La hegemonía progresista desafiada por las nuevas fuerzas de derecha
El Diplo
Las nuevas derechas
regionales crecen a partir de una agenda institucional y anti-corrupción
y la decisión de aceptar el piso de derechos sociales construido en la
última década. Aunque incipiente, su ascenso obliga a repensar los modos
de definirlas.
Las derechas latinoamericanas debieron lidiar
en estos años con importantes desafíos: si ya habían superado en buena
medida el lastre de su pasado autoritario, la década del 2000 trajo una
hegemonía de gobiernos de izquierda y nacional-populares poderosos
electoralmente, que hicieron del neoliberalismo su principal
antagonista. En este contexto, las derechas de la región, para ser
competitivas electoralmente (1), debieron lograr al menos dos cosas:
encontrar un espacio de representación bien definido, por fuera del
proyecto que representaban las fuerzas de izquierda en el poder, y, al
mismo tiempo, aceptar como piso los bienes colectivos conquistados por
dichos gobiernos para proponer una redefinición de la relación entre el
Estado y la sociedad. En definitiva, debieron aceptar una cierta
“derrota” en el plano de las ideas mientras ensayaban una crítica
institucional capaz de construir mayorías.
Fue la agenda
institucional –“republicana”, si reducimos el concepto a su
interpretación más liberal– la que permitió elaborar una crítica más o
menos consistente a esos gobiernos y la que también permitió delimitar
los contornos de lo no representado por las fuerzas políticas de
izquierda, que tendieron a concentrar el poder en los Ejecutivos y a
reformar algunas instituciones con un sentido democratizador no siempre
bien argumentado (los medios de comunicación, la Justicia). En muchos
casos, como en Argentina, Ecuador y Venezuela, esto despertó el rechazo
de los actores más poderosos de esas instituciones –lo que se suele
llamar “intereses sectoriales”– y de buena parte de la ciudadanía.
Esta agenda institucional de las nuevas derechas servía también para
hacer pasar la crítica al intervencionismo estatal como lucha contra el
autoritarismo, en consonancia con un argumento clásico de los tiempos de
la Guerra Fría. Asimismo, la agenda institucional encontró en las
denuncias de corrupción uno de los pilares en los que asentar esa
crítica a los abusos de un poder que se juzgaba demasiado concentrado.
Si muchos partidos y líderes progresistas llegaron al poder con una
crítica a la clase política en base a la idea de que su permeabilidad a
los poderes económicos se traducía en prácticas corruptas, esta agenda
se fue abandonando paulatinamente, de modo que quedó disponible para las
fuerzas de oposición en general, y de centroderecha en particular. La
agenda anticorrupción perdió sus aristas críticas a la connivencia entre
actores políticos y actores económicos y fue redefinida como una lógica
de construcción de poder estatal contra la sociedad.
De este
modo, las fuerzas que desde el Estado avanzaban con estrategias de
protección de los ciudadanos mediante la expansión de los derechos
sociales y culturales comenzaron a aparecer como amenazas a esa
ciudadanía, en su denunciada voracidad depredadora de lo público. Parte
de esa narrativa alimentó el avance de las derechas y centroderechas de
la región.
El segundo camino adoptado permite pensar alguna de
sus novedades. La crítica a los gobiernos progresistas comenzó por
aceptar ciertos bienes colectivos instituidos por ellos, de modo tal que
dejen de ser “conquistas” asociadas a estas experiencias para volverse
patrimonio de la sociedad. Las políticas sociales cuasi-universales,
otrora denunciadas como estrategias de construcción de poderes
clientelares, pasaron a ser derechos ciudadanos.
La aceptación
de estos bienes colectivos, e incluso de ciertos lenguajes de derechos
de fuerte peso en el ciclo de gobiernos progresistas y
nacional-populares, implicó, al mismo tiempo, la redefinición del
proyecto político de las derechas regionales. Si tiene sentido hablar de
nuevas derechas, con lo problemático del adjetivo “nuevas” (nada es del
todo nuevo en la vida social, todo arrastra algo de lo viejo en su
ADN), es porque construyeron una relación menos traumática con el Estado
y con lo público. Desde luego, esta afirmación es aplicable a algunos
casos, como el argentino o el chileno, y no tanto a otros, como el
brasileño, en donde las derechas más tenazmente opositoras parecen
haberse renovado poco respecto del repertorio discursivo y del
repertorio de acciones políticas más clásico.
Por otro lado,
aunque la nueva derecha propone una nueva definición de lo
público-estatal antes que anatemizarlo, su relación con la igualdad
sigue siendo problemática, al menos con el modo en que ésta fue definida
durante el ciclo político progresista (2). Bajo la perspectiva de la
nueva derecha, el Estado deja de ser el gran motor de la igualdad para
convertirse en el promotor de la libertad: un “facilitador” de las
energías emprendedoras presentes en la sociedad y ahogadas por las
políticas populistas.
Fuentes
En la articulación
entre la definición de un perfil propio y la aceptación de ciertos
bienes colectivos del ciclo político nacional-popular y progresista, las
nuevas derechas abrevan en tres fuentes que podríamos llamar
culturales: la primera es el mundo de la empresa como espacio de gestión
eficiente de los problemas, en el que la ideología deja paso a la
flexibilidad y el pragmatismo propio de un emprendedorismo de nuevo
cuño, que tiene a la innovación y el trabajo en equipo entre sus
pilares. La ideología de este nuevo emprendedorismo fue descripta por
Luc Boltanski y Eve Chiapello en su trabajo sobre los principios éticos
–valores y principios de justicia para la acción– que promueven los
libros de management y autoayuda empresaria (3). La promoción de la
movilidad y la necesidad de evitar la pesadez de los conflictos
políticos definen una “ideología del hacer” fuertemente arraigada en
algunos de los partidos de centroderecha de la región, como el PRO en
Argentina, Renovación Nacional en Chile o SUMA, la fuerza de Mauricio
Rodas, en Ecuador.
La segunda fuente ideológica es el mundo de
las ONG, donde la nueva derecha encuentra espacios de reclutamiento de
cuadros técnicos para áreas “blandas” de gobierno, como justicia,
educación, derechos humanos y desarrollo social. Formados muchos de
ellos en una matriz católica, de tradición liberal-progresista algunos
otros, proveen una faz sensible, abierta y social a gobiernos en los que
los managers manejan las áreas estratégicas (financieras, económicas y
productivas). El voluntariado como valor permite una relación con el
otro social gobernada por una sensibilidad profesionalizada antes que
por la militancia épica e ideológica. El mundo sin conflicto es posible
no sólo por las bondades gestionarias sino también por la pluralidad
cultural y la compasión experta.
La tercera fuente es el mundo
de las nuevas espiritualidades y la autoayuda: en su construcción de un
mundo plural y del hacer sin conflictos, el individualismo new age tiene
su lugar: provee “bienes de salvación”, por citar al viejo Weber, a
individuos que se ven a sí mismos como hacedores de su propio destino.
La afinidad electiva entre cierta lectura hiperindividualista de estas
nuevas espiritualidades y las nuevas derechas ha sido señalada, entre
otros ejemplos, para el caso de PRO en Argentina (4).
Los tres
recursos, que aluden a diferentes mundos sociales, tienen conexiones y
ramificaciones, muchas veces de larga data: la relación de las ONG con
el mundo de la empresa es conocida, y la construcción de prácticas de
“responsabilidad social empresaria” le dieron nuevo empuje. Del mismo
modo, buena parte de las nuevas espiritualidades actúan con la lógica de
las ONG, y profesionalizan la provisión de estos bienes de salvación
conectándolos, al mismo tiempo, con la provisión de bienes culturales y
con la organización de las energías voluntarias en trabajos de contacto
solidario con otros actores sociales. Por último, la autoayuda vinculada
con el emprendedorismo retoma ciertos componentes de los repertorios
morales y discursivos de las nuevas espiritualidades –el trabajo sobre
sí, la autosuperación– como proyecto individual.
Digamos, antes
de concluir este punto, que los tres componentes en los que abreva la
nueva derecha –con diferente intensidad en cada caso– no son importados
al mundo partidario o del Estado sin ninguna mediación. Son traducidos
políticamente. Los propios cuadros que provienen del mundo de la empresa
o de las ONG viven su ingreso a la política como un “salto” que supone
una cierta conversión que les permite conservar lo mejor de ambos
mundos. En definitiva, actores políticos fuertemente conectados con esos
mundos sociales traen al espacio político repertorios de acción y
visiones que traducen políticamente, es decir que convierten en recursos
políticos. El hecho de poseer esas conexiones estrechas, que podemos
llamar socioculturales, con esos diferentes mundos sociales, los dota de
una enorme naturalidad en la movilización de esos recursos, que forman
parte de un ethos político de nuevo tinte. Por eso no existe –así, sin
más– un partido o un gobierno de managers ni de ONG ni de una nueva
espiritualidad, sino una traducción política de estas fuentes
culturales.
Experiencias
Los modos en que se
combinaron estos elementos difieren de un caso nacional a otro en buena
medida en virtud de la relación entre nuevas derechas y derechas
establecidas. En Chile, por ejemplo, la renovación de la derecha se
construyó en diálogo y en tensión con partidos hegemónicos que contaban
con tradiciones ideológicas definidas y fuerte capacidad de movilización
electoral, incluso en sectores populares. En Argentina, en cambio, la
nueva derecha vino a ocupar un espacio vacante de fuerza electoralmente
competitiva, frente a la extrema debilidad de las derechas liberal y
conservadora, que aceptaron arriar algunas banderas ideológicas e
integrarse más o menos orgánicamente al nuevo armado político, a cambio
de gozar por primera vez en su historia de una fuerza propia con
posibilidades de llegar al poder por medio de la conquista de mayorías
electorales, primero a nivel subnacional y luego a nivel nacional (5).
Por último, la relación entre nuevas y viejas derechas también
repercute en el plano más pedestre pero no menos fundamental de las
estrategias electorales: la posibilidad de lograr la unidad del espacio
político de la derecha y de sumar incluso a otras fuerzas como modo de
construir sellos competitivos. En Argentina, el PRO logró el monopolio
de su representación cuando absorbió a los partidos conservadores y los
restos de la Ucedé primero y luego, a partir de 2007, a Recrear, la
fuerza que había creado Ricardo López Murphy, para más tarde conseguir
el apoyo de los conservadurismos provinciales. Pero lo que le permitió
llegar al poder fue una coalición con otros espacios políticos
–radicales y neorradicales–, que le dieron anclaje nacional y le
permitieron reunir casi todos los votos opositores al peronismo en
general y al kirchnerismo en particular.
Del mismo modo, la
estrategia de unidad de la oposición venezolana fue saludada por la
derecha regional: el ex presidente salvadoreño Armando Calderón celebró
en el programa Dígalo aquí, transmitido por El Venezolano TV desde
Miami, el triunfo opositor en las últimas elecciones legislativas: “La
madurez de los políticos venezolanos nos está enseñando a los
latinoamericanos lo que se puede hacer con unidad” (6). La nueva derecha
chilena –representada por fuerzas como Evopoli y Amplitud–,
precisamente por encontrarse en tensión con la derecha más tradicional,
tiende a ser, por el momento, minoritaria. En Brasil, en tanto, la
derecha tradicional parece más cerca de la moderación política, mientras
que la nueva derecha se inclina por estrategias de desestabilización.
Su dispersión favorece, hasta el momento, la supervivencia del PT en el
poder.
Si los recientes logros electorales de las nuevas
derechas son parte de una nueva oleada o no es algo que aún no podemos
saber. Pero sí sabemos que su capacidad de renovación desafía al
pensamiento a construir nuevas herramientas para comprender sus modos de
construcción política y sus narrativas políticas y culturales.
Notas:
1.
Para analizar otras estrategias de construcción política de la derecha
más allá de la disputa estrictamente electoral, véase Juan Pablo Luna y
Cristóbal Rovira Kaltwasser (eds.), The Resilience of the Latin American
Right, Johns Hopkins University Press, Baltimore, 2014.
4.
Véase al respecto el reciente editorial de José Natanson sobre el peso
de la interpretación individualista del budismo en estilo new age de la
cultura política de PRO, “Buda”, Le Monde diplomatique, edición Cono
Sur, diciembre de 2015, así como Gabriel Vommaro, Sergio Morresi y
Alejandro Bellotti, Mundo PRO, Planeta, Buenos Aires, 2015 (capítulo
10).
5. Véase “De la UCeDe al PRO. Un recorrido
por la trayectoria de los militantes de centro-derecha de la ciudad de
Buenos Aires”, en Gabriel Vommaro y Sergio Morresi (editores), Hagamos
equipo. Pro y la construcción de la nueva derecha en Argentina, UNGS,
Buenos Aires, 2015.
6. Disponible en http://upla.net/modules/smartsection/item.php?itemid=1098
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