por Thierry Meyssan
El tiempo pasa. Nueve años después de los atentados que enlutaron al pueblo estadounidense, la lucidez y la tenacidad de Thierry Meyssan están dando sus frutos. Una amplia mayoría de personas de todo el mundo no creen ya en la versión oficial del gobierno estadounidense. Ese fenómeno ha cobrado fuerza en los propios Estados Unidos, donde el más reciente sondeo revela que el 74% de los estadounidenses dudan actualmente de la versión oficial. Los propios responsables de la comisión investigadora presidencial admiten ahora que no están convencidos en cuanto al informe que ellos mismos firmaron. El tenaz iniciador de este debate estima que, en vez de proseguir la polémica sobre la tan cuestionada credibilidad de la versión oficial, ha llegado el momento de recurrir a la ONU y de emprender acciones concretas contra los verdaderos culpables.
- La isla de Manhattan, New York
- Foto: Ann Althouse
Ya estamos conmemorando el 9º aniversario de los atentados del 11 de septiembre, que sirvieron de pretexto para desencadenar una guerra cuyos promotores aspiraban a un conflicto armado de carácter perenne. Después de haber matado cerca de 3 000 personas en Estados Unidos, los organizadores de los atentados causaron la muerte de más de un millón de personas más en Afganistán y en Irak. El plan que habían trazado incluía la continuación de la matanza mediante la destrucción de Siria e Irán. Pero no han logrado –por el momento– concretar esa fase de su proyecto.
En ocasión de este triste aniversario, los mismos que atribuyeron a los islamistas la responsabilidad de su propio crimen antes de devastar el Medio Oriente musulmán, ahora tratan de imponer un nuevo montaje. Un falso debate sobre la construcción de un centro musulmán en Manhattan estremece Estados Unidos, mientras que otro falso debate acompaña la anunciada quema de ejemplares del Corán.
En el contexto de esas provocaciones, las autoridades estadounidenses no dejarán pasar la ocasión de tratar de hacernos creer que intervinieron para garantizar la libertad de culto en su propio país, con la esperanza de hacernos olvidar así que los masivos crímenes que ellas mismas cometieron en el Medio Oriente fueron perpetrados en un clima de verdadera cruzada en contra del Islam.
Pretenden impedir así que tomemos conciencia de su fracaso en convencernos. Hace 9 años, yo me encontraba solo cuando refutaba las mentiras sobre el 11 de septiembre, cuando denunciaba que se estaba produciendo un golpe de Estado orquestado por el complejo militaro-industrial, cuando alertaba sobre los proyectos belicistas del nuevo Imperio. A pesar de los insultos, a pesar de las amenazas y los ataques, he recorrido el mundo abriendo los ojos de la opinión pública internacional y desmontando la ideología de la guerra de civilizaciones.
No he podido desarrollar ese trabajo en Estados Unidos, donde fui declarado persona non grata. A pesar de ello, después de asimilar el golpe y aceptar el duelo, valientes estadounidenses han enarbolado la bandera de la verdad en su propio país. Los sondeos demuestran que cada año se suma un 10% más de los estadounidenses a la masa de gente que cuestiona la versión oficial redactada por la Comisión Kean-Hamilton. Más del 70% de los estadounidenses, incluyendo a los propios señores Kean y Hamilton –los encargados de imponer definitivamente la versión gubernamental–, hoy la ponen en duda. A ese ritmo, dentro de 3 años toda la población estadounidense en su conjunto rechazará la versión oficial.
Hoy somos mayoría los que a través del mundo exigimos que se haga la luz sobre esos crímenes. Estados Unidos y el Reino Unido utilizaron el 11 de septiembre para justificar ante la ONU la invasión que desencadenaron contra Afganistán e Irak. No se trata, por lo tanto, de una cuestión de carácter estrictamente nacional sino de un asunto de envergadura internacional. Ha llegado el momento de que la Asamblea General de las Naciones Unidas instaure una comisión investigadora, reúna los elementos que ya son de público conocimiento y adopte acciones concretas de acusación contra los verdaderos sospechosos.
Si nuestros seres queridos encontraron la muerte entre las ruinas del World Trade Center o entre los escombros de las casas bombardeadas en Kabul y Bagdad, si nuestros hijos cayeron bajo el fuego de las fuerzas ocupantes o si murieron tratando de ocupar el Medio Oriente, la realidad es la misma para todos.
Todos somos víctimas del mismo sistema. Tenemos que luchar todos juntos para que se sepa toda la verdad y para que los culpables sean castigados, porque no lograremos la paz sin alcanzar la justicia.
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