La Jornada
El presidente
estadunidense, Barack Obama, criticó ayer al director de la Oficina
Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés), James Comey,
por haber divulgado indebidamente la reapertura de la investigación
sobre la posible reponsabilidad judicial de la candidata presidencial
demócrata, Hillary Clinton, quien como secretaria de Estado usó un
servidor privado para operar su correspondencia electrónica oficial, lo
que habría puesto en riesgo la confidencialidad de sus comunicaciones.
La filtración, que viola las normas de operación de la FBI, se tradujo
en una reducción del margen en favor de Clinton en las encuestas de
intención de voto de cara a los comicios presidenciales del próximo
martes 8 de noviembre y en un inesperado repunte del aspirante
republicano, Donald Trump, quien hasta la semana pasada parecía
condenado a una derrota en los comicios.
La acción de Comey (quien hasta este año estuvo afiliado al Partido
Republicano) se traduce, en los hechos, en el uso faccioso de una
institución pública en un proceso electoral caracterizado por su
polarización, el escepticismo de la ciudadanía ante los candidatos y la
emergencia de un individuo como Trump, quien ha basado su carrera hacia
la Casa Blanca en un ataque abierto y sistemático a los principios
básicos de la ética cívica y en un alarde de cinismo social sin
precedente en la clase política del país vecino.
Pero el director de la FBI no es el único funcionario que ha recibido
críticas por imprimir a su gestión un sesgo electorero. Meses atrás,
Loretta Lynch, titular del Departamento de Justicia y jefa nominal de
Comey, fue criticada por haberse reunido con Obama en momentos en que
estaba pendiente la decisión oficial sobre si investigar o no a Clinton
por el asunto del servidor de correos electrónicos. Con ello, la abogada
general estadunidense dio la impresión de operar a favor de la
aspirante presidencial demócrata.
En suma, el proceso electoral en curso en la nación vecina,
lejos de consolidar y fortalecer a sus instituciones, las está
contaminando. Ello se explica por la creciente erosión moral de un
sistema político que se presenta a sí mismo como modelo para el mundo,
pero que ha dejado de ser un mecanismo de solución a los problemas de la
población para convertirse en un espacio en el que las distintas
facciones de la oligarquía empresarial y financiera dirimen sus
conflictos y concilian sus diferencias. Se deriva de ello una creciente
insustancialidad de la política hasta el punto de que en el proceso
actual los equipos demócrata y republicano de campaña están más ocupados
en denostar al candidato contrario que en resaltar el programa del
propio. En ese entorno, el debate político brilla por su ausencia y el
intercambio de argumentos ha sido remplazado por una colosal lucha de
lodo.
A la postre, tal escenario habría de llevar a un importante sector
del electorado al grado de abatimiento y cinismo que se requiere para
abrazar la causa de un aspirante presidencial como Donald Trump: un
racista confeso, un hostigador sexual desembozado y un individuo que
presenta como méritos su ignorancia, su prepotencia y su carencia de
escrúpulos.
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