Psicoanálisis Religión y Política
Es lícito igualar el efecto de los consuelos religiosos a los de un narcótico
Sigmund Freud
Neoevangelismo, éxtasis y drogas peligrosas
La toxicomanía que anida en el fundamentalista religioso representa una
de las peores adicciones. Se comporta como una droga de alto poder
destructivo.
Mayormente, estos grupos religiosos se apuntalan
sobre la creencia de que la Biblia fue dictada por dios, sin
mediaciones, como palabra que descendió del cielo. El proceso de
de-cognicion es ineludible; ellos miran desde el cielo la tierra. El
empobrecimiento subjetivo de este tipo de experiencias conlleva la
pérdida en grandes dosis del juicio de realidad sobre el entorno y los
otros. No hay vacilación en los pensamientos porque tales son
irreductibles. Dios lo dijo, está escrito y punto.
La
alteración sobre la percepción de la realidad se pone de manifiesto en
el pensamiento mágico. Se abraza la certeza que mediante ciertos actos
rituales pueden alterar el curso sobre determinados asuntos humanos de
modo sobrenatural, cuestión que Freud observó en la similitud de este
mecanismo en la neurosis obsesiva.
De este modo, el
fundamentalista va horadando sus mecanismos de autoconservacion
deslizándose hacia la construcción de un tejido de alianzas en torno a
la obsesión por una causa, que implica -entre otras cuestiones- la
destrucción del orden de cosas para instaurar el nuevo mundo al que
creen haber sido llamados. Se autoinducen en sus cultos (muchos de ellos
diarios) mediante la música y el martilleo repetitivo de frases y
oraciones del tipo mantricas hasta alcanzar no pocas veces estados
alterados de conciencia e hipnosis colectivas.
El aislamiento
de sus vínculos de origen, amigos y la comunidad va afianzándose en
tanto comienza a perseguirlos el miedo al contagio de aquellos que no
piensan como dios manda y la xenofobia entonces no tarda en aparecer
hacia los que no piensan igual que ellos. La manipulación de la
afectividad –culpa mediante- es parte de esta compleja y desquiciante
operación psicológica por parte de los líderes religiosos. Hablan de
conversión, pero es lisa y llanamente lavado de cerebro.
Con la autoestima ya decapitada, queda allanado el camino hacia el
deseo de fin del mundo. Hablan de las señales antes del fin. El mundo
está perdido. Las catástrofes se convierten para ellos en signos de
esperanza. Es la cocaína de la fe.
La experiencia clínica
demuestra a las claras que por detrás de esa fachada entusiasta y
eufórica que exhiben muchos de ellos, se esconden profundas heridas
narcisistas retroalimentadas desde el agobio y el tormento de la culpa.
Culpa porque son pecadores, culpa porque aman, y paradójicamente al
mismo tiempo –pero de modo inconfeso- culpa porque odian al dios que
reverencian.
Este proceso paulatinamente va cronificándose
hasta que el fanatismo exultante los empuja a librar una cruzada contra
los poderes del demonio que ven encarnado predominantemente sobre toda
política pública y movimientos sociales de diferente signo que procuran
la justicia social y los derechos sobre la libre sexualidad de todes.
Se erigen así, como los portadores de la ira de dios en nombre de un
esencialismo heteronormativo. Es extremadamente importante observar que
en este punto las fronteras entre los credos católico y protestante
quedan borradas. El menosprecio al cuerpo y la represión de la
sexualidad los contiene a ambos en las mismas proporciones.
Vale aclarar que determinadas experiencias religiosas son agentes de
salud en tanto se orienten hacia una fe como una expresión de fidelidad a
la vida. La experiencia de Jesús y los primeros cristianos, así como
las diversas teologías de liberación dan cuenta de ello. Pero cuando
esta orientación va en sentido contrario, asoma el pensamiento único.
Conductas escapistas y regresivas a niveles que pueden derivar en
cuadros clínicos graves como el delirio psicótico, y perversiones de
todo pelaje. Cuando la fe se organiza en torno a una construcción
delirante del tipo “dios me habla” “soy el elegido” etc., estamos ante
un fenómeno de suma peligrosidad, y ejemplos sobran en la historia.
El componente adictivo o farmacodinamia de esta narco-teología reposa sobre un fundamento cruel y siniestro: el Sacrificialismo.
Me refiero concretamente al mito de la expiación, una antigua
interpretación medieval que atribuye cualidades salvíficas a la tortura y
el asesinato de Jesús por parte de un dios vengativo y sediento de
sangre.
Esta lectura esotérica que se ha hecho sobre la muerte
de Jesús, necesariamente tiene que obviar las causas políticas de su
asesinato. Pero una lectura atenta y contextuada de la Biblia, y otras
fuentes históricas, desarman por completo tal interpretación
redentorista. Jesús experimento la muerte de los desobedientes,
no la de los obedientes. Fue fiel a un proyecto de liberación hasta las
últimas consecuencias y por eso lo asesinaron. Por enfrentar a la
meritocracia del Imperio Romano. Su crucifixión no justifica el
sufrimiento, ni lo propicia en absoluto –como así lo promueve el
fundamentalismo neoliberal- sino que lo denuncia y desenmascara en todas
sus formas.
De nuevo, la culpa juega aquí un papel primordial
en la construcción de este mito de consolación y motor de la violencia.
Ella se incrusta el psiquismo como aduana de la razón destruyendo la
autoestima, precipitando conductas paranoides de autoacusación y
reproche. La justificación teológica de la culpa deja al fundamentalista
arrojado ante su propia autoobservación policíaca que disocia de sí,
atribuyéndola a la mirada de un dios que lo controla. Pero es él mismo
vigilado por dentro y por fuera. Flota en las nubes sobre una
ambivalencia que lo estrangula. Son presas del terror a quedar atrapados
para siempre en la religión y al mismo tiempo pánico de salirse de ella
por temor a la condena eterna. No hay escapatoria. La trampa es
perfecta.
Como si fuera poco, hay otra dimensión siniestra a
considerar en cuanto a las derivaciones de toda esta maquinaria de
triturar sujetos. Un factor que debe ser investigado seriamente en
algunas de estas estructuras religiosas, y que son, los presuntos lazos
que establecen con los carteles de la droga, convirtiendo a los templos
en fachadas para el lavado de activos provenientes del narcotráfico y el
crimen organizado.
El efecto Bolsonaro
Los
fenómenos de masas no tienen pasaporte ni visa para entrar a ningún
país. Nada viene como una avalancha de allí para acá. Jair Bolsonaro es
la expresión de un tipo de subjetividad que asoma por arriba pero que se
viene vertebrando desde hace décadas en las entrañas de la región.
Tiene que ver con la economía, con el consumismo, el pensamiento mágico y
la religión. Ella es el chasis que sostiene la locomotora del
capitalismo. La ilusión del progreso infinito, la utopía de la felicidad
privada y el desarrollo capitalista, no tienen apoyo más que en
premisas teológicas que operan como el fuselaje invisible de la
política. No podemos entonces esperar otra cosa que el surgimiento de
este tipo de líderes mesiánicos. No son una saliencia, sino que guarda
coherencia y consistencia con un modo de producción de sujetos. No es
una anomalía, sino la consumación de un largo periodo de siembra sobre
las ilusiones religiosas que respaldan a la economía del mercado.
El capitalismo vive una crisis de magnitudes profundas y cuando el capitalismo entra en crisis siempre va en auxilio de la religión
Ya lo vivimos en la década de 1980 con la llamada Santa Alianza, cuando
por esos días el presidente Reagan y Juan Pablo II colaboraron
estrechamente para el reordenamiento geopolítico del mundo llenando de
muerte y terror a toda América latina. Hoy nuevamente nos encontramos
con un escenario de similares características. La voracidad del
capitalismo en su fase neocolonial coengrana con las premisas teológicas
radicales del movimiento neo-evangélico.
Son tiempos de mucha incertidumbre. Debemos pensar seriamente cual es la Argentina queremos construir de cara al futuro.
No sea cosa que -por ignorar las bases y razones por las que hemos
llegado a esta crisis- el neoliberalismo del que muchos se escandalizan y
proponen echar por la puerta, se nos vuelva a meter por la ventana.
Como pueblo estamos en grave riesgo de ser arrastrados por ese
optimismo desenfrenado y banal –de aliento religioso- que nos ha
llevado una y otra vez a subestimar la naturaleza del enemigo que
enfrentamos. Es una religión peligrosa. Se llama Capitalismo.
Rafael Villegas. Psicólogo y miembro del Colectivo Teología de la liberación Pichi Meiseggeier. Buenos Aires. Argentina
No hay comentarios:
Publicar un comentario