SAN SALVADOR - Desde hace décadas,
saltó a la luz pública la discusión acerca de la despenalización del
aborto en el país. Hace unos dieciséis años, la cruzada en contra del
aborto -encabezada por organizaciones de corte conservador y “a favor”
de la vida- contó con el apoyo de la Iglesia católica y tuvo como
resultado una importante reforma constitucional del artículo 1 que
ahora en su inciso segundo establece que el Estado salvadoreño reconoce
a la persona humana desde el momento de la concepción.
Este
tema siempre resulta “espinoso” de abordar porque pone sobre la mesa
“la moral” y las creencias religiosas de la sociedad. Y es que el
argumento más común cuando se consulta a las personas si están a favor
o en contra del aborto es: “No, porque la vida sólo la da Dios y Él es el único que puede quitarla”.
Y
me resulta tan irónico escuchar este tipo frases porque en este país
hay tanta, pero tanta gente muriéndose de hambre, viviendo en
condiciones más que precarias, y mucha de esa población está conformada
por niños y niñas; hijos e hijas de “nadie” que inundan las calles no
sólo de San Salvador sino también de los pueblitos del interior del
país. Y entonces el discurso es “sí al nacimiento”, pero ¿y después?
¿Quién le garantiza una vida digna a esos niños y niñas que vienen al
mundo a engrosar el porcentaje demográfico del país?
Esta
semana la nota que ha dado la vuelta en los medios de comunicación
trata del caso de una joven que padece de lupus, que está embarazada,
que su bebé no tiene cerebro y, por lo tanto, no hay posibilidad de que
sobreviva una vez fuera del vientre. Además de eso, continuar con el
embarazo implica para la mujer un grave riesgo para su vida, pero los
médicos no le practican el aborto terapéutico porque la ley penal
salvadoreña considera esta práctica un delito.
Y
entonces otra vez surge el tema de la despenalización del aborto.
Organizaciones feministas solicitan a las autoridades que se deje de
considerar delito la interrupción del embarazo y es ahí donde
nuevamente la doble moral, de la que está infectada nuestra sociedad,
se deja ver. “Se trata de una vida y matar es pecado”; pero en este
caso en concreto se trata de un ser que es incapaz de sobrevivir por su
cuenta, es decir, una vez fuera del vientre está inevitablemente
condenado a fallecer. En cambio, la joven necesita interrumpir el
embarazo porque este pone en alto riesgo su vida. ¿Y la vida de la
madre no merece ser protegida? ¿Quién vela por los intereses de la
mujer en estos casos? ¿Es que acaso las mujeres no tenemos derecho a
decidir sobre nuestro propio cuerpo?
Cómo
es posible que en este país nos demos golpes de pecho por defender la
vida de los no nacidos, si una vez fuera del vientre materno la vida
parece perder valor.
En
un país con altos índices de inseguridad, donde a diario existen al
menos cinco oportunidades para cada persona de protagonizar un
homicidio, donde la canasta básica no está garantizada para gran parte
de la población y donde además el sistema de salud es incapaz de
cumplir con los requisitos mínimos para asegurar atención adecuada a
los usuarios y usuarias: ¿En serio pretendemos hacernos creer –como
sociedad- que la vida humana se respeta? ¿En serio somos capaces de
afirmar que nos interesa preservar la vida de las personas? ¿Y la
dignidad? Seguramente perdida en medio de la doble moral que nos
gobierna.
(*) Columnista de ContraPunto y contrACultura
No hay comentarios:
Publicar un comentario