[Honduras] Entrevista con el historiador Darío Euraque
Brecha
Darío Euraque es uno
de los historiadores hondureños más reconocidos internacionalmente por
su trayectoria y producción académica. Entre otros méritos, ha matizado
exitosamente la noción de “república bananera”, idea peyorativa con la
que históricamente se asocia a los países centroamericanos y que
precisamente se inició y ambientó en Honduras a partir de la novela de
Williams S Porter (1862-1910). Además de sus obras históricas, Euraque
es autor de un libro testimonial sobre el golpe de Estado de 2009,
episodio que vivió en carne propia mientras colaboraba con el gobierno
del presidente Manuel Zelaya Rosales. Desde entonces, despojado de su
cargo al frente de la gestión del patrimonio cultural del país, regresó
al Trinity College, en Estados Unidos, donde estudió y es profesor
titular desde hace más de dos décadas. Brecha conversó con él acerca de
la débil institucionalidad en Honduras y la influencia de Estados Unidos
en su país, pero también sobre los desafíos novedosos que enfrenta una
nueva generación de jóvenes que ha comenzado a participar y defender con
fuerza sus derechos.
—¿Qué hay de novedoso, y también de continuidad, en lo que acontece actualmente en Honduras?
—Hay ciertos fenómenos que sí son novedosos, otros que no, y que si no
se comprenden ambos, uno puede menospreciar, reduciendo lo que está
sucediendo a la caricaturización de lo que es un país pobre, o
“república bananera”. Lo más novedoso es lo siguiente: por primera vez
en la historia del sistema político hondureño, desde la independencia
hasta ahora, un gobierno que se quiere reelegir –algo nada nuevo para el
país– se enfrenta en una elección general a una coalición de partidos
integrados en una alianza electoral. Aunque parezca normal en otros
sitios, es totalmente nuevo para Honduras, nunca se había hecho eso. La
Alianza de Oposición Contra la Dictadura –así se llama– la conforman
tres partidos, todos nuevos, generados a raíz de la resistencia contra
el golpe de Estado de 2009. Esto también aporta otra novedad, porque no
sólo es que están en “alianza” sino que los partidos más antiguos, el
Partido Libertad y Refundación (Libre), del ex presidente derrocado
Manuel Zelaya Rosales, y el Partido Innovación y Unidad (Pinu),
socialdemócrata, fundado a comienzos de los setenta, le ceden la
candidatura presidencial a Salvador Nasralla, un personaje que en 2011
había fundado el Partido Anticorrupción (Pac). Hasta su título es
interesantísimo en un contexto como el de Honduras. Nasralla es un
hombre que no tiene vínculos políticos con los partidos antes de 2011 y
que es de ascendencia árabe-libanesa. Esto es relevante, dado que en
Honduras, aun después del golpe de Estado –no es menor señalarlo–,
existió, incluso desde la izquierda, una etnofobia contra la presencia
de la “hondureñidad palestina”, en parte porque el gran capital
hondureño ha estado en manos de muchas familias de ascendencia
árabe-palestina, y en parte porque muchos de ellos, no sólo de familias
importantes sino los dueños del gran capital –sobre todo financiero,
comercial– y de los principales periódicos de Honduras, radioemisoras y
canales de televisión, apoyaron el golpe de Estado de 2009. En ese marco
tener a Nasralla como el candidato de esta coyuntura, con ese perfil,
es totalmente nuevo en la historia política del país. A ello debe
agregarse que, aun si presumimos que no existió fraude –aunque yo creo
que existió–, el hecho de que una alianza de estas características, con
este candidato, pierda –aunque eso está por verse todavía– con una
diferencia de uno o dos puntos es inédito, no sólo en la historia de
Honduras, sino de toda Centroamérica.
—Más aún si tenemos en
cuenta la débil institucionalidad histórica de los países
centroamericanos, y más incluso en el caso de Honduras.
—Hay
un hecho que no se conoce fuera pero es importante: Honduras ha tenido
15 constituciones desde la independencia, con todo, ésta bajo la cual se
organizaron las elecciones y que fue violentada con el golpe de Estado
de 2009 es una de las que han durado más tiempo. Se remite al año 1981,
cuando Honduras y otros países de Centroamérica intentaron transitar a
la democracia como forma de dejar atrás las guerras civiles. Hasta
entonces Honduras, al igual que los países de la región, salvo Costa
Rica, había estado bajo regímenes militares que gobernaban
dictatorialmente, más allá de que existía otro texto constitucional de
1965 pero al que nadie le prestaba atención. Por lo afirmado, debe
tenerse presente que el país ha tenido en promedio una Constitución cada
diez o quince años, lo cual tiene una indudable repercusión en todo el
sistema político.
Ahora bien, soslayando los períodos
dictatoriales, en los pocos momentos en que ha habido gobiernos civiles,
esos mismos gobernantes, para mantenerse en el poder y continuar y
neutralizar resistencias, han recurrido al fenómeno que está viviendo
Honduras actualmente, y que es un estado de sitio. A este respecto es
importante mencionar el trabajo de un colega estadounidense, Kevin
Coleman, quien fue el primero en generar un registro sistemático del
número de veces y la cantidad de tiempo en que, desde fines del siglo
XIX hasta los sesenta del siglo XX, Honduras vivió en estados de
excepción durante los cuales la población perdía sus libertades de
asociación, reunión o expresión. Obviamente que cuando hay una dictadura
se pierde eso, pero lo que no se sabe es que los mismos gobiernos
civiles y democráticos han recurrido a este recurso: el hecho de que el
presidente Juan Orlando Hernández recurra en Consejo de Ministros al
estado de sitio ha sido como sacarse una pluma del bolsillo. Es parte de
la ingeniería antidemocrática que usan todos los partidos.
Incluso iría más lejos, eso permea muchos impulsos antidemocráticos y
autoritarios de la población hondureña en general, y lleva a que la
forma de resolver los problemas sea –a sabiendas de la historia de
golpes y estados de excepción– recurriendo a la violencia.
—Por lo que explicas, parece que entonces la Alianza es temporal.
—No. A pesar de esta tradición antidemocrática que de alguna manera
acabo de caracterizar, hay una serie de factores que incidieron no sólo
en que surgiera un Libre, una figura como Nasralla, sino un Frente de
Resistencia Nacional Popular, que si bien ha sido golpeado con
asesinatos y más, es posible que todo esto sea quizás una transición a
una cultura política mucho más madura. Y allí hay factores clave que
pueden explicar esto. Uno es que la población hondureña en general –y la
población electoral– es bien joven, y en torno a ella surge el carácter
no alienado de su comportamiento electoral con los partidos históricos,
sea con los liberales como con el Partido Libre. Entonces tenemos un
fenómeno extraordinariamente novedoso y a mi juicio bienvenido: la
destrucción del Partido Liberal, un partido que definitivamente perdió
la visión social que tuvo en los cincuenta y los sesenta, y que más
recientemente apoyó el golpe de Estado, ahora cosecha una adhesión de 15
por ciento. Eso quiere decir que las nuevas generaciones de votantes no
cayeron en el tradicionalismo.
—¿Cuánto incidió entonces una
figura como la de Nasralla, en su rol de comunicador, relator y
presentador de televisión, para cosechar el apoyo de esa nueva
generación juvenil de votantes?
—A mi juicio debe añadirse
otro elemento que es más estructural que Nasralla y que pasa por el
acceso a los medios de comunicación y a una cultura de las redes
sociales que no existía tan masivamente en 2009. Desde esa fecha hasta
ahora se ha desarrollado toda una cultura de redes sociales que los
partidos ya no controlan y que sí la maneja esa juventud, que se
articula incluso a nivel internacional. He aquí entonces el vínculo
entre ese fenómeno y Salvador Nasralla. Él es ingeniero, estudió en
Chile también, pero políticamente no construyó nada en Honduras hasta
muy recientemente, y de hecho es conocido en el país por dos papeles muy
populares que desempeñó. Uno tiene que ver con ser narrador de fútbol,
por radio y televisión. Además cultivó su imagen: es un hombre alto,
blanco, lo que en Honduras es una excepción al fenotipo y llama la
atención. Es un gran amante del deporte, sobre todo del fútbol, gran
defensor de la camiseta hondureña, y tiene una forma particular de
narrar o relatar –como dicen en Uruguay– los goles. Entonces miras en
sus discursos y parece que nunca se le olvida que ya no está narrando
partidos sino que está brindando discursos políticos.
Para
finalizar, en torno a su papel mediático, él fundó y conduce un programa
de televisión de sorteos que se llama X0 da dinero, muy popular, que se
emite en vivo y se ve no sólo en la capital, y que tiene como quince
años.
—Resulta inevitable consultarte acerca de Estados
Unidos, que ha permanecido extremadamente silencioso en una región donde
históricamente su poder se ha impuesto decisivamente.
—Cuando digo Estados Unidos me refiero fundamentalmente a la embajada.
No dudo de que tras las sombras está buscando formas de proteger sus
intereses. Pero se da una coyuntura muy especial y creo que es
importante no reducirla a superficialidades. Lo primero es la Alianza,
algo a lo que nunca se ha enfrentado un gobierno estadounidense en
Honduras. Están acostumbrados a los viejos políticos tradicionales, y
Salvador Nasralla no lo es. Por otro lado está también el grave problema
del narcotráfico. En los últimos cuatro años se han extraditado 16
capos a Estados Unidos, pero eso no quiere decir que desaparecieron las
estructuras. Entonces eso es parte de la preocupación, porque en esta
coyuntura no desean otro vacío de poder como el acontecido en los meses
siguientes al golpe de 2009, cuando los cárteles de México y Colombia
prácticamente contribuyeron a la elección de Juan Orlando Hernández en
2013. Y es importante recordar que el hijo del ex presidente Porfirio
Lobo –del Partido Nacional, que asumió tras el golpe de Estado–, Fabio
Lobo, está preso en Estados Unidos por narcotráfico, condenado a 24
años. No sólo eso: el hermano de Juan Orlando Hernández que es diputado
del Partido Nacional ha sido sindicado por uno de los cárteles, el de
Los Cachiros, como uno de los puentes del financiamiento que otorgó el
narcotráfico a la campaña de Hernández en 2013. Entonces a los
estadounidenses les preocupa también que si apoyan a Juan Orlando
Hernández –por no querer a la Alianza donde está Zelaya, y que no pueden
controlar– apoyan al narcotráfico.
En suma, lo anterior debe
contextualizarse y analizarse a la luz de lo que es la política interna
de Estados Unidos. Recuérdese la investigación en marcha en torno a las
relaciones entre el círculo más inmediato del presidente Trump –y quizás
él mismo– con los rusos en la campaña electoral que lo llevó a la
presidencia. Por otra parte, debe recordarse que el Departamento de
Estado no es bien visto por este presidente, todo lo cual parece
explicar también ese silencio. En otros tiempos hubiera habido
pronunciamientos mucho más fuertes. Trump ni siquiera ha nombrado un
embajador en Honduras. Ese es un contexto de sospecha que no debe
menospreciarse.
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