Muchos
estudiantes me preguntan por las razones que llevaron a la Dictadura
que empezó en este país hace cuarenta años. Politizados por las
movilizaciones del 2005 y el 2011, ya han buscado por sí mismos los
relatos que dan cuenta de los hechos. La muerte de Salvador Allende
durante el asalto a la Moneda, el asesinato de Víctor Jara, el Estadio
Nacional, Tejas Verdes, la caravana de la muerte, la tortura, los
desaparecidos. Es interesante que no pregunten por los hechos --el paro
de los camioneros, la intervención de la CIA, las querellas internas de
la izquierda, la activa complicidad de la Democracia Cristiana--
preguntan por las razones. Los estudiantes en los primeros años de la
universidad, los secundarios, sobre informados por sus búsquedas en
YouTube y Google, me piden ir más allá de la trágica superficie hacia
la tragedia más profunda de las causas y el sentido. Es interesante que
estén dispuestos a escuchar, pero no necesariamente a creer. Me piden
referencias bibliográficas, quieren que les sugiera análisis y estudios
para leer. No preguntan qué ocurrió, ni cuándo ni cómo, la pregunta
directa y quemante va dirigida hacia el por qué.
Yo les digo
que la profundización de la Reforma Agraria generó hondos rencores en
la derecha más tradicional, odiosidades cuyo eco hace que hasta el día
de hoy la Democracia Cristiana, que inició ese proceso aún siendo un
partido de derecha, sea vista con desconfianza y resquemor por la
derecha profunda, que nunca se resignó a la pérdida de los privilegios
brutales y violentos que ostentaba. Les digo que la nacionalización del
cobre, de la telefonía, del hierro y el salitre, golpearon directamente
las desmesuradas ganancias que las empresas trasnacionales obtenían,
con la venia de los gobiernos hasta esa época, y las llevaron, junto a
algunos empresarios muy chilenos, a pedir la intervención de la CIA.
Les cuento que la retórica maximalista de una izquierda provinciana,
que en su composición y programa apenas excedía los métodos y los
objetivos de la socialdemocracia, exacerbó los ánimos en plena guerra
fría, nada menos que en el patio trasero del imperialismo, ya conmovido
por la revolución cubana. Les hablo de las largas iras del pueblo,
acumuladas durante siglos de opresión y miseria, se desbocó en una
enorme revolución de expectativas que superó, como una ola furiosa, el
conservadurismo pacato y opresivo de la cultura nacional, y permitió
que el 45% de los chilenos siguieran apoyando a su compañero presidente
aún en medio de una profunda crisis económica precipitada por el
sabotaje financiado desde fuera, y aún en medio de una millonaria
propaganda que llamaba al odio y a la confrontación fomentada y
financiada justamente por los que decían oponerse al odio y la
confrontación.
Pero escucho yo mismo estas razones y me parecen aún insuficientes. Verdaderas pero aún demasiado pegadas al momento y a la anécdota. En sus preguntas, en el enojo que traslucen, en mi propio enojo, veo la demanda por explicaciones de mayor alcance, con mayor sentido histórico.
Y entonces les digo que el golpe mismo, que el terror, sólo fue un medio. Un medio que, a pesar de la violencia y la tragedia fue, en realidad, acotado. Un medio que buscaba empezar una dictadura. Pero una dictadura que era a su vez sólo un medio. Una forma de restaurar privilegios pero, por sobre todo, una forma de refundar las bases que aseguraban desde hace siglos esos privilegios. Una dictadura cuya forma violenta sólo limpiaba el camino para establecer los verdaderos objetivos. Que no era importante por su forma sino por sus contenidos.
En realidad, les digo, lo que se quería era desnacionalizar el cobre, privatizar el mar. Lo que se quería era un régimen en que se pudiera privatizar la educación, la salud, el manejo de los fondos de pensiones. Se quería algo mucho más profundo y permanente que la violencia militar. Algo para lo cual esa violencia armada era, incluso, inconveniente. Se quería una dictadura con estabilidad política. Una dictadura donde puedan mandar sin contrapeso los bancos. Donde los ricos apenas paguen impuestos, y las mineras extranjeras se puedan llevar la piedra en bruto, sin pagar nada por todo lo que no declaran. Una dictadura donde los derechos laborales prácticamente no existen, o son anulados por las libertades empresariales sin contrapeso.
Donde la corrupción estatal favorezca de manera invariable al interés privado. Donde los representantes no representen realmente a sus electores sino al mejor postor. Donde la apariencia de libertad de expresión sea anulada por el monopolio sobre los medios de comunicación. Donde las elecciones aseguren el poder de veto de la derecha. Una dictadura que presente como éxito económico el que seamos saqueados por las trasnacionales, que regale las semillas al capital privado, que permita que el 1% de la población retenga gane cuarenta veces más que el promedio del otro 99%.
Es por todo esto que cuando los estudiantes tratan de explicarse por qué ocurrió el golpe de Septiembre de 1973, cuando tratan de instruirse sobre las circunstancias sangrientas de la dictadura, y buscan bibliografías para ello, lo que puedo decir, lo que tengo que recomendar, desde el fondo de mi indignación es esto: miren el presente, la dictadura es hoy.
La memoria histórica de Chile no requiere ya de libros sobre el pasado. A los que quieran leer sobre las causas, a los que quieran entender la tragedia de la dictadura en Chile, lo que les diré, una y otra vez, con la viva indignación que he acumulado en cuarenta años de in-cilio, es esto: lean el presente, la dictadura es hoy.
Pero escucho yo mismo estas razones y me parecen aún insuficientes. Verdaderas pero aún demasiado pegadas al momento y a la anécdota. En sus preguntas, en el enojo que traslucen, en mi propio enojo, veo la demanda por explicaciones de mayor alcance, con mayor sentido histórico.
Y entonces les digo que el golpe mismo, que el terror, sólo fue un medio. Un medio que, a pesar de la violencia y la tragedia fue, en realidad, acotado. Un medio que buscaba empezar una dictadura. Pero una dictadura que era a su vez sólo un medio. Una forma de restaurar privilegios pero, por sobre todo, una forma de refundar las bases que aseguraban desde hace siglos esos privilegios. Una dictadura cuya forma violenta sólo limpiaba el camino para establecer los verdaderos objetivos. Que no era importante por su forma sino por sus contenidos.
En realidad, les digo, lo que se quería era desnacionalizar el cobre, privatizar el mar. Lo que se quería era un régimen en que se pudiera privatizar la educación, la salud, el manejo de los fondos de pensiones. Se quería algo mucho más profundo y permanente que la violencia militar. Algo para lo cual esa violencia armada era, incluso, inconveniente. Se quería una dictadura con estabilidad política. Una dictadura donde puedan mandar sin contrapeso los bancos. Donde los ricos apenas paguen impuestos, y las mineras extranjeras se puedan llevar la piedra en bruto, sin pagar nada por todo lo que no declaran. Una dictadura donde los derechos laborales prácticamente no existen, o son anulados por las libertades empresariales sin contrapeso.
Donde la corrupción estatal favorezca de manera invariable al interés privado. Donde los representantes no representen realmente a sus electores sino al mejor postor. Donde la apariencia de libertad de expresión sea anulada por el monopolio sobre los medios de comunicación. Donde las elecciones aseguren el poder de veto de la derecha. Una dictadura que presente como éxito económico el que seamos saqueados por las trasnacionales, que regale las semillas al capital privado, que permita que el 1% de la población retenga gane cuarenta veces más que el promedio del otro 99%.
Es por todo esto que cuando los estudiantes tratan de explicarse por qué ocurrió el golpe de Septiembre de 1973, cuando tratan de instruirse sobre las circunstancias sangrientas de la dictadura, y buscan bibliografías para ello, lo que puedo decir, lo que tengo que recomendar, desde el fondo de mi indignación es esto: miren el presente, la dictadura es hoy.
La memoria histórica de Chile no requiere ya de libros sobre el pasado. A los que quieran leer sobre las causas, a los que quieran entender la tragedia de la dictadura en Chile, lo que les diré, una y otra vez, con la viva indignación que he acumulado en cuarenta años de in-cilio, es esto: lean el presente, la dictadura es hoy.
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