por Néstor Núñez AIN
Como resulta común en la historia de las intervenciones militares norteamericanas, ningún anuncio de retirada de los ocupantes suele ser radical y completo, a menos que obedezca a una derrota aplastante como en Viet Nam.
En relación con las agresiones armadas en Asia Central como parte de la titulada campaña antiterrorista global, en concreto en Afganistán e Iraq, en más de una ocasión los dos gobiernos de turno involucrados en ambos conflictos hablaron de futuras salidas de las fuerzas invasoras, sobre todo con especial acento en medio de campañas políticas ligadas a la conquista de plazas oficiales.
George W. Bush lo esbozó alguna vez, pero al propio tiempo no dejó de repetir e insistir en que a “los muchachos” todavía les quedaba mucho “trabajo” por hacer.
Mientras, Barack Obama fue cuidadoso en colocar el tema en su titulado programa electoral, pero al igual que el propagandizado cierre del centro de torturas ubicado en la ilegal base naval de Guantánamo, ambos asuntos resultan aún cuentas pendientes.
Sin embargo, hace apenas unos días, el presidente de los Estados Unidos pareció intentar un golpe de efecto en medio de la alarma generalizada que proviene de la severa crisis económica interna, y anunció la presunta salida militar de Iraq para finales de este agosto, en tanto altos mandos militares en Kabul dijeron que la retirada de Afganistán podría concretarse para julio del 2011.
Obama, enfatizó de manera especial que la retirada de Iraq es de sus originales promesas electorales y fue raudo al aclarar que la salida de los invasores no será absoluta ni mucho menos.
En consecuencia, de 150 mil soldados agresores radicados en el país mesopotámico desde la guerra de 2003, la tercera parte, se mantendrán en sus puestos para “garantizar el orden”.
De inmediato los mandos castrenses norteamericanos en Afganistán desplegaron similar táctica y precisaron que la salida de las tropas extranjeras constituirá suerte de “repliegue limitado”.
Para quien ha seguido la práctica intervencionista imperial no se trata de nada nuevo. La trama no ha cambiado en decenios, porque para Washington las puertas, una vez abiertas, no pueden cerrarse.
Vale recordar que cuando las tropas gringas intervinieron en la guerra anticolonialista cubana, dejaron como herencia la base naval de Guantánamo; también la Enmienda Platt, que les daba prerrogativas para desembarcar fuerzas militares en la Isla cuando lo estimase conveniente y las amarras económicas y políticas, aseguradoras del control sobre nuestro país.
Así ha sido en cada rincón del orbe donde los soldados de la Unión han logrado asumir cierto control. No por gusto los Estados Unidos es la potencia con mayor despliegue bélico en el planeta, con establecimientos agresivos que no obvian ningún continente.
En consecuencia, la ahora tan sonada retirada de Asia Central no podía ser ni completa ni incondicional. Ambos conflictos fueron creados para conquistar y someter, y los depredadores no entregan las piezas con facilidad. En todo caso, hay que quebrarle los colmillos.
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