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Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos |
El
gobierno Obama planea una acción militar contra Siria con el pretexto,
en absoluto corroborado, de que el gobierno del presidente Bashar
al-Assad ordenó utilizar armas químicas en el ataque a un barrio de
Damasco el 21 de agosto. El gobierno Obama calificó de “obscenidad
moral” el uso de armas químicas, de manera que Estados Unidos tiene una
“obligación moral” de castigar al país que las utiliza.
Sin
embargo, esa obligación moral no se invoca contra Israel, que tiene el
mayor arsenal de armas químicas, biológicas y nucleares de Oriente
Próximo y es el único Estado que no ha firmado el Tratado de No
Proliferación Nuclear. Como señalaba el lunes pasado [9 de septiembre
de 2013] la página web Foreign Policy, Estados Unidos no solo
tenido conocimiento durante décadas de las armas químicas de Israel,
sino que ha permanecido callado respecto a ello.
Pero Israel no
solo posee el mayor arsenal de armas químicas, sino que también lo ha
utilizado contra los palestinos en Cisjordania y Gaza, contra Líbano y
Gaza durante los ataques militares de 2006 y durante la operación Plomo
Fundido contra Gaza en 2008-2009. las pruebas contra Israel eran tan
claras que después de negar inicialmente las acusaciones del gobierno
libanés, Tel Aviv se vio obligado a admitir que en su guerra contra
Líbano de 2006 había utilizado municiones de fósforo blanco, que
provocan quemaduras químicas.
Un protocolo de la Convención sobre
Armas Convencionales de 1980 prohíbe el uso de fósforo blanco como arma
incendiaria contra poblaciones civiles o en ataques aéreos contra
fuerzas enemigas en zonas civiles.
Nada de esto ha provocado
jamás una palabra de condena por parte de Washington o de los aliados
europeos de Israel y mucho menos una petición a Israel de que se libre
de sus armas químicas, sanciones o una amenaza de ataque militar para
defender a las víctimas del poderío militar de Israel. De hecho,
Estados Unidos ha financiado a las fuerzas armadas de Israel con 3.000
millones de dólares al año y el año pasado votó aumentar su apoyo.
En
otras palabras, es completamente legítimo para un aliado de Estados
Unidos desarrollar, crear u utilizar armas químicas y para Washington
seguir financiando la criminalidad de Israel. Esto mismo no es cierto
para sus enemigos.
La Convención sobre Armas Químicas de 1993
prohíbe la fabricación, el uso y transporte de estas armas mortíferas,
pero no ofrece mecanismos para hacer cumplir estas normas. Esta es una
tarea que Estados Unidos, uno de los principales fabricantes,
suministradores y usuarios de armas químicas desde la Guerra de Corea
en 1950-53 hasta nuestros días, se ha arrogado a sí mismo como gendarme
del mundo.
Mientras que 189 Estados han firmando y ratificado
esta Convención, Israel la ha firmado pero no ratificado. Israel es uno
de los solo siete países, junto con Burma, Angola, Corea del Norte,
Egipto, Sudán del Sur y Siria, que o bien no han firmado o no han
ratificado el tratado.
Israel tampoco ha firmado la Convención sobre Armas Biológicas de 1972. Su actitud respecto a ambas Convenciones es ambigua.
En
1993 la Oficina del Congreso estadounidense sobre la Evaluación
Tecnológica de las Armas de Destrucción Masiva incluyó a Israel en su
lista de países que tenían una capacidad de guerra química ofensiva no
declarada. Cinco años después Bill Richardson, un ex viceasesor del
ministerio de Defensa, afirmó: “No tengo dudas de que Israel lleva
tiempo trabajando sobre cuestiones ofensivas tanto químicas como
biológicas. No hay dudas de que han tenido este material desde hace
años”.
Israel tiene un centro de investigación médica química y
biológica, el Instituto para la Investigación Biológica de Israel
(IIBR, por sus siglas en inglés) en un emplazamiento de seguridad en
Ness Ziona, a 20 kilómetros al sur de Tel Aviv, y otro en Dimona, en el
Negev. Se cree que el IIBR, que emplea a cientos de científicos y
empleados, ha desarrollado armas químicas y biológicas, pero la censura
oficial impide todo tipo de discusión acerca de sus actividades.
Tras
la caída en una zona residencial de Amsterdam en 1992 de un avión de
[la compañía aérea israelí] El Al que llevaba gas nervioso desde Israel
a Estados Unidos el periódico holandés NRC Handelsblad
descubrió unas “sólidas relaciones” entre el IIBR y centros de
investigación similares en Estados Unidos, una “estrecha cooperación
entre el IIBR y el programa de guerra biológica
británico-estadounidense” y una “amplia colaboración en investigación
sobre guerra biológica con Alemania y Holanda”.
Desde 2001, tras
el estallido de la segunda Intifada, ha habido varios incidentes
documentados de soldados israelíes que ha utilizado un “gas
desconocido” contra palestinos, particularmente durante la campaña de
seis semanas de las fuerzas militares israelíes en Gaza.
Daba la
casualidad que el conocido director cinematográfico estadounidense
James Longley estaba rodando en Gaza, Khan Yunis y Rafah durante la
primera incursión importante israelí en la primavera de 2001. Filmó
inmediatamente a las víctimas. Su premiado documental, Gaza Strip,
muestra de manera muy gráfica la realidad de la guerra química: los
botes [de gas], los médicos, los testigos y el espantoso sufrimiento de
las víctimas, muchas de las cuales estuvieron hospitalizadas durante
varios días o semanas.
Estos ataques continuaron durante varios
años. En junio de 2004 el grupo pacifista israelí Gush Shalom documentó
un incidente en el pueblo cisjordano de al-Zawiya donde se trató a 130
pacientes por inhalación de gas después de que el ejército israelí
dispersara una protesta no violenta contra el Muro de seguridad de
Israel. El grupo afirmó que no eran los gases lacrimógenos habituales y
preguntaba: “Entonces, ¿se trata de una manera de dispersar una
manifestación o de guerra química?”.
Como se difundió la noticia
de estos nuevos gases los periodistas internacionales lo investigaron y
el canal de televisión BBC hizo un reportaje especial en 2003 sobre el
uso por parte de Israel de “nuevas armas no identificadas”. Informó que
Israel se negaba a “decir qué era ese nuevo gas”.
Durante el
ataque militar de Israel a Gaza en el verano de 2006 los médicos
informaron de que decenas de víctimas tenían el cuerpo completamente
quemado y heridas tipo de las de metralla que los rayos X no podían
detectar.
Prolongadas investigaciones y análisis de las muestras
de los metales encontrados en los cuerpos de las víctimas y el examen
de las inusuales heridas llevaron a la conclusión de que la causa más
probable de estas fueran misiles muy similares a los Explosivos de
Metal Inerte Denso (DIME, por sus siglas en inglés) fabricados por
Estados Unidos. En otras víctimas se encontraron restos de tungsteno,
una sustancia extremadamente cancerígena.
Israel volvió a
utilizar armas de fósforo, cuyos efectos son extremadamente dañinos, en
los bombardeos aéreos de una semana contra la población civil desarmada
e indefensa durante la operación Plomo Fundido en 2008-2009, el
mortífero ataque a Gaza que causó entre 1.166 y 1.417 palestinos
muertos y solo 13 israelíes muertos, de los cuales cuatro lo fueron por
fuego amigo.
El informe de investigación de la ONU, conocido como
el Informe Goldstone Report, reiteraba las conclusiones de otros muchos
respetados estudios internacionales y confirmaba el uso
desproporcionado de fuerza contra los palestinos por parte de Israel y
las acusaciones contra Israel y Hamas de crímenes de guerra y “posibles
crímenes contra la humanidad”, incluido el uso por parte de Israel de
fósforo. En él se dice que las fuerzas israelíes fueron
“sistemáticamente temerarias” al utilizar fósforo en zonas urbanizadas
y cita el ataque israelí a las instalaciones de la Agencia de la ONU
para los Refugiados Palestinos en la ciudad de Gaza y los ataques al
Hospital Al Quds y al Hospital Al Wafa.
Lejos de que Israel fuera
llevado ante el Tribunal Penal Internacional como resultado del
informe, Goldstone y los demás autores del informe fueron objeto de una
campaña internacional de acoso, intimidación y vilipendio de la
investigación por parte de Israel, lo que llevó a que Goldstone hiciera
una complaciente rectificación de sus conclusiones. Pero tres de sus
coautores rechazaron las peticiones de retractarse de su informe o de
falsear su objetivo afirmando que eso “despreciaría el derecho de las
víctimas palestinas e israelíes a la verdad y la justicia”.
El
desarrollo por parte de Israel de armas químicas, biológicas y
nucleares, unido a sus fuerzas militares vastamente superiores fue lo
que llevó Damasco a establecer su propio programa de armas químicas
tras la apropiación [por parte de Israel] en 1967 de los Altos de Golan
sirios, su subsiguiente anexión y ocupación, y el establecimiento de
colonias israelíes habitadas por 20.000 israelíes.
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