Napoleón Gómez Urrutia
La Jornada
Los dos países
más grandes de América Latina, Brasil y México, no sólo por el número
de sus habitantes, sino por el tamaño de su producto interno bruto
(PIB), se encuentran en una situación de incertidumbre generalizada,
tanto por sus problemas internos como por el efecto que tendrá sobre sus
economías el resultado de las elecciones en Estados Unidos de América.
Por supuesto que en cualquiera de los dos casos es imprevisible el
impacto del desenlace de la contienda electoral entre el Partido
Demócrata y el Partido Republicano. Sin duda que si Trump ganara las
elecciones las cosas se complicarían más y el futuro sería más incierto.
México y Brasil tendremos elecciones en 2018 para renovar la
Presidencia de la República. En ambos casos hay una crisis política de
confianza y de legitimidad, aunada al comportamiento poco favorable con
el que se observa el crecimiento económico, producto de la caída en los
precios del petróleo y los energéticos en general, así como por la
incompetencia y la superficialidad para gobernar, pero también por la
pésima distribución del ingreso en las dos naciones y la cada vez más
complicada estrategia para abrir nuevas oportunidades y fomentar más y
mejores empleos.
Ambos gobiernos han decepcionado a nuestros países y a sus
habitantes. La desigualdad social y económica se ha incrementado
dramáticamente, y la endeble democracia se ha deformado a favor de los
intereses concentrados de una élite que no cubre el complejo espectro de
las fuerzas políticas, ni mucho menos las expectativas de alcanzar un
mayor bienestar para la mayoría de sus habitantes. En lo internacional,
el prestigio de Brasil y México que anteriormente eran observados con
respeto, hoy se ve como la imagen degradada de dos gobiernos que no
saben bien dónde están sus objetivos, mucho menos sus metas, y que
carecen de la sensibilidad, la visión y el compromiso para hacer valer
la soberanía, la justicia y la dignidad.
En el caso de Brasil, el primero de enero de 2003 por primera vez en
la historia de ese país, un trabajador y líder sindical tomó posesión
como presidente, Luiz Inácio Lula da Silva. Desde el primer día de su
mandato, Lula decidió luchar contra el hambre y la miseria, y asumió la
misión de dedicar su vida para asegurar que todos los brasileños
pudieran comer tres veces al día. En octubre de 2006 fue reelecto para
un segundo periodo como presidente. Dilma Rousseff, también miembro del
Partido del Trabajo (PT), de Lula, continuó su lucha hasta que fue
acusada con falsos cargos para destituirla el 31 de agosto de 2016.
Brasil tiene 208 millones de habitantes (la quinta población
más grande del mundo) y México 120 millones (la décimo primera mundial).
Brasil en la actualidad es la novena economía a escala internacional,
al pasar durante la última década del lugar número 15 al nueve en orden
de importancia. México por el contrario, durante esos mismos años pasó
del lugar nueve al 14 hoy en día. Los dos países tenemos la peor
distribución del ingreso en el mundo, Brasil ocupa el primer lugar y
México el tercero. Los salarios mínimos durante los periodos de Lula y
Dilma crecieron ocho veces, mientras en México ni siquiera se han podido
duplicar y, en términos reales, una vez descontada la inflación, su
valor es todavía muy inferior al nominal. De tal forma que aunque
tenemos algunos problemas estructurales similares, otros son diferentes,
particularmente por los resultados.
En el balance final, la frustración y la decepción para los
habitantes de ambas naciones es evidente y los riesgos políticos y
sociales son también de alta peligrosidad para la estabilidad de estos
dos gigantes de América Latina. Por eso los derechos humanos y laborales
están en riesgo, y muy en especial los de libertad, justicia,
democracia y una prosperidad compartida que no parece estar en la mente
ni en los programas de gobierno de los políticos y sus grupos que hoy
dominan en los dos casos.
En estas condiciones, el resultado de las elecciones en Estados
Unidos entre Hillary Clinton y Donald Trump aumenta la incertidumbre que
se extiende a toda la región latinoamericana y al mundo entero. De
hecho, los problemas comienzan a surgir con mayor fuerza en algunos
países como Argentina, Colombia, Venezuela, Perú, Bolivia, entre otros
más. Hoy es fundamental la unidad y la solidaridad de todo el continente
para enfrentar juntos esos problemas que amenazan la seguridad, la paz,
la aplicación correcta de la justicia y la equidad entre nuestros
pueblos, los cuales pueden agravarse después del 8 de noviembre.
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