Mario Roberto Morales (*)
GUATEMALA - Cuando nuestros primeros padres produjeron más de lo que consumían, se preguntaron qué hacer con el excedente producido. Su decisión hubo de ser legitimada ante la muchedumbre mediante mitos de origen que responsabilizaron a los dioses por la existencia de quienes se ofrecieron a administrar ese excedente. Fue así que los políticos y su Estado se legitimaron apelando a un mandato divino que anonadó por siempre a las masas.
Pero el excedente producido planteó a nuestros primero padres otro dilema: el de cómo asegurar la heredad de aquella riqueza a los hijos después de la muerte de quienes por derecho divino se la apropiaban. Fue entonces cuando instauraron la propiedad privada como un derecho “natural” privativo de los descendientes de los dioses. Pero como en aquella sociedad la sexualidad no estaba normada y todos sabían quién era su mamá y a nadie le importaba quién era su papá, no había manera de establecer la consanguinidad de los hijos para heredarles la riqueza acumulada. Entonces los hombres inventaron la familia como una institución basada en la especialización de la mujer en el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos, mientras ellos se asignaron la tarea de producir riqueza, consolidar su poder y ampliarlo por medio de las guerras.
La familia requirió el paso del matriarcado o parentesco matrilineal al patriarcado o parentesco patrilineal, lo cual implicó imponerle a la mujer el yugo de la monogamia, pues aquella era la única manera de asegurar (mal que bien) la paternidad sanguínea sobre los futuros herederos de la riqueza acumulada por quienes decidían qué hacer con el excedente productivo. Para lograrlo, la familia se apoyó en el matrimonio o ley por medio de la cual la mujer y el hombre renuncian voluntariamente a su libertad sexual. Y aquí empezaron los problemas a los que alude Ambrose Bierce cuando define ciertos vocablos en el apartado de la letra M de su Diccionario del diablo. Por ejemplo, cuando define Matrimonio como la “Condición o estado de una comunidad formada por un amo, un ama y dos esclavos, todos los cuales suman dos”. La definición no amerita comentarios. Es tan contundente como una campanada al amanecer.
Pero a pesar de que la monogamia fue un fracaso natural y el matrimonio una estafa social, hoy seguimos reproduciéndonos según estos valores al tiempo que los sorteamos de mil maneras ingeniosas. El instinto triunfa sobre la civilización y el mundo se ve superpoblado a tal extremo, que ya en el siglo XVIII Robert Malthus alertaba sobre que la sobrepoblación llevaría a la hambruna y a la enfermedad. Por eso, en su definición del término Malthusiano, Bierce escribe: “Relativo a Malthus y sus doctrinas. Malthus creía en la necesidad de limitar artificialmente la población, pero descubrió que eso no podía hacerse hablando. Uno de los exponentes más prácticos del malthusianismo fue Herodes de Judea, aunque todos los militares famosos han participado de esas ideas”. Si no, que lo digan los oficiales kaibiles y los oligarcas, grandes benefactores de la humanidad; pues, como Herodes, ayudaron a que la hambruna y la enfermedad no se expandieran más eliminando a los futuros hambrientos de Guatemala por medio del genocidio de los años 80. No por nada Bierce define Mono como “Animal arbóreo que se instala en los árboles genealógicos”. Y sobrevive en los de sangre azul y en los de mala leche.
(*) Columnista de ContraPunto
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