No queremos que mueran periodistas en Guatemala por nombrar hechos de una realidad compleja que han investigado a fondo. Esto manda un mensaje muy duro sobre el respeto a la vida, pero además coarta libertades esenciales y atenta contra la incipiente democracia en este país acostumbrado a llenar de sangre la palabra. Por otro lado, tampoco queremos que algunos comunicadores usen los espacios para lanzar difamaciones sin fundamento que no llevan a ninguna parte, para hacer proliferar chismes baratos que no tienden puentes, o para llevar a cabo linchamientos mediáticos sustentados en argumentos pobrísimos y acompañados de vergonzosos insultos. Esto no tiene nada que ver con libertad de expresión.
Carolina Escobar Sarti.
A lo mejor tiene más rating un columnista incendiario, por ejemplo, que uno que cuida la expresión y se preocupa por trabajar a fondo el contenido. Que conste que digo “a lo mejor”, porque todo es cuestión de acostumbrarse a nuevas formas de comunicación. Pero más allá de la mercantilización de la palabra, están la responsabilidad y el compromiso que tenemos quienes emitimos opiniones sobre distintos temas en medios de comunicación masiva. Se puede ignorar la superficialidad e inseguridad de las personas que en una reunión social dicen aquella frase de “yo digo la verdad le guste o no a quien la escucha”, pero una persona que tiene un espacio en algún medio para decir algo, tiene una responsabilidad mayor con eso que llama “verdad”. Si es cierto que cada quien tiene su verdad, lo mínimo que se pide es que esa verdad sea sustentada lo mejor posible y que seamos capaces de ponerla a dialogar con otras verdades desde el respeto.
Opinar públicamente no significa solo vaciarse, sin considerar el cómo, el para qué, el qué y el quién. Y lo mismo vale para lectores que emiten comentarios o toman acciones sobre lo escrito por columnistas o periodistas. La libre expresión ha sido manoseada hasta llegar a justificar violencias de todo tipo. ¿Impedir ciertas expresiones representaría, de alguna manera, un atentado contra la libertad de expresión? ¿Podemos aprender a disentir sin llegar a la censura, usando todas las herramientas sociales que tenemos a nuestra disposición, como la educación, por ejemplo?
Si algunos intentamos vivir en sociedad, no con hipocresía pero sí con educación y respeto, cabe la idea de una interacción comunicativa que responda a esos mismos criterios. Por ejemplo, en la comunicación en red hay ya algunas herramientas que regulan la participación de quienes allí comentan, y parece que están dando muy buenos resultados porque los aportes son más y mejores. Lo que dicen las y los periodistas que investigan los hechos, lo que decimos las y los columnistas que opinamos sobre ellos de manera fundamentada (ojalá) y lo que dicen las y los lectores, todo entra por igual en el territorio de la libertad de expresión que debemos resignificar con todo el cuidado. ¿Mi libertad termina donde comienza la de otro ser humano? ¿El propósito de quienes decimos algo no es, acaso, el de caminar juntos y aportar para una mejor vida en sociedad?
La regla mínima podría ser: quien carezca del respeto suficiente para expresarse, que no se exprese. Y de allí en adelante, proponer cada vez menos sensacionalismos y más profundidad; menos incendios y más calidad en lo que se aporta y en los puntos de vista que entran en relación; menos agresividad y más tejido para conversaciones inteligentes; menos doctrina y más humanidad. A lo mejor caminemos más lentamente, pero estaremos creando foros donde los aportes serán mayores para la vida en sociedad.
La cuestión de fondo aquí es de conciencia. Una sociedad que no ha aprendido a escucharse y a respetarse, difícilmente podrá ser libre para expresarse. O para decirlo a la manera de Chomsky, si no creemos en la libertad de expresión para la gente que no piensa como nosotros, no creemos en ella para nada.
cescobarsarti@gmail.com
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