Carolina Escobar SartiCuando supe que Lisandro Guarcax había sido secuestrado y asesinado, pensé que hay países, como el nuestro, en donde para ser alguien no hay que ser nadie. No decir nada, no preguntar mucho, no pensar diferente, no atreverse a serlo, no amar al otro ser humano, no contrariar el orden establecido, no querer el bien, no querer nada, no mover nada de lugar, no ser nada
Pensé que la subjetividad que aún prevalece en muchas partes manda que los indígenas siembren milpa, cosechen tierras ajenas o carguen con un canasto. Esa subjetividad es la que los quiere quietos, los quiere “mijos”, los quiere “inditos”. Y es la misma que ha mandado despojarlos de ideas, de sentimientos, de emociones y, en consecuencia, hasta de sus propios derechos individuales y colectivos, incluso de los inalienables, como la vida.
Lisandro era un líder único, de esos que logran hacer un puente entre las generaciones pasadas y las actuales, condición innegable de cualquier liderazgo. Y si bien cada vida acabada de esa manera duele, su ausencia, además, deja un gran vacío entre quienes le amaban, le admiraban, le conocían y no le conocían, en su casa, en su calle, en la comunidad de El Tablón, en Sololá, en la cultura de Guatemala, en la del ancho mundo que ya había recorrido con el grupo Sotz’il, formado junto con sus hermanos y primos, con quienes construyeron el sueño y la realidad que hoy es el Centro Cultural Sotz’il Jay, desde donde se realiza un proceso serio de investigación, recreación y propuesta artística de música, danza y teatro kaqchikel. Han matado a un gran hombre de apenas 32 años.
A través de una buena amiga, me llega este texto de un ciudadano español, muy cercano a nuestra Guatemala, del cual cito un fragmento: “Eso es lo que hace que nos sorprendamos, los aspectos más oscuros del alma humana. Y nos parece que sólo caen los buenos, los mejores, los generosos, los que luchan por los demás. Y que el mal, inagotable, golpea una y otra vez. Y en todas las partes del mundo los hombres encarcelan a otros hombres, explotan a otros hombres, oprimen a las mujeres y las violentan, asesinan a los que alzan la voz. Es la lucha eterna, liberticidas contra hombres libres. En algunos lugares, pocos y privilegiados, la pelea cae del bando de la dignidad. Sin embargo, los frentes son muchos, y en otros sitios, como en Guatemala ahora, los mezquinos, los sicarios, los enemigos de sus propios hermanos, están envalentonados.”
No es valiente quien asesina a otro ser humano. Valiente es quien, como Lisandro, se atreve a resistir mandatos opresores y a cambiar las reglas con pasión, compromiso y profunda humildad. Valiente quien, como él, le dio sentido a la sabiduría de generaciones anteriores, quien admiró y recogió el liderazgo de su padre, y regaló vida a su madre, donándole un riñón. Valiente Lisandro, que se atrevió a compartir con su compañera la pasión por cambiar el mundo, que le dio a su pequeño hijo el nombre de Ajpú Balam y dejó una niña que, al momento de su secuestro, tenía solo cuatro días de nacida. Valientes quienes, como él y su grupo, en las condiciones que puede ofrecer una comunidad rural, desarrollaron un discurso, una estética y una propuesta artística escénica en kaqchikel extraordinaria. Valiente quien, como él, desafió la mediocridad, lo que no quiere cambiar, y lo hizo por las rutas de la resistencia y la paz.
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