Un estudio publicado en
septiembre por la Oficina de Responsabilidad Gubernamental (GAO), brazo
investigativo del Congreso norteamericano, indica que unos 706 000
hogares en el país, encabezados por una persona mayor de 65 años, tiene
deudas estudiantiles.
Claro que esa cifra resulta pequeña
cuando se analiza en conjunto pues existen 22 millones de hogares donde
las personas tienen menos de 64 años de edad y se encuentran endeudados
por ese mismo motivo.
Esos números negativos no dejan de
incrementarse años tras años ya que si en 2005 los hogares con adultos
mayores debían en préstamos estudiantiles 2 800 millones de dólares, ya
en 2013 esa cantidad se había disparado a 18 200 millones de dólares.
El autor del informe del GAO, Charles Jeszeck puntualizó en
declaraciones de BBC Mundo que es muy probable que en un corto período
de tiempo, los mayores de 65 años caigan en incumplimiento de pago.
Si por las deudas contraídas se les comienza a descontar dinero de sus
pensiones u otros beneficios sociales, los ingresos de esas personas
estarían por debajo del límite de pobreza, lo que los obligaría a
extender su vida laboral e impedirles ahorrar para otros fines.
El documento del Gao subraya que el 12% de los préstamos en manos de
individuos entre 25 y 49 años ya estaba en impagos y el de personas
entre 65 y 74 años se situaba en 27%.
La mayoría de los jóvenes
que en Estados Unidos desean continuar estudios universitarios deben
abonar (casi siempre sus familiares) una importante cuota anual para
obtener las carreras en la mayoría de las universidades privadas de esa
nación.
Primero deben entregar una cantidad monetaria para la
pre-matrícula y después pagar por lo menos 50 000 dólares anuales para
recibir las clases, aunque en algunas de esas instituciones en el precio
entra el costo del albergue del alumno.
Muchos estudiantes
para poder ayudar a sus padres y a ellos mismos a mantener los estudios,
laboran 4 o 5 horas diarias en diversos servicios (cafeterías,
gasolineras) o empresas de producción como elaboración de perfumes,
medicinas, etc.
Esa es la razón por la que en diferentes
centros de esa nación, la mano de obra empleada sea entre personas
jóvenes que además reciben salarios muchos más bajos que el personal
fijo.
Se debe recordar que el gobierno también tiene programas
para otorgar becas gratuitas a los alumnos que se destaque en sus
estudios de preuniversitario, que deben terminar esa instancia con notas
de sobresaliente.
Otros muchos jóvenes para obtener una
carrera universitaria se acogen a las facilidades que les otorgan las
distintas disciplinas de las fuerzas armadas norteamericanas.
Como en ese país se eliminó el servicio militar obligatorio, esa ha sido
una vía preferencial para que los jóvenes se integren al ejército y de
esa forma, si salen ilesos tras participar en las numerosas guerras y
acciones militares que esos cuerpos armados realizan en diversas partes
del mundo, puedan al final graduarse de nivel superior.
Claro
que los que se inscriben en esos cuerpos armados son personas de bajos
ingresos o hijos de inmigrantes que no tienen otra forma de acceder a
las universidades.
Uno de los miles de casos de endeudamiento
es el de Janet Fitz, de 56 años. Ella entre 1991 y 2000 pidió préstamos
por 64 000 dólares para completar su carrera universitaria y una
maestría en desarrollo organizacional. Desde hace varios años labora en
la universidad de California, Santa Cruz.
Pese a no haber caído
en la categoría de impago tras afrontar a principios de la década del
2000 problemas de salud, perder su empleo y después reducirse su salario
por la crisis financiera que padece la nación, ella asegura que sus
deudas la acompañarán por el resto de la vida.
Desde hace ocho
años ha estado prorrogando sus obligaciones monetarias por un acuerdo
con el Departamento de Educación. En estos momentos su deuda alcanza la
cantidad de 128 000 dólares.
Si al final cae en impago, se le
comenzará a descontar parte de sus bajos ingresos que ya no le alcanzan
siquiera para pagar la renta de la vivienda. Por tanto, sabe que su
destino es continuar trabajando sin poderse retirarse hasta que la salud
le acompañe y después, posiblemente convertirse en uno de las numerosas
personas sin hogar que deambulan por las ciudades estadounidenses.
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