Entrevista con el historiador Sergio Grez Toso
El Irreverente
1.
Usted vivió el golpe y también fue parte del proceso revolucionario del
país. ¿En qué pie se encuentra el movimiento social hoy en comparación
con los años 70 de nuestro país? ¿Cómo está Chile?
Los movimientos sociales sufrieron un tremendo retroceso como resultado del golpe y de la dictadura. Las organizaciones sociales en las que se sustentaba el movimiento popular fueron disueltas y duramente reprimidas, sus líderes fueron perseguidos, encarcelados, torturados, asesinados, relegados o expulsados del país. Durante años pesó sobre esas organizaciones el terror dictatorial y la prohibición absoluta de funcionar. En la década de 1980 la rearticulación de las organizaciones sociales marchó a la par con el renacimiento de la protesta social centrada en la lucha contra la dictadura. Pero el movimiento popular no logró imponer su agenda y objetivos propios, quedando finalmente subordinado al proyecto de las elites políticas de la oposición moderada de la época, sacrificando sus intereses en aras de la “vuelta a la democracia” primero, y de la “gobernabilidad” sistémica después.
La legislación laboral impuesta por la dictadura, las “leyes de amarre” y la Constitución pinochetista, han sido durante casi un cuarto de siglo otras tantas trabas que se han alzado como poderosos obstáculos para la expresión de las demandas sociales. A ello se suma el enorme poder de manipulación de las conciencias y comportamientos que ejercen los grandes medios de comunicación (especialmente la TV) cuya concentración y falta de pluralismo constituyen una verdadera “dictadura mediática” que difunde el “pensamiento único”. A lo que habría que agregar la política de contención social realizada por la Concertación durante los veinte años que gobernó el país, cuyos objetivos centrales eran la despolitización de la ciudadanía y la anulación de los movimientos sociales. Todo esto en el contexto de un modelo de economía y sociedad neoliberales uno de cuyos efectos “naturales” es la destrucción del tejido social, el reemplazo de la solidaridad comunitaria por la competencia individual y la conversión de los ciudadanos en meros consumidores.
Pero desde hace algunos años, y con más fuerza desde el 2011, asistimos a un nuevo despertar de la movilización social cuyas expresiones más potentes han sido el movimiento estudiantil, el movimiento nacional del pueblo mapuche y los movimientos de protesta regional o local de Magallanes, Aysén, Calama, Dichato, Freirina y Tocopilla, entre otros. Sin dejar de mencionar, por supuesto, las movilizaciones de los pescadores artesanales contra la privatización del mar, las luchas por la defensa del medioambiente y por los derechos de las minorías sexuales, y los paros, huelgas y protestas de los empleados fiscales, los mineros del cobre, los portuarios y los obreros del montaje industrial, por citar los más relevantes.
No obstante, hay que señalar que la reactivación de los movimientos sociales, la extensión y solidez de las organizaciones y el nivel de politización de la ciudadanía son aún incomparablemente más bajos que a comienzos de la década de 1970. Hay avances importantes y signos promisorios, pero aún estos progresos son muy parciales y no marcan una tendencia determinante de la situación. En el plano de la solidaridad no solo se está aún muy por debajo de lo alcanzado en la década de los 60 y comienzos de los 70 sino incluso de lo que el movimiento obrero podía exhibir hace un siglo atrás, cuando las huelgas por solidaridad eran hechos relativamente frecuentes y no excepcionales. Y si el punto de comparación es el período 1970-1973, hay que constatar que entonces la cuestión del poder era el tema central para muchas organizaciones sociales, lo que no guarda punto alguno de comparación con la fase actual, que es más bien de rearticulación, reanimación, elaboración de propuestas y desarrollo de acciones de recuperación de derechos básicos conculcados por la dictadura y el modelo neoliberal.
2.- ¿Qué lecciones saca usted del período del 73 que no deberían volver a ocurrir, que esté a su alcance? Si se pudiera echar el tiempo atrás ¿qué no volvería a hacer para evitar el revés que se suscitó con el Golpe militar?
Sería muy largo hacer un buen balance de lo vivido hace 40 años. Pero si por arte de magia volviéramos a aquella época, o más bien si tuviéramos que vivir en el futuro un escenario más o menos parecido, trataría de desprenderme del ideologismo y vanguardismo que caracterizó a nuestra generación; intentaría llegar a acuerdos amplios, que sin abandonar los objetivos emancipadores, permitieran hacer frente a los peligros comunes que siempre acechan a los movimientos populares.
3.- ¿Qué fue lo peor que generó el golpe en nuestra sociedad? ¿Un país individualista extremo a quién no le importa nada; una economía neoliberal a ultranza, conejillo de indias para la región o una contrarrevolución que no ha podido avanzar en 40 años?
Los tres elementos que mencionas son parte de un mismo fenómeno. La contrarrevolución de 1973 fue a su vez una verdadera “revolución capitalista” pues cambió el patrón de desarrollo plasmado en el modelo neoliberal más extremista del mundo, que es la causa del acendrado individualismo y de la mayoría de los males que aquejan a la sociedad chilena.
Entrevista publicada en El Irreverente, Año II, N°13, Santiago, del 15 de agosto al 15 de septiembre de 2013.
Los movimientos sociales sufrieron un tremendo retroceso como resultado del golpe y de la dictadura. Las organizaciones sociales en las que se sustentaba el movimiento popular fueron disueltas y duramente reprimidas, sus líderes fueron perseguidos, encarcelados, torturados, asesinados, relegados o expulsados del país. Durante años pesó sobre esas organizaciones el terror dictatorial y la prohibición absoluta de funcionar. En la década de 1980 la rearticulación de las organizaciones sociales marchó a la par con el renacimiento de la protesta social centrada en la lucha contra la dictadura. Pero el movimiento popular no logró imponer su agenda y objetivos propios, quedando finalmente subordinado al proyecto de las elites políticas de la oposición moderada de la época, sacrificando sus intereses en aras de la “vuelta a la democracia” primero, y de la “gobernabilidad” sistémica después.
La legislación laboral impuesta por la dictadura, las “leyes de amarre” y la Constitución pinochetista, han sido durante casi un cuarto de siglo otras tantas trabas que se han alzado como poderosos obstáculos para la expresión de las demandas sociales. A ello se suma el enorme poder de manipulación de las conciencias y comportamientos que ejercen los grandes medios de comunicación (especialmente la TV) cuya concentración y falta de pluralismo constituyen una verdadera “dictadura mediática” que difunde el “pensamiento único”. A lo que habría que agregar la política de contención social realizada por la Concertación durante los veinte años que gobernó el país, cuyos objetivos centrales eran la despolitización de la ciudadanía y la anulación de los movimientos sociales. Todo esto en el contexto de un modelo de economía y sociedad neoliberales uno de cuyos efectos “naturales” es la destrucción del tejido social, el reemplazo de la solidaridad comunitaria por la competencia individual y la conversión de los ciudadanos en meros consumidores.
Pero desde hace algunos años, y con más fuerza desde el 2011, asistimos a un nuevo despertar de la movilización social cuyas expresiones más potentes han sido el movimiento estudiantil, el movimiento nacional del pueblo mapuche y los movimientos de protesta regional o local de Magallanes, Aysén, Calama, Dichato, Freirina y Tocopilla, entre otros. Sin dejar de mencionar, por supuesto, las movilizaciones de los pescadores artesanales contra la privatización del mar, las luchas por la defensa del medioambiente y por los derechos de las minorías sexuales, y los paros, huelgas y protestas de los empleados fiscales, los mineros del cobre, los portuarios y los obreros del montaje industrial, por citar los más relevantes.
No obstante, hay que señalar que la reactivación de los movimientos sociales, la extensión y solidez de las organizaciones y el nivel de politización de la ciudadanía son aún incomparablemente más bajos que a comienzos de la década de 1970. Hay avances importantes y signos promisorios, pero aún estos progresos son muy parciales y no marcan una tendencia determinante de la situación. En el plano de la solidaridad no solo se está aún muy por debajo de lo alcanzado en la década de los 60 y comienzos de los 70 sino incluso de lo que el movimiento obrero podía exhibir hace un siglo atrás, cuando las huelgas por solidaridad eran hechos relativamente frecuentes y no excepcionales. Y si el punto de comparación es el período 1970-1973, hay que constatar que entonces la cuestión del poder era el tema central para muchas organizaciones sociales, lo que no guarda punto alguno de comparación con la fase actual, que es más bien de rearticulación, reanimación, elaboración de propuestas y desarrollo de acciones de recuperación de derechos básicos conculcados por la dictadura y el modelo neoliberal.
2.- ¿Qué lecciones saca usted del período del 73 que no deberían volver a ocurrir, que esté a su alcance? Si se pudiera echar el tiempo atrás ¿qué no volvería a hacer para evitar el revés que se suscitó con el Golpe militar?
Sería muy largo hacer un buen balance de lo vivido hace 40 años. Pero si por arte de magia volviéramos a aquella época, o más bien si tuviéramos que vivir en el futuro un escenario más o menos parecido, trataría de desprenderme del ideologismo y vanguardismo que caracterizó a nuestra generación; intentaría llegar a acuerdos amplios, que sin abandonar los objetivos emancipadores, permitieran hacer frente a los peligros comunes que siempre acechan a los movimientos populares.
3.- ¿Qué fue lo peor que generó el golpe en nuestra sociedad? ¿Un país individualista extremo a quién no le importa nada; una economía neoliberal a ultranza, conejillo de indias para la región o una contrarrevolución que no ha podido avanzar en 40 años?
Los tres elementos que mencionas son parte de un mismo fenómeno. La contrarrevolución de 1973 fue a su vez una verdadera “revolución capitalista” pues cambió el patrón de desarrollo plasmado en el modelo neoliberal más extremista del mundo, que es la causa del acendrado individualismo y de la mayoría de los males que aquejan a la sociedad chilena.
Entrevista publicada en El Irreverente, Año II, N°13, Santiago, del 15 de agosto al 15 de septiembre de 2013.
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