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domingo, 29 de septiembre de 2013

Cuba: Los Cinco, quince años de injusticia



Desde el mismo triunfo de la Revolución, la isla caribeña ha sido víctima del terrorismo practicado por los diferentes –e idénticos, sin embargo- gobiernos norteamericanos, bien sea de manera directa a través de la CIA, o por su “dejar hacer” a los grupos reaccionarios de origen cubano que han operado impunemente desde el territorio imperialista.
Los daños causados por tan siniestras actividades no han sido precisamente pequeños: 3.478 muertos y 2.099 lisiados; en cuanto a las pérdidas económicas se refiere, también éstas han sido ciertamente importantes: más de 54.000 millones de dólares.
Pero me voy a centrar ahora en un espacio de tiempo concreto, con el fin de denunciar una vez más la tremenda injusticia que se está cometiendo -desde hace ya quince años- contra los compañeros Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Fernando González, Antonio Guerrero y René González -este último ya libre y residiendo en Cuba-, en todo el mundo conocidos como los Cinco.
Al desaparecer la URSS y todo el campo socialista, Cuba comenzó a vivir un período de serias dificultades –el Período Especial que todos conocemos-, y es que más del 80% del comercio lo tenía precisamente con los países del Consejo de Ayuda Mutua Económica –CAME-, cuyo desmantelamiento provocó una caída brusca de la economía cubana de entre el 35 y el 50%, con sus lógicas y adversas consecuencias para la población revolucionaria.
En aquella situación de carencias materiales extremas, con el incremento poco común de la emigración en precarias balsas hacia las costas de Estados Unidos, con disturbios callejeros y saqueos de comercios en la capital del país –inexistentes hasta aquel 5 de agosto de 1994 en Cuba revolucionaria-… la contrarrevolución, esta vez con más convencimiento por su parte, volvió a asegurar que había llegado “la hora final de Castro” tan repetidamente anunciada. Pero cuán lejos de la realidad estaban los perversos deseos de aquellos mercenarios del imperio norteamericano. Una vez más, la gusanera de Miami a través de sus fascistas voceros se equivocó y, para su desgracia –no para la inmensa mayoría de la población cubana-, “la hora final de Castro” dura ya muchos años.
Aquel 5 de agosto de 1994, la inesperada aparición del propio Fidel en el lugar de los hechos cambió radicalmente la postura de los saqueadores manifestantes. La sola presencia del carismático líder dispersó a las violentas personas que abandonaron el lugar de manera pacífica, profundamente asombradas ante la imagen captada por sus propios ojos –Fidel en persona en un lugar como aquel y en un momento como ése- y con la baba cayéndosele admirativamente a más de uno por la comisura de los labios.
Arleen Rodríguez Derivet resumió el histórico hecho con estas ilustrativas palabras: “Fidel salió a las calles de una Habana apedreada y violenta sin más escudo que su dignidad y su fe en el pueblo. Y todos fuimos testigos de que a su paso la ciudad era otra de repente”.
Pocos presidentes de otros países del mundo se hubieran atrevido a actuar de idéntica manera; sencillamente porque, a pesar de jactarse hasta la saciedad de haber sido “democráticamente elegidos por el pueblo”, les hubieran caído arriba sin ningún tipo de contemplaciones, y no precisamente para premiarles con caricias y besos.
“Exactamente un año después, el 5 de agosto de 1995, la población de La Habana, y los turistas boquiabiertos, verían correr, con la fuerza de los primeros años de la Revolución, un río humano por la avenida del Malecón, que asumía conscientemente la convocatoria de demostrar al mundo la vitalidad del socialismo cubano” –el entrecomillado es de Rubén Zardoya Loureda.
De modo que, a pesar de que el imperio norteamericano apretó deliberadamente con las leyes Torricelli -1992- y Helms-Burton -1996- seriamente convencidos de que los cubanos ya no resistirían durante mucho tiempo, aquel y la reacción de origen cubano que esperaban asistir al entierro del proceso revolucionario para retomar el control de la Isla, debieron de deshacer las maletas que ya tenían preparadas para regresar a Cuba; sencillamente porque, como dijera Cintio Vitier, “donde esperaban encontrar un vacío ideológico los estaba esperando el pueblo de Céspedes, de Maceo y de Martí, algo más que una ideología, una vocación concreta de justicia y libertad”.
En 1994 la economía cubana llegó a emerger con un PIB del 0,7%, y, aunque lentamente, sin recortar los principales logros de la Revolución, continuó imparable hacia delante. Ajena al efecto dominó, la Revolución Cubana no se derrumbó y siguió firme sin desviar un ápice la dirección de su camino. Así que, desesperados, los gusanos decidieron desempolvar un método que, como ha quedado dicho unas líneas más arriba de este texto, ya habían utilizado en otras muchas ocasiones: el terrorismo que tanto daño ha causado al pueblo cubano a lo largo de tantos años. Se trataba de causar el mayor daño posible al sector turístico de la Isla, con el perverso propósito de ahuyentar al turismo y afectar a la economía.
Así, el 12 de abril de 1997 comenzó una serie de atentados terroristas contra hoteles de Cuba, estallando la primera bomba en la discoteca “Aché”del Meliá Cohiba. La acción fue dirigida por Luis Posada Carriles y financiada por la Fundación Nacional Cubano Americana –FNCA-, radicada en Miami. Tras varios atentados de parecida incidencia, el 11 de agosto de 1997 la Junta de Directores de la FNCA, sacando pecho y de la manera más cínica posible, difundió un mensaje atribuyendo la colocación de las bombas a la “rebeldía interna que durante las últimas semanas se vienen sucediendo a través de la Isla”, y respaldó sin ambages los atentados.
El 4 de septiembre hubo nuevas explosiones. Los hoteles afectados fueron el Copacabana, Chateau y Tritón, así como en La Bodeguita del Medio. Este fue, sin duda, el día más siniestro de aquella cadena de atentados, ya que en el primero de los hoteles falleció como consecuencia de la explosión el turista italiano Fabio di Celmo.
Cuba, a través de la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana –SINA-, llegó a enviar numerosas notas al gobierno yanqui para ponerle al corriente de los hechos, ya que era un problema no sólo de Cuba sino también de los Estados Unidos. Éstos, por cierto, agradecieron la información recibida.
La campaña terrorista llegó a cobrar tintes verdaderamente dramáticos, y es que los investigadores cubanos obtuvieron fidedigna información de que existían planes muy avanzados para atentar contra aviones de pasajeros con turistas que viajan desde y hacia Cuba. Los fantasmas del atentado del avión despegado en Barbados volvieron a hacer acto de presencia en la memoria de los cubanos. Obviamente había que tratar de impedir una reedición de aquel crimen cometido en 1976, con un saldo de 73 víctimas mortales, cuya autoría intelectual precisamente recayó en la siniestra persona de Luis Posada Carriles.
En abril de 1998 y durante una de sus innumerables estancias cubanas, Gabriel García Márquez comentó a su amigo Fidel sobre la posibilidad que tenía de entrevistarse con el presidente William Clinton en el transcurso de un próximo viaje a los Estados Unidos –en septiembre del año anterior ya lo había hecho-. En aquella conversación surgió la idea de que el escritor colombiano le hiciera llegar un mensaje confidencial de Fidel, sobre el siniestro plan terrorista que Cuba acababa de descubrir y que he comentado unas líneas más arriba.
García Márquez fue recibido en la Casa Blanca el 6 de mayo, pero no por el presidente sino por Thomas McLarty –un estrecho colaborador de Clinton- y tres altos funcionarios del Consejo Nacional de Seguridad –NSC-: Richard Clarke, James Dobbins y Jeff Delaurentis. Los cuatro leyeron el mensaje, y la parte que hacía referencia al plan terrorista los impresionó a todos.
El escritor dejó caer una sugerencia de Fidel, no incluida en el texto, sobre si sería posible que el FBI hiciera contacto con sus homólogos cubanos para aunar esfuerzos en la lucha contra el terrorismo; los interlocutores del presidente imperialista la recogieron. Finalmente acordaron ponerse a trabajar en el asunto, y Gabriel García Márquez salió de la Casa Blanca con la impresión de que su esfuerzo había merecido la pena, convencido de que el mensaje llegaría a manos del presidente.
Siguió el intercambio de notas entre el MINREX y la SINA. El 15 de junio de 1998 llegó a La Habana una delegación del FBI para reunirse con las autoridades cubanas. Las reuniones se efectuaron los días 16 y 17 y, en el transcurso de ellas, los cubanos entregaron abundante y precisa información a los norteamericanos.
La delegación del FBI valoró muy positivamente la documentación recibida y, antes de abandonar Cuba, se comprometió a responder en la mayor brevedad posible sobre el análisis realizado a estos materiales. Pero pasaron los días, las semanas… e incluso los meses sin que sólo se recibieran escasas noticias, todas ellas sin la menor trascendencia. Y he aquí que, en espera de otras más favorables, el 12 de septiembre llegó la noticia que nunca debió llegar: en lugar de perseguir y detener a los criminales, el FBI aunó todas sus fuerzas y, tras identificarlos y perseguirlos, procedió al arresto de los Cinco, quienes, poniendo en riesgo sus vidas, se habían infiltrado en las entidades fascistas de Miami constituyendo la principal fuente de información sobre las actividades terroristas contra Cuba.
Sabemos que la mafia de Miami siempre ha tenido mucha influencia en el gobierno norteamericano, de modo que, enterada de los contactos existentes entre las autoridades de Cuba y Estados Unidos, se puso a obstaculizar todo avance en la cooperación antiterrorista que se llevaba a cabo. Héctor Pesquera, jefe del FBI en Miami y conocido miembro de la mafia ultraderechista, tuvo mucho que ver en la nefasta resolución del caso.
Los niveles más altos del FBI acabaron cediendo ante el empuje y las influencias de la mafia terrorista, lo mismo que el presidente de los Estados Unidos y el Congreso de Seguridad Nacional. Lo curioso del caso es que, mientras Pesquera se dedicaba a perseguir y arrestar a los Cinco, no pocos de los participantes de los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York residían y se entrenaban sin sobresaltos en la Florida, el área que estaba bajo la responsabilidad de Pesquera.
Los cinco Héroes de la República de Cuba, título que les otorgó su pueblo siempre agradecido, lograron abortar unos 170 atentados contra el país revolucionario, alertando a tiempo a las autoridades de La Habana. Tras su detención, los Cinco fueron acusados de espionaje -sin la aportación de ninguna prueba que certificara la acusación, porque no existen ni pueden existir-, y, mediante un juicio farsa, fueron condenados a injustas y alucinantes penas:
-Gerardo Hernández Nordelo: dos cadenas perpetuas más 15 años.
-Ramón Labañino Salazar: una cadena perpetua más 18 años.
-Antonio Guerrero Rodríguez: una cadena perpetua más 10 años.
-Fernando Rodríguez Llort: 19 años.
-René González Seheweret: 15 años.
Durante los quince años transcurridos, el ensañamiento contra los Cinco no sólo se ha limitado a las penas aplicadas –nadie por el delito que se les atribuye a los cubanos y no han cometido, ha sido condenado a cadena perpetua en los Estados Unidos-, sino también al mal trato que han recibido, tanto ellos como sus familiares, por parte de la administración imperialista. Los que expongo a continuación sólo son unos pocos ejemplos de los muchos que, por desgracia, existen: A Adriana Pérez y Olga Salanueva, esposas de Gerardo Hernández y René González respectivamente, el gobierno de los Estados Unidos les denegó visados para poder visitar a sus maridos.
En otros casos, como el de Elizabeth Palmeiro, esposa de Ramón Labañino, se lo llegaron a conceder 18 meses después de solicitado. Cínica como ella sola, la Secretaria de Estado por aquel entonces, Hillary Clinton, llegó a decir que la visita de Adriana –la esposa de Gerardo- “constituiría una amenaza a la estabilidad y seguridad nacional de los Estados Unidos”. Especialmente sangrante es que mientras los Cinco permanecen presos, Luis Posada Carriles y otros conocidos terroristas se pasean tranquilamente por las calles estadounidenses.
Estamos frente a un nuevo 12 de septiembre sin que se haya hecho justicia con los Cinco -ahora son cuatro pero siguen siendo Cinco-. Son quince ya los años privados de libertad en cárceles del imperio. Que la digna entereza que ellos profesan nos sea contagiada a las muchísimas personas que creemos en su inocencia. Ante la falta de humanidad en la dirigencia imperialista -nunca la han tenido-, sólo empujando entre todos con fuerza lograremos derribar los muros de la injusticia que los mantiene presos.
Paco Azanza Telletxiki

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