezolana, pero también podía haber recaído en el grupo de mujeres
mayas que, como Lolita Chávez, llevan años desnudando oscuros intereses
económicos que empresas transnacionales como ACS disfrazan con la
retórica de la civilización. “Las mujeres nos hemos rebelado contra un
modelo de vida depredador. No queremos su dinero. No queremos sus
migajas”, dice esta mujer dulce, pero que encierra una fuerza interior
apabullante.
¿Qué ha supuesto para usted este reconocimiento?
Pues
me llamó mucho la atención y pregunté cuál era el motivo. Me
respondieron que era una iniciativa del grupo europeo de Los Verdes en
reconocimiento a mi trayectoria por la defensa territorial y los bienes
comunes de mi pueblo. También por ser mujer maya. Esa relación de
fuerzas y vínculos entre la lucha por el territorio como una cosmovisión
planteada desde nuestra percepción ancestral impulsó mi nominación.
Cuando me informaron, vivía un momento difícil; había sufrido ataques
por parte de grupos violentos.
Durante la entrega del premio en
Estrasburgo a la oposición venezolana, usted rompió el protocolo con un
gesto muy simbólico, ¿cuál fue?
Sí, me levanté de la silla y
mostré un cartel contra las transnacionales. Lo pensamos con mi pueblo
porque era un reconocimiento a mi comunidad. Lo que sucedió fue que, al
conocerse mi nominación, otros territorios de Honduras, Costa Rica,
México, El Salvador, Argentina, Chile y hasta de Brasil contactaron
conmigo para pedirme que aprovechara la cita y mostrara a Europa lo que
están padeciendo los pueblos originarios de Latinoamérica por culpa de
las empresas transnacionales, muchas de ellas europeas. Fue una cadena
de expresiones de protesta muy grande y emocionante. Cuando me
explicaron que en el protocolo de la ceremonia yo estaba como invitada
especial sin posibilidad de hablar, pedí consejo a las mujeres de mi
comunidad y se acordaron dos propuestas de forma colectiva. Una era que
si no iba a hablar era mejor que no fuera. La otra era que si acudía
encontrara una manera de visibilizar los motivos que me habían llevado
hasta allí. Era desafiar el protocolo mostrando nuestra expresión
originaria de Abya Yala, en lugar de América, y nuestra lucha contra las
transnacionales.
Suele incidir en que el legado de esas empresas en sus territorios es de miseria y dolor.
El
problema es su codicia sin límites. Cada generación que ha mantenido
vínculos con las riquezas naturales de la Madre Tierra ha sido atacada
sistemáticamente por las oligarquías financieras de mi país y empresas
extractivas extranjeras, algunas de ellas españolas, como ACS. Hemos
llegado a una situación tan extrema que hoy nos vemos en la obligación
de hacer un llamado urgente a la comunidad internacional para frenar el
neoliberalismo entre todos y todas. Defendemos al agua, las tierras y
las montañas con nuestra vida. Como dicen las abuelas de mi comunidad:
“Nosotras participamos en la redistribución de los recursos, pero a las
empresas multimillonarias que sólo acumulan bienes las confrontamos con
nuestras vidas”.
¿Cómo se comportan esas empresas en un territorio con tantas riquezas naturales como Latinoamérica?
Se
comportan como depredadores. Lo saquean y, una vez terminado, continúan
con el de al lado. Su deseo de acumulación es tan insaciable que están
exterminando a la humanidad. Pero estas expresiones no caben en los
juicios que los pueblos hacemos contra estas empresas. Por eso nuestra
lucha es permanente. El mandato que tenemos de las abuelas es no ceder
nada ante este perverso sistema que tratan de imponernos, ante esta
gente que deberían ser la vergüenza de la humanidad.
¿Qué respuesta reciben de los Estados?
Las
potencias mundiales son parte de ese daño. Ya lo dije en la Unión
Europea: ustedes son responsables. Y también EEUU, que le ha hecho el
daño más oscuro y sangriento a mi pueblo durante la época de la guerra.
¿Y cómo se vive ese proceso de destrucción que describe siendo, además, mujer?
Es
una doble condena. Desde la llegada de las transnacionales vivimos en
un sistema patriarcal, militar y racista. Es una estrategia económica
global apoyada en una legislación diseñada para proteger intereses
depredadores. Nosotras luchamos contra un modelo machista y racista que
fomentan las estructuras institucionales en su afán por acumular. Este
genera que la preocupación sea ganar dinero para sobrevivir, obviando la
violencia que se practica para conseguirlo. Las violaciones sexuales y
las expresiones de trata y de racismo cotidianas que sufrimos las
mujeres son silenciadas e ignoradas. Yo le he vivido y es indignante.
Las rutas hacia la cárcel que siguen las mujeres en lucha que son
detenidas no son las mismas que la de los hombres. Antes son violadas y
torturadas.
¿Quiénes practican esas atrocidades?
Hay
muchos. Los militares, por ejemplo, que desde hace muchos años son
adiestrados en la Escuela de las Américas para prácticas de desaparición
y tortura sin que haga mella en sus conciencias. Estos militares están
vinculados con grupos paramilitares y delincuencia organizada, las
Maras. Por encima de ellos están los funcionarios públicos y familias
oligarcas como los Gutiérrez Bosch, que ven a los indígenas y a las
mujeres como sirvientas, como esclavas. Finalmente, están las grandes
empresas mineras y madereras mafiosas, para quienes solo somos
obstáculos.
¿A qué empresas se refiere?
ACS, cuya
filial Cobra ha saqueado el agua del río Cahabón que abastece a 29.000
indígenas, es una de ellas. Por eso suelo citar mucho a Florentino
Pérez, porque quiero que nos conozcamos, que conozca los rostros de las
comunidades que su empresa trata de eliminar en Guatemala y las
historias de quienes estamos defendiendo otro modelo de vida. Que nos
ponga cara. También están Enel, empresa italiana de energía, que ha
desplazado y dividido a comunidades en Cotzal para construir una central
hidroeléctrica, y la canadiense Gold Corp, que ya depredó un territorio
y ahora se ha lanzado a otras zonas para seguir haciéndolo. Queremos
que pongan rostro, porque nos matan y la humanidad no se entera. Pues yo
les digo que no somos seres de rango inferior y que seguiremos
anteponiendo nuestras vidas para detener su actividad como ya hicimos
con Monsanto. Las mujeres nos hemos rebelado.
¿Se consideran víctimas de este capitalismo voraz y patriarcal?
No
nos consideramos víctimas de nada. Somos defensoras de modelos
alternativos de relaciones humanas, nuevas formas de internacionalismo.
Una de las cuestiones fundamentales que solemos compartir en Abya Yala
es que nosotras no nacimos para ser víctimas, esclavizadas por un
pensamiento de rechazo. No hablamos de caridad. Hablamos de reciprocidad
entre pueblos. De los saharauis con los mayas, y los mayas con el
pueblo lenca, mapuche, etc. Proponemos nuevas alianzas de reciprocidad
en las que nadie es inferior a otra. El modo de vida de los pueblos
originarios no es la acumulación del dinero, porque no aporta la
plenitud, sino castigo.
¿Tiene miedos?
Sí, pero me los reservo. Prefiero no decirlos.
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