Jóvenes, política y campañas en América Latina
Nueva Sociedad
Las nuevas juventudes latinoamericanas expresan sus opiniones y
denuncias por redes sociales. Los partidos políticos se plantean
diferentes estrategias para ganar terreno en ese nuevo campo. La disputa
por el voto joven se produce en internet. Y la batalla, por ahora,
parece estar ganándola la derecha.
Casi la mitad de la población mundial tiene menos de 30 años.
Y, específicamente en América Latina, los jóvenes representan 30% de la
población. Para profundizar en sus comportamientos y en las estrategias
que llevan a cabo los partidos políticos para capitalizar sus votos,
tenemos que considerar que aquellos comprendidos entre los 18 y los 35
años, conocidos como la «Generación de los Millennials», se caracterizan
por ser nativos digitales. La tecnología tiene un rol primordial en sus
vidas a la hora de interactuar socialmente, de consumir y de manifestar
sus opiniones. Inevitablemente, esta nueva manera de socializar afecta
su manera de politizar(se). Se trata de una generación que se moldea a
través de lo instantáneo y que, al mismo tiempo, parece tendiente a
involucrarse con causas puntuales. Una generación que establece
relaciones con los partidos y con estructuras orgánicas más laxas y
equívocas.
En América Latina, ese carácter de «nativos digitales»
debe ser matizado teniendo en cuenta la accesibilidad. Según la
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), «el
número de hogares conectados a internet en la región creció en un 103%
entre el año 2010 y el 2016 [pero] más de la mitad de los hogares siguen
sin acceso a internet». Desde 2010, la diferencia sustancial en el
acceso la hace la banda ancha móvil (BAM). Mientras que hasta ese
momento la accesibilidad a la BAM era casi igual que la fija (6,5%), en
2016 la BAM llegó a 64% y la banda ancha fija (BAF), a 11%. A su vez, la
última encuesta global de Telefónica demostró que 88 % de los millennials latinoamericanos tenía, ya en 2014, al menos un perfil activo, y 72% tenía un smartphone. De acuerdo con un gráfico reciente de Statista,
64 % de los jóvenes entre 18 y 24 años utilizan internet como su medio
principal para informarse de la actualidad, mientras que solo 24% lo
hace a través de la televisión; 6% utiliza los medios impresos y 5%, la
radio.
Estamos ante un mundo que jerarquiza los datos, las
estadísticas y la medición para la toma de cualquier decisión: hacer una
radiografía de comportamientos sociales para luego manipular conductas y
decisiones se vuelve una posibilidad viable. La vanguardia en la
exploración y utilización de las nuevas herramientas en la política la
desplegó Barack Obama en las elecciones presidenciales estadounidenses
de 2008. Como resultado, demostró la eficacia del uso de redes sociales
como un factor importante para expandir mensajes y comunicarse con la
ciudadanía de forma directa y dinámica, además de tejer redes entre sus
propios seguidores para fortalecer al núcleo duro en en el que se
basaban sus votos seguros. Mientras que el eje central en 2008 estaba
enfocado en el uso de las redes sociales, en las elecciones de 2012 todo giró alrededor del big data,
con el trabajo de un equipo multidisciplinario que analizó los datos
demográficos, etarios, socioculturales y económicos de los probables
electores de Obama con el fin de utilizar la microsegmentación. En la
primera elección obtuvo 66% de los sufragios de los estadounidenses de
18 a 29 años, mientras que cuatro años después consiguió 60%.
Argentina: entre el voto joven, el «cambio» y el auge feminista
En
octubre de 2012, Argentina sancionó la ley 26774, que posibilitó que
los jóvenes de 16 y 17 años pudieran acceder de forma electiva al
derecho al voto. En 2013, solamente 20% de los jóvenes de 16 y 17 años
participó efectivamente en las elecciones. En los circuitos electorales
con un nivel socioeconómico alto, la participación electoral de los
jóvenes de esta franja es más alta. Y en los circuitos con un nivel
socioeconómico bajo, la inclusión de este grupo también es elevada,
puesto que allí se encuentra una mayor cantidad de votantes jóvenes, al
margen de que su participación sea menor. Así,
la ampliación del derecho al voto a ciudadanos de 16 y 17 años parece
haber hecho mella en la relevancia electoral de los sectores medios.
En
las elecciones presidenciales de 2015, la fórmula encabezada por Daniel
Scioli tuvo su mayor anclaje en los jóvenes entre 16 y 35 años. La vida
política de su electorado se formó a lo largo de la lucha social cuyo
pico se produjo en 2001 y, en muchos casos, comenzó a tener mayor
identificación partidaria durante los años en que gobernó el
kirchnerismo. Por otro lado, la fórmula derechista Cambiemos supo
reclutar en las elecciones presidenciales a miles de jóvenes que
voluntariamente se ofrecieron a ser fiscales electorales. Así, se
consagró la desterritorialización del voto y se cautivó a los jóvenes
bajo el lema de la política sin políticos. Lo llamativo es que los votos
de esta alianza se anclaron en los jóvenes (de 16 a 25 años) y en la
población de adultos mayores (de 56 a 75 años). Es decir, el apoyo
abarcó ambos extremos y la fórmula tuvo dificultades para llegar a las
edades intermedias. Esto nos da un indicio de que los factores asociados
a que los jóvenes acudan voluntariamente a las urnas pueden ser
similares a las razones por las cuales acuden los mayores no obligados
por ley1.
Este
año se desató un fuerte debate en torno de la legalización de la
interrupción voluntaria del embarazo. La discusión se vio reflejada en
las calles, las oficinas, las aulas, las mesas familiares y, como no
podía ser de otra manera, en las redes sociales. Un informe elaborado
por Social Live analizó más de un millón de interacciones en Twitter
emitidos por más 370.000 usuarios. Según el análisis, 78% de las
interacciones fue a favor de la ley y 22%, en contra.
Brasil: entre el furor por Bolsonaro y el #EleNão
La
batalla electoral que terminó con la coronación de Jair Bolsonaro como
presidente de Brasil se dio en gran medida en las redes sociales. Allí,
el ejército del candidato del Partido Social Liberal (PSL) demostró su
principal fortaleza por sobre su contrincante Fernando Haddad, del
Partido de los Trabajadores (PT). La diferencia en los mensajes fue
marcada: por un lado, Bolsonaro tendió a emitir consignas de carácter
emocional, apelando a los pilares tradicionales de Dios, la familia y el
«amor» por Brasil para generar cercanía con la ciudadanía. En la vereda
de enfrente, la campaña de Haddad se basó en instalarse socialmente en
tiempo récord y en demostrar su proximidad con Luiz Inácio Lula da
Silva, quien ante la imposibilidad de ser candidato, lo apoyó desde la
cárcel. Pero «Haddad es Lula» no fue suficiente. Mientras Bolsonaro
sedujo mediante spots con músicas pegadizas y mensajes
simplificados, el PT no logró bajar a tierra su posición, en medio de
una vertiginosa judicialización de la política, y se alejó del brasileño
promedio. Además, la campaña de Bolsonaro se destacó por su
articulación entre comunicación oficial y no oficial: nadie puede negar
que, gracias a su equipo «en las sombras», el ex-capitán explotó
poderosamente diversas formas de odio social.
El principal
caudal de votos que lo llevó a la victoria provino entre los jóvenes de
16 a 24 años: 28% (en Brasil, el voto es opcional a partir de los 16
años y obligatorio a partir de los 18). En contraste, su apoyo cayó a
18% entre los mayores de 45 años. El buen manejo de las redes sociales
es algo que cultiva desde hace dos años y lo acerca a ese target
etario. Luego del cuchillazo que recibió en un acto de la campaña, supo
mantener la atención en las redes publicando videos desde el hospital, y
en las últimas dos semanas los bolsominions (como se denomina a
sus seguidores) lanzaron un feroz y organizado ataque contra el
candidato del PT. No es nuevo que las campañas negativas para destruir
al oponente son más eficaces y se viralizan con mayor rapidez que las
noticias que construyen una imagen positiva.
Como si esto no
fuera ya contundente, Bolsonaro incursionó de manera efectiva en el
canal de mensajería más popular, allí donde los usuarios sienten más
seguridad e intimidad, ese que técnicamente no es una red social:
WhatsApp. Esto le permitió esquivar la regulación sobre uso de redes
sociales para la campaña electoral que se aprobó este mismo año en
Brasil. Según la declaración en el Tribunal Superior Electoral,
Bolsonaro contrató a la agencia AM4 por 115.000 reales (31.227 dólares),
y esta se encargó de la creación de grupos de WhatsApp con el fin de
formar «comités de contenido» para «denunciar fake news». Con la
ayuda de webs como TextNow, burlaron el límite de los 256 miembros por
grupo y de 20 veces la posibilidad de reenviar el mismo mensaje. Así
comenzó a rodar contenido viral y se distribuyó de forma masiva, por lo
general, con información conspirativa e irreal y noticias falsas. El
viernes 19 de octubre, luego de que Whatsapp bloqueara centenares de
miles de cuentas –entre ellas, la de uno de los hijos de Bolsonaro– por
distribución de «contenido anormal», la justicia electoral brasileña
resolvió abrir una investigación. Esta se realiza a partir de las
denuncias que sostienen que empresarios habrían comprado servicios de
bombardeo masivo de noticias falsas por Whatsapp para beneficiar al
ultraderechista en la campaña presidencial.
Más allá de los
perfiles de los candidatos y de la campaña sucia, se produjo una fuerte
movilización social en contra del candidato de extrema derecha. La
convocatoria fue realizada por las Mulheres Unidas Contra Bolsonaro. El
29 de septiembre, el rechazo a este candidato se reflejó en las calles
con cientos de miles de personas movilizadas en las principales ciudades
de Brasil bajo la consigna #Eleñao (Él no). Según la BBC, se estimó que
en San Pablo acudieron 100.000 personas y en Río de Janeiro, 25.000.
Esta imagen volvió a repetirse una semana antes del balotaje. La mayor
concentración se realizó en la puerta del Museo de Arte de San Pablo y
avanzó por la Avenida Paulista con el protagonismo de mujeres y
afrodescendientes. Así, lo que comenzó en las redes acuñado por el
movimiento feminista, se extendió a los sindicatos, estudiantes,
partidos de izquierda, movimientos contra la discriminación, el
movimiento LGBTIQ y hasta algunas de las comparsas del Carnaval. Sin
embargo, esto no fue suficiente para frenar a la ultraderecha.
México: AMLO, participación histórica y el problema del financiamiento
En
2012, la Encuesta Nacional de Valores en Juventud reveló que cerca de
90% de los jóvenes mexicanos se manifestaba poco o nada interesado en la
política, pero la información estadística del proceso electoral de ese
mismo año muestra que el promedio nacional de participación joven en las
urnas fue de 62%. Es decir que la mayoría manifestó su desinterés, pero
en los hechos concretos, terminó votando. La concurrencia a las urnas
viene en crecimiento. Cada vez son más los jóvenes mexicanos que
demuestran su interés en expresar su posicionamiento electoral.
La
elección presidencial realizada el 1º de julio de este año tuvo la
participación más alta de la historia del país, con 89 millones de
votantes. La juventud tuvo un rol fundamental, ya que votaron por
primera vez 12 millones de jóvenes. La consagración de Andrés Manuel
López Obrador (AMLO), candidato de la alianza Juntos Haremos Historia,
se dio en el marco del desgaste del Partido Revolucionario Institucional
(PRI) y de la fractura del Partido Acción Nacional (PAN).
De
los 70 millones de usuarios de internet que tiene México, 36% tiene
entre 18 y 34 años, según la Asociación de Internet Mx. No es casual que
durante la campaña electoral los candidatos presidenciales hayan
declarado que gastaron 106.777.182 pesos en publicidad en internet
(27,33% del total), lo que se ubica en el segundo lugar como mayor gasto
de campaña, solo por detrás de la propaganda en la vía pública, según
lo reportado al Instituto Nacional Electoral (INE).
Ricardo
Anaya, de la coalición Por México al Frente creada por el Partido de la
Revolución Democrática (PRD), el Movimiento Ciudadano (MC) y el PAN, es
el candidato que más dinero destinó a la propaganda en internet, con
31,54% (63.803.016 pesos) de sus gastos de campaña reportados; le sigue
José Antonio Meade, con 26,24% (34.430.958 pesos), y Jaime Rodríguez
Calderón, con 6,71% (957.928 pesos). Por último, López Obrador, no
declaró gastos discriminados para la propaganda en internet. En su
primer discurso como presidente, López Obrador se encargó de agradecer
la victoria a todos los que lo apoyaron y hacia «las benditas redes
sociales».
El informe «Dinero bajo la mesa», publicado por
Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) y la consultora
Integralia, reveló que por cada peso declarado, en realidad se gastan
15, y detectó que buena parte de la publicidad no declarada en redes
sociales son gastos observables. «El problema radica en que el proceso
de fiscalización se detona a partir de los informes de gasto que los
propios entes fiscalizados (los partidos y candidatos) presentan ante el
INE» y «aunque la autoridad cuenta con mecanismos independientes para
auditar gastos (…) con frecuencia carece de la infraestructura y de la
inteligencia financiera para detectar el flujo total de recursos en
efectivo que fluyen a las campañas y los gastos que se realizan», se
señala en el informe.
Alerta para las izquierdas
Actualmente,
en América Latina, son mayormente los partidos de derecha los que están
viendo con mayor claridad las posibilidades que ofrecen las redes
sociales como medio de llegada a los jóvenes y radican numerosos
esfuerzos para sacarle el mayor provecho a esta herramienta. Incluso se
mantienen muy atentos a las novedades, como trascendió hace poco cuando
se supo que Marcos Peña, el jefe de gabinete de Macri, está intentando
conseguir una función premium de WhatsApp (llamada Enterprise) de
cara a las elecciones de 2019. En cambio, los sectores de izquierda,
progresistas o nacional populares, en general llegan con retraso a
disputar poder en este terreno. Y es que este campo de acción estaba muy
desestimado, por lo que quedó librado a las iniciativas individuales de
sus propios militantes. Una razón posible por la que la derecha
absorbió más rápido este know how puede hallarse quizás en la mayor cercanía de sus cuadros con el mundo corporativo.
El
sociólogo español Manuel Castells señala en «Internet y la sociedad
red» que allí donde hay una movilización social, internet se convierte
en un instrumento dinámico de cambio social, mientras que allí donde hay
burocratización política y política estrictamente mediática de
representación ciudadana, internet es simplemente un tablón de anuncios.
El
camino sería cambiar la política para cambiar internet y, entonces, el
uso político de internet podría producir un cambio de la política en sí
misma. Una regla que suena bien, pero que no debería eximir a las fuerzas alternativas de elaborar una crítica de la internet realmente existente.
Por
otro lado, hay señales que advierten sobre las potenciales afinidades
entre la permanente apelación a lo inmediato y al sentido común de estas
nuevas herramientas. Por otro lado, se evidencia la dificultad de las
redes para traducir movilizaciones potentes contra el orden social
actual en una alternativa estratégica que comprometa a los activistas en
una lucha de largo alcance más allá de eventos parciales. Pero esa no
puede ser una excusa para quedarse atrás en la asimilación técnica de la
redes.
Si la campaña de Obama en 2008 alimentó la creencia
(demasiado ingenua) de que las redes estaban emparentadas con «la
democracia» y con una visión «progresista» de la sociedad, la abrumadora
escalada electoral de Bolsonaro en Brasil (con un uso masivo de
WhatsApp para propagar mensajes de odio y difundir fake news) y
toda la experiencia reciente (incluida la victoria de Donald Trump)
advierten otra vez sobre la necesidad de una actualización urgente en
torno de las nuevas técnicas de comunicación, una apropiación que debe
estar lejos del ciego optimismo digital de hace unos años. A la luz de
las experiencias revisitadas, también es menester desterrar la idea
anestesiante de una afinidad ideológica per se entre los millennials
y las fuerzas que se sitúan a la izquierda; abrir la discusión sobre
los gastos y el mecanismo de la publicidad (política o no) en internet; y
por supuesto, elaborar nuevas estrategias de comunicación con el
público joven, no tomando solo las redes sociales como herramientas para
conseguir mayor alcance y difusión, sino también para escuchar
activamente lo que allí se produce.
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