Ángel Berlanga
Periodista Página/12
Adital
Ríos Montt está
acusado de ser el autor intelectual de una serie de masacres contra la etnia
ixil. Durante el juicio, un testigo dijo que fueron coordinadas por el mayor
Tito Arias, nombre de guerra del hoy presidente Otto Pérez Molina.
Foto. Prensa Libre. El general Ríos Montt fue presidente entre marzo de 1982 y
agosto de 1983
y está acusado de crímenes de lesa humanidad.
Adiós niños. A lo largo del
tiempo, el horror producido por el hombre ha trajinado argumentos, prácticas,
historias, geografías. Inquisición, Auschwitz, Vietnam, Ruanda. Aquí, ya sabemos.
Del horror se habla en estos días en Guatemala, donde está siendo juzgado por
genocidio el ex dictador José Efraín Ríos Montt. O estaba, porque la presión de
los máximos estratos de poder tras una acusación en el juicio al actual
presidente democrático, Otto Pérez Molina, se tradujo en una suspensión
provisoria dictada por la Corte Constitucional. Ríos Montt es un general
retirado que fue presidente entre marzo de 1982 y agosto de 1983 y está acusado
de ser autor intelectual de una serie de masacres contra la etnia ixil en el
departamento de Quiché. Tierra arrasada: ése fue el concepto a aplicar. Con el
argumento de liquidar a la guerrilla el ejército guatemalteco detuvo, torturó y
ejecutó a unas 48.000 personas durante el mandato de este militar, que hoy
tiene 86 años. En este juicio busca probarse su responsabilidad en los crímenes
de 1771 mayas ixiles. El 38 por ciento era menor de 12 años. Adiós niños es lo
que decía un soldado en el instante previo a tirarlos al río. "El ejército
agarró a unas madres embarazadas, las degolló, les partieron el estómago y les
sacaron el bebé”, relató un testigo. "A los niños de pecho y de un año los
tiraron al río y allí se ahogaron”, contó otro.
Esos testimonios figuran en Guatemala: memoria del
silencio, publicado por la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, CEH, en
febrero de 1999. Hay allí muchas otras voces todavía más cargadas de horror. A
comienzos de este mes declararon ante Ríos Montt y su ex jefe de Inteligencia,
Mauricio Rodríguez Sánchez (el otro acusado en la causa), una decena de mujeres
que fueron violadas por soldados y oficiales con una violencia y crueldad sólo
observable en el ser humano. En el hombre. Me llevaron a un campo como a veinte
cuadras de mi casa. Los soldados que me violaron eran como veinte, yo estaba
temblando del susto, no tenía conciencia. Me dejaron desnuda, otras personas me
regalaron ropa. Tenía un hijo de treinta días. Cuando regresé a mi casa todo
estaba quemado. Quemaron a mi hijo. Era un bebé todavía, me puse a llorar. Otra
víctima declaró en el Tribunal, a cargo de la jueza Jazmín Barrios, que una
nena de siete no sobrevivió a las continuas violaciones. El ensañamiento con
los ixil implicó descuartizados, colgados, mutilados, bombardeos, fosas
comunes, incinerados. Tierra arrasada. A tres décadas de aquello, en busca aún
de justicia, palpitan otra vez estos testimonios escalofriantes.
¿Qué distancia o qué cercanía, qué involucramiento,
será requisito para hablar, leer, escribir sobre este genocidio? Horacio
Castellanos Moya trató esto en Insensatez, una nouvelle publicada en 2004. Su
protagonista se reprocha haber aceptado darle la última leída, hacer los toques
de estilo finales a un mamotreto de mil cien cuartillas elaborado por el
obispado que procura recuperar la memoria de los centenares de sobrevivientes y
testigos de las masacres. Se trata del Informe para la Recuperación de la
Memoria Histórica, aunque el escritor centroamericano no lo explicite. Dos días
después de su presentación, en abril del 1998, fue asesinado el obispo Juan
Gerardi, director de este informe, llamado también Guatemala: Nunca más. Al
narrador de Insensatez, interesado más bien en ganarse unos mangos, andar
cómodo y conocer alguna chica, de a poco le crece el miedo a las posibles
represalias de militares o de agentes de Inteligencia por su tarea. A la vez,
se conmociona por lo que va leyendo, las atrocidades de asesinos que andan
todavía sueltos. Yo no estoy completo de la mente, lee, dice un indígena. Se
conmociona, este corrector de estilo, también por la potencia poética de lo que
lee. La belleza del cómo lo requiere más que el espanto de qué.
Escribe Castellanos Moya: "Yo no estoy completo de
la mente, me repetí, impactado por el grado de perturbación mental en el que
había sido hundido ese indígena cachiquel testigo del asesinato de su familia,
por el hecho de que ese indígena fuera consciente del quebrantamiento de su
aparato psíquico a causa de haber presenciado, herido e impotente, cómo los
soldados del ejército de su país despedazaban a machetazos y con sorna a cada
uno de sus cuatro pequeños hijos y enseguida arremetían contra su mujer, la
pobre ya en shock a causa de que también había sido obligada a presenciar cómo
los soldados convertían a sus pequeños hijos en palpitantes trozos de carne
humana. Nadie puede estar completo de la mente, me dije, cavilando, morboso,
tratando de imaginar lo que pudo ser el despertar de ese indígena, a quien
habían dejado por muerto entre los trozos de carne de sus hijos y su mujer y
que luego, muchos años después, tuvo la oportunidad de contar su testimonio
para que yo lo leyera y le hiciera la pertinente corrección de estilo, un
testimonio que comenzaba precisamente con la frase ‘Yo no estoy completo de la
mente’ que tanto me había conmocionado, porque resumía de la manera más
compacta el estado mental en que se encontraban las decenas de miles de
personas que habían padecido experiencias semejantes a la relatada por el
indígena y también resumía el estado mental de los miles de soldados y
paramilitares que habían destazado con el mayor placer a sus mal llamados
compatriotas, aunque debo reconocer que no es lo mismo estar incompleto de la
mente por haber sufrido el descuartizamiento de los propios hijos que por haber
descuartizado hijos ajenos, tal como me dije antes de llegar a la contundente
conclusión de que era la totalidad de los habitantes de ese país la que no
estaba completa de la mente, lo cual me condujo a una conclusión aún peor, más
perturbadora, y es que sólo alguien fuera de sus cabales podía estar dispuesto
a trasladarse a un país ajeno cuya población estaba incompleta de la mente para
realizar una labor que consistía precisamente en editar un extenso informe de
mil cien cuartillas en el que se documentaban los centenares de masacres,
evidencia de la perturbación generalizada”.
Durante el juicio al ex dictador –a quien también
llaman Ríos de sangre Montt– un testigo protegido que colaboró con el ejército
en Quiché en aquellos años, Leonardo Reyes, aseveró que las masacres de los
ixil fueron coordinadas por el mayor Tito Arias, nombre de guerra que encubría
a Otto Pérez Molina, actual presidente de Guatemala. Desde entonces, el juicio
empezó a ir para atrás. Salió enseguida a desmentir la declaración un
secretario de la Presidencia: que fue un error garrafal que la fiscalía haya
permitido al testigo referirse a personas que no son enjuiciadas. Que Pérez
Molina anduvo por esa región en esa época, pero sin violar ningún derecho
humano ni mucho menos ordenar alguna masacre. No es lo que opina el periodista
Allan Nairn, que en 1982 anduvo por la zona de Quiché y documentó la situación
para Titular de hoy: Guatemala, film de Michael Whalforss disponible en
YouTube. Ahí puede verse un diálogo con el mayor Tito sobre la procedencia de
los morteros y las facilidades que prestan los helicópteros. Ante los cadáveres
de unos campesinos recién ejecutados se oye la voz de un soldado: "Sólo los
trajimos y se los dejamos al mayor para que los interrogara, pero al mayor no
le dijeron nada. Ni por las buenas ni por las malas”. También puede verse a un
joven Pérez Molina en primer plano, ropa camuflada y boina, leyendo "material
subversivo” que portaban las víctimas. Nairn iba a declarar en el juicio, pero
las peripecias-escollos judiciales hasta ahora lo han impedido. Al rol de Pérez
Molina en las masacres contra los ixiles se suma otra imputación, no juzgada
aquí: el periodista Francisco Goldman, autor de El arte del asesinato político:
¿quién mató al obispo?, sostiene y fundamenta que el actual presidente
guatemalteco fue el autor intelectual del crimen de monseñor Gerardi.
"Casi el 90 por ciento de los columnistas de prensa
guatemaltecos niega que en su país se haya cometido genocidio, y creen que el
juicio contra el general retirado Efraín Ríos Montt es injusto”, señala en el
periódico El Faro el escritor Rodrigo Rey Rosa, en un artículo que disecciona
los argumentos de los defensores del statu quo para dejar en evidencia falacias
e hipocresías. "Haber logrado que la causa por crímenes contra el pueblo ixil
sea vista en tribunales extranjeros y nacionales ha requerido un trabajo y
perseverancia enormes por parte de los sobrevivientes, y es prueba de su
fortaleza de espíritu –escribe Rey Rosa–. La confianza que los ixiles han
decidido depositar en las instituciones democráticas de una nación por cuyos
gobiernos han sido atacados de forma sistemática a lo largo de la historia es
digna de encomio y revela su buena fe. La línea de acción pacífica y valiente
que han adoptado es sencillamente ejemplar.” Tras la presión de la opinión
pública y la aparición del testimonio contra Pérez Molina, la jueza Patricia
Flores, a cargo del Juzgado de Mayor Riesgo A, pidió la anulación del proceso.
La Corte Constitucional indicó a la jueza Barrios –a cargo del juicio– que le
remitiera el expediente a Flores y que, tras 48 horas, esta última lo enviara
otra vez a la Corte, para decidir la continuidad o no del proceso. En síntesis:
está en riesgo la continuidad del histórico juicio a Ríos Montt.
El corrector de estilo de Insensatez, la novela de
Castellanos Moya, entra progresivamente en pánico cuando se le hace evidente
que los asesinos, los torturadores, andan todavía por ahí, sueltos por la
calle, insertos en las instituciones. En el obispado, donde lee las cuartillas
que testimonian el horror, se cruza con una muchacha que había sido torturada
con saña en un cuartel de policía por un teniente que con el tiempo se
convertiría en general y en jefe de Inteligencia del Ejército. Imaginar que el
criminal estará al tanto de su trabajo lo aterra: lo ve en una reunión social,
lo intuye acechándolo, listo para ejecutarlo. Huye de Guatemala. Mientras toma
una cerveza en un bar alemán, sin embargo, le vuelven como olas de sangre las
frases del genocidio: "Mientras más matara, se iba más para arriba”, en relación
a ciertas comodidades ofrecidas a quienes colaboraran con las matanzas. Y
también: "Todos sabemos quiénes son los asesinos”. Solo ante la barra, en el
espejo de pronto descubre unos ojos que lo miran. El torturador.
Ese personaje, que llegaría a ser jefe de
Inteligencia del Ejército y mucho más, se llama en la novela Octavio Pérez
Mena. Cuidado: puede sonar parecido a Otto Pérez Molina, el actual presidente
de Guatemala. Insensatez es una ficción. Y Pérez Molina es realmente el
presidente de Guatemala.
Todos sabemos quiénes son los asesinos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario