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domingo, 25 de noviembre de 2018

Hace tiempo que el albergue de Tijuana rebasó su cupo

Caminata Migrante
El éxodo, en su punto más crítico
Rebasó cupo albergue de Tijuana; continúa arribo
Hay 24 letrinas portátiles y ocho regaderas para 5 mil 221 personas y pudieran ser 8 mil
Aloja a 5,221 migrantes y cada día llegan más; se espera que sean hasta 8 mil Foto
▲ Helicópteros de la Patrulla Fronteriza estadunidense sobrevuelan a baja altura el campamento. Los desplazados agitan los brazos como náufragos que piden auxilio.

Tijuana, B.C., El albergue instalado por el ayuntamiento de Tijuana para acoger a más de 5 mil desplazados de Centroamérica hace tiempo rebasó su cupo. Pero nuevas caravanas siguen llegando. Ayer por la mañana ingresó una treintena de hombres agotados, cargados de bultos, mochilas y cobijas. Dando traspiés avanzaron por el laberinto de estrechos pasillos, entre carpas hechizas, armadas con cartones, plásticos y cuerdas.
Miran para todos lados, buscando un pequeño espacio donde instalarse. No hay sitio para ellos. Nadie les da la bienvenida.
El grupo es apenas la avanzada de la caravana que salió de San Salvador hace un mes. El mismo conjunto que aguardó en Ciudad de México la semana pasada una promesa de visas de trabajo para ir a Canadá, que finalmente se desvaneció como un espejismo. Detrás de ellos vienen cerca de 2 mil 500 más. Avanzarán desde Mexicali en las próximas horas.
El abarrotado campo de refugiados en el que ahora se ha convertido la unidad deportiva Benito Juárez, enclavada en uno de los barrios más bravos de Tijuana, sólo cuenta con 24 letrinas portátiles para 5 mil 221 personas, según el último censo. Pronto se acumularán aquí varias caravanas, entre 7 y 8 mil personas.
Sólo hay ocho regaderas al aire libre para esa multitud. Simples tubos que arrojan débiles chorros de agua. En torno a tres de ellos se amontonan, enjabonan y enjuagan los hombres en calzoncillos. En otros las mujeres hicieron casita con cobijas. Es la única privacidad posible. En otras dos se bañan juntos niños, hombres y mujeres. Un pantano de aguas grises rebasa ya las tarimas de madera que se colocaron en el área.
Al sur de esta insalubre área de baños se extiende un mar de pequeñas madrigueras donde niños, hombres y mujeres ven pasar el tiempo, dividido apenas por la rutina diaria: barrer, orear la ropa, salir a hacer las largas colas para recibir las raciones diarias de comida que les reparte la Marina o alguna organización humanitaria. Son 453 niños y 470 niñas.
Esporádicamente, un par de helicópteros de la Patrulla Fronteriza estadunidense sobrevuelan a baja altura el campamento. Los desplazados agitan los brazos como si fueran náufragos pidiendo auxilio.
Al norte del campamento, del otro lado de la reja, se levantan dos cercos. Una barda es la línea limítrofe de México. Otra, mucho más alta, sólida, imponente, es el famoso muro de Donald Trump. Cruel burla: ahí, a pocos pasos, se extiende el vasto territorio de Estados Unidos. Tan cerca, tan lejos, el sueño imposible de todos los migrantes que caminaron más de 5 mil kilómetros para alcanzar esta frontera inexpugnable.

¿Dónde quedó Kansas?
Jefferson y su hermano Mateo siguen con el dedo el largo camino que ya recorrieron a su corta edad, cinco y ocho años respectivamente, desde su natal Esquipulas, en el mapa que sostiene su papá. Aquí, Guatemala; aquí, la puntita de México, Tijuana. Su mamá, Marta Alicia Martínez Padilla, mira desalentada la demostración de geografía de sus retoños. Ella soñaba con ir a Kansas, sólo porque una amiga se fue y le fue bien. Pero ahora, ¿dónde está Kansas?
La desilusión abraza a Marta Alicia. “Venimos a pisar tierra estadunidense y no lo hemos logrado. Tanto luchar, tanto camino, tanto sufrimiento… y al final ni Dios pudo tocar el duro corazón del señor Trump”. Regresar sería enfrentar una derrota para la cual no está lista todavía. Baja la voz para que Mateo, que observa con gravedad la tristeza de su madre, no la oiga. Estamos pensando aventarnos contra el muro. O pasar por los túneles que dicen que hay.
En los corrillos a lo largo del albergue se escuchan conversaciones similares, dominadas por sentimientos de depresión y desesperación. Hablan de polleros que les cobrarían cifras exorbitantes. De quedarse en plantón frente a las garitas. De buscar chamba en Mexico. Y mucho, mucho, se habla de aquel que todo lo puede. Pero que hasta ahora no ha podido.

¡Que la CNDH se haga cargo!: alcalde de Tijuana
Mientras, el presidente municipal de Tijuana Juan Manuel Gastélum cuenta con los dedos de una mano los días que piensa aguantar a estos invasores. Le comenta al corresponsal de La Jornada Antonio Heras. Podemos aguantar hasta el martes, miércoles. Luego vamos a solicitar a la Secretaría de Gobernación que convierta el albergue en una estación migratoria. O a la CNDH, que tanta preocupación tiene en el sentido de que no estamos haciendo bien el trabajo, también le podemos entregar las llaves de la unidad deportiva, ¡y que se haga cargo!
En los accesos del albergue despacha una treintena de empleados del ayuntamiento. Todos usan, por órdenes de sus jefes, tapabocas y guantes de látex, para evitarse infecciones.
Afuera, en la calle de acceso, la Cruz Roja despacha en una carpa donde los migrantes pueden hacer llamadas telefónicas de larga distancia gratuitas. Hay un centro móvil de salud y una carpa de la Organización Internacional de las Migraciones de la ONU, lista para recibir solicitudes para los migrantes que desean retornar voluntariamente a sus países. En Ciudad de México, informan no de muy buena gana, se procesaron entre 200 y 300 retornos, principalmente a Honduras. En este sitio donde operan desde ayer, llevan ya cuatro solicitudes.
Temprano por la mañana un autobús traslada a los migrantes que deseen ir al Servicio Nacional del Empleo, un proyecto de regularización migratoria que se implementó entre el gobierno federal (Instituto Nacional de Migración, Secretaría del Trabajo y Comisión Mexicana para Refugiados), gobierno estatal y empresarios que ofrecen 20 mil plazas de empleo que permiten a los migrantes tramitar visas humanitarias de un año.
Desde el lunes pasado, cuando se instaló esta mesa de trabajo, cerca de 400 centroamericanos se acercaron ya. Ayer se entregaron las primeras seis visas. Otras 200 están ya en proceso, informó Gina Garribo, activista de Pueblo sin Fronteras, responsable de la vinculación del éxodo con las instituciones gubernamentales y las distintas instancias de la sociedad civil.
Respecto a los señalamientos que hizo ayer el sacerdote Alejandro Solalinde, quien acusó a Pueblo Sin Fronteras de utilizar la caravana para traficar con personas y armas, Gina afirmó que cualquier declaración contra los defensores de los derechos de los migrantes, que estamos aquí, poniendo el cuerpo para acompañar el éxodo, nos pone en riesgo. Pero no sólo a nosotros, también a los desplazados, porque las palabras que los desacreditan también atraen más xenofobia y discriminación contra los migrantes. Y pidió que otros colectivos de derechos humanos sigan atentos la evolución del éxodo que aquí, en Tijuana, ha llegado a un punto muy crítico.
Y en ese momento crítico, para este domingo hay pronóstico de que el clima crispado se agudizará. A unos pasos del albergue, un grupo de artistas buenos para el pincel alistan las mantas y banderas que portarán este domingo en la marcha hacia la garita de San Ysidro, a la que están convocando y que prometen será pacífica. Pero otra contramarcha de tijuanenses los amenaza. Es una invitación que circula en redes sociales sin que se identifiquen los convocantes para protestar en contra del gobierno federal, la CNDH, el Ejército y la prensa que apoyan a esta invasión de extranjeros. El llamado asegura que los centroamericanos traen ya epidemia de piojos, viruela, tuberculosis, sida e influenza. La cita, dicen, será a las 10 de la mañana en la glorieta Cuauhtémoc.


Foto Víctor Camacho
Periódico La Jornada

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