Por:
Emir Sader
Nunca América Latina había estado tan unida e integrada como cuando
Argentina y Brasil dejaron de ser rivales para ser aliados, por las
manos de Luiz Inácio Lula da Silva y Néstor Kirchner y, posteriormente,
las de Cristina Fernández y Dilma Rousseff. Con el fortalecimiento y el
ensanchamiento del Mercado Común del Sur (Mercosur), con la fundación de
la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) y su Consejo Sudamericano
de Defensa, con la creación de Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños (Celac); cuando por primera vez América Latina y el Caribe
pasaban a tener una entidad suya, sin Estados Unidos y Canadá, como en
la Organización de Estados Americanos. NuncaWashington había estado tan
aislado del continente. Sus apuestas fracasaban, una después de la otra:
México, Perú, Colombia, Chile.
El retorno de la derecha a los gobiernos de Argentina y Brasil ha
representado no sólo el final de esa etapa de integración, con la
desarticulación del Mercosur, Unasur y Celac, así como la destrucción de
esos dos países con economías en expansión, gobiernos con apoyo popular
y naciones con políticas externas soberanas. Ningún regalo mejor para
Donald Trump y su política de retorno a la guerra fría.
De economías que habían recuperado su capacidad de crecimiento, de
gobiernos que habían priorizado las políticas sociales de distribución
de renta, de presidentes que habían liderado los procesos de integración
regional, hemos pasado a gobiernos que privilegian el ajuste fiscal
intensificando la recesión económica, cortando recursos a las políticas
sociales y acentuando las dinámicas de exclusión social, a gobiernos que
vuelven a gobernar para pocos y a políticas externas de sometimiento
absoluto a los intereses de Estados Unidos.
Un militar brasileño, jefe del ejército, que externó amenazas en
vísperas del juicio en el Supremo Tribunal Federal del habeas corpus
para Lula, ha señalado que si no hubiera hecho esa declaración, la
situación se habría “salido de control”. Es decir, Lula libre, candidato
y presidente de Brasil significaría que los militares perderían el
control de la situación en el país. Tan simple como eso.
De ahí que el proceso arbitrario contra Lula, sin ninguna prueba, y
el acobardamento del Judicial, que impidió que el precepto
constitucional de la presunción de inocencia tenga vigencia, hayan
permitido la condena y la prisión de Luiz Inácio, lo cual abrió el
camino hacia la victoria electoral de un candidato de extrema derecha
mediante una trampa jurídica e internáutica.
La semana pasada el reingreso de Brasil en la guerra fría ganó dos
nuevos episodios: uno fue el nombramiento de un troglodita como ministro
de Relaciones Exteriores: alguien que dice que Brasil debe salir de la
globalización, que es instrumento del marxismo cultural ( sic), que los
problemas climáticos son invenciones que favorecen a China, entre tantas
otras barbaridades, tales como que Dios tiene que salvar a Brasil.
El segundo fue la ruptura del programa Más Médicos, que tenía
alrededor de 8 mil especialistas cubanos que atendían más de 2 mil
ciudades brasileñas y a decenas de millones de personas que, de otra
manera, no tendrían atención de salud… con el argumento del presidente
electo de Brasil de que estaba liberando a los médicos cubanos de la
esclavitud.
Mientras, en Argentina se intenta avanzar en la misma dirección:
conforme se consolida el nombre de Cristina como favorita para ganar las
elecciones presidenciales del próximo año, se intensifica la
persecución jurídica y política contra ella. Buscan reproducir
exactamente lo que han hecho con Lula e intentan hacer con Rafael Correa
y Jaime Petro: la criminalización de los principlaes dirigentes
populares latinoamericanos.
Todo como regalo para Trump, que logra restablecer puentes en el
continente, en Argentina, Brasil, Chile y Ecuador, mientras pierde los
lazos carnales con México. Cuanto más cercanas a Washington, más
miserables nuestras sociedades, más sin soberanía ni dirigentes
populares, más represión hacia nuestros líderes y movimientos populares.
La lucha en América Latina pasa, necesariamente, por la defensa de
los principales líderes políticos del continente, como parte de la
resistencia democrática en contra de los regímenes de excepción que se
han instalado en varios países del continente. Son ellos los que pueden
volver a gobernar nuestros países con legitimidad y gran apoyo popular,
son los que pueden hacer que nuestras economías vuelvan a crecer con
distribución de renta, que hagan lo necesario para que recuperemos
nuestra soberanía externa. Son ellos quienes pueden liderar a nuestros
países y a nuestros pueblos en la defensa de sus derechos avasallados y
de nuestra democracia profundamente amenazada.
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