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lunes, 26 de noviembre de 2018

Con gases y balas de goma repelen a migrantes que intentaron ingresar a EU

Caminata Migrante
Hay cuatro heridos y 109 detenidos


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▲ Unos 500 migrantes intentaron ingresar sin documentos a EU. La pretensión terminó mal.


Tijuana. La ilusión de poder asaltar el cielo con consignas y banderas duró poco más de tres horas para medio millar de desplazados del éxodo centroamericano. El vano intento de esta mañana de cruzar sin documentos la frontera hacia el país más poderoso y mejor armado de la tierra, sólo con la indoblegable voluntad que los ha empujado desde hace seis semanas a transitar más de 5 mil kilómetros, terminó mal.
La Patrulla Fronteriza estadunidense los repelió a la altura de la garita de El Chaparral con gases lacrimógenos y balas de goma disparados desde Estados Unidos hacia territorio mexicano, con un saldo de cuatro heridos.
Uno de los lesionados es el defensor de derechos humanos Rubén Figueroa, del Movimiento Migrante Mesoamericano, quien observaba el desarrollo de los hechos a varios metros de distancia del muro fronterizo. Una cápsula de gas lacrimógeno disparada desde el norte lo descalabró. Fue dado de alta después de ser atendido en el hospital general.
Además, del lado mexicano fueron detenidas 36 personas, todos hondureños. Del lado estadunidense fueron apresados 73 que habían logrado burlar el muro divisorio a través de un hueco.
Varios testigos aseguraron que los detenidos no realizaron ningún acto violento; que cuando los manifestantes se replegaron y regresaban a pie hacia el albergue, unas patrullas los detuvieron y los fueron a entregar a la estación migratoria. Éstos, al parecer, serán los acusados de causar disturbios, riñas, alterar el orden público y agredir a los ciudadanos, según la policía municipal. Y serán deportados.
La marcha hacia la garita de El Chaparral fue planeada hace días. La comisión de representantes y la organización Pueblo sin Fronteras aceptaron acompañar al grupo con la condición de que fuera una caminata pacífica.
Las mantas y pancartas estaban ya listas. En una se anotó: Trump, no te odiamos. Otra rezaba: Venimos en son de paz. Y otra: Catrachos (hondureños): 100% trabajador. Una aludía a la campaña xenófoba que se ha sentido de este lado: México, disculpa si en algo te he ofendido. Algunos niños llevaban banderitas de Estados Unidos.
Salieron pasadas las 10 de la mañana con el plan de manifestarse frente a la garita que divide El Chaparral y San Ysidro. La mayoría de los que acampan el sobresaturado albergue optaron por no sumarse a la columna. Muchos iban con la idea de que se trataba de una manifestación de protesta. Otros se hicieron la ilusión que podrían dar el salto definitivo. Llevaban pequeñas mochilas y una cobija amarrada a la espalda.
Al llegar al puente vehicular que sube al puerto de entrada de El Chaparral toparon con una barrera de antimotines de la Policía Federal. Sin éxito intentaron dialogar para seguir adelante. Pasó media hora y todo indicaba que la manifestación regresaría.
Pero inexplicablemente la fuerza policiaca descuidó los flancos del puente vehicular. La tentación fue demasiado grande. En un instante, los migrantes centroamericanos arrancaron a correr por los carriles laterales y al grito de ¡vámonos, vámonos! invadieron la zona restringida del puerto fronterizo.
Encabezados por un joven que portaba una bandera mexicana, varios centenares se descolgaron por la canalización del río Tijuana, pasaron a la otra orilla, quizá pensando que ya estaban en territorio estadunidense, y avanzaron hacia el puerto de entrada. Pero equivocaron el camino y avanzaron hacia la salida vehicular. Estaba cerrada a piedra y lodo. Otro pequeño puñado corrió hacia otra dirección, vio una reja abierta y entró directamente a la boca del lobo: el estacionamiento del INM. Unos cuantos terminaron directamente en las perreras del Grupo Beta.
En un lapso caótico, desde lo alto del puente vehicular se podía observar la escena surrealista: unos grupos corrían por un pasillo que los llevaba a un callejón sin salida. Instantes después regresaban y volvían a tomar un camino equivocado. Otro contingente caminó por la zona comercial y se aproximó a las alambradas del puerto de entrada, en medio de miles de automóviles varados por el cierre de la garita. Otros caminaron hacia la frontera, treparon por un terraplén que los llevó a las vías del tren en desuso y ahí desembocaron directamente al gigantesco muro metálico. Era el fin del viaje. Y también el fin de la naturaleza pacífica de la marcha.
Varios migrantes encontraron un hueco en el muro. Unos 73 se atrevieron a atravesarlo. Fueron detenidos. Un agente de la Patrulla Fronteriza disparó la primera cápsula de gas. De ahí siguieron muchas más. Y balas de goma. En su retirada, otros muchachos recogían piedras cerca de las vías del tren y las lanzaban contra el muro. Eso es lo que la secretaria de Seguridad Interna estadunidense, Kirstjen Nielsen, interpretó en un comunicado emitido en Washington está tarde como un intento de transgredir la infraestructura de la valla fronteriza y un intento de lastimar al personal de la Patrulla Fronteriza lanzándoles proyectiles.
Minutos después, por el mismo terraplén los grupos de hondureños, salvadoreños y guatemaltecos bajaban decepcionados y alarmados. Algunos venían llorosos y con dificultades para respirar. Otros sólo vieron a lo lejos las nubes de gas.
Javier Bauluz, un experimentado fotógrafo que ha registrado muchos otros éxodos en el mundo, intenta distenderse un momento frente a una cerveza en la pintoresca Plaza Santa Cecilia, el Garibaldi tijuanense. Y de pronto recuerda un episodio, en 2015, cuando decenas de miles de sirios e iraquíes huyendo de la guerra intentaban viajar hacia Europa. Habían llegado hasta Budapest. El gobierno austriaco suspendió la corrida de trenes hacia Alemania. Los fugitivos quedaron varados, en terribles condiciones, en un país que los rechazaba.
Estaban totalmente contra la pared, acogotados. Y una noche un hombre llegó a sacudirlos. Los tomaba de la solapa y les gritaba: vámonos. En 24 horas de organizó una caravana que caminó cerca de 16 horas por la carretera, hasta quedar exhausta. Y esa escena fue la que movió al gobierno de Ángela Merkel para acogerlos. Y los mandó llevar a Alemania en autobuses.
No son condiciones similares. Pero sí da la impresión de que para el épico desplazamiento de centroamericanos este día puede ser un momento de quiebre. Y tal vez en el albergue más de uno no pudo dormir, pensando en lo que se aproxima.

Foto La Jornada Baja California
Periódico La Jornada

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