Por: Juan Manuel Karg
El Senado Federal . Foto: Senado de Brasil.
Las recientes elecciones municipales en Brasil han dejado mucha tela
para cortar, y pueden ser un globo de ensayo para analizar lo que viene
en la región. Un dato estremece por su contundencia: los alcaldes
electos de San Pablo, Río de Janeiro, Belo Horizonte y Porto Alegre
perdieron frente a la suma de abstenciones y votos blancos y nulos. Ganó
la despolitización, tanto en el primer como en el segundo turno.
La hipótesis que guía al conjunto de los analistas políticos del
gigante sudamericano es la misma, independientemente de su filiación
ideológica: la judicialización cotidiana de la política ha provocado
creciente escepticismo en la población. El show del pirotécnico juez
Moro, aliado de los grandes medios de comunicación, salpicó al conjunto
de los actores políticos, aunque con asimetría en la resolución parcial:
el PT fue apartado de su legítimo gobierno federal por fuerzas
políticas (como el PSDB de Serra y el propio PMDB de Temer-Cunha) que
ahora son delatadas en la justicia por Odebrecht, a quien la mass media
acusaba de aliado del lulismo.
El surgimiento de “outsiders” conservadores corona la ecuación
catastrófica. Asi un empresario multimillonario, como Doria -catalogado
por The Washington Post como “el Trump brasileño”- pasa a gobernar San
Pablo y la Iglesia Universal del Reino de Dios desembarca en Río de
Janeiro de la mano de Marcelo Crivella. Lo dijo Lula, sintetizando su
parecer sobre la situación abierta tras la elección: “la desgracia de
quien no gusta de la política es ser gobernado por quien si gusta de
ella: una minoría, una elite”.
Pero el PT, que sale muy mal parado de ambos turnos electorales, mira
al costado y también ve escrombros: el PMDB perdió Río y el ex
candidato presidencial Aécio Neves asoma como derrotado en la interna
con Gerardo Alckmin dentro del PSDB. El descalabro de las fuerzas
políticas más importantes es tal que ha resurgido (¿de las cenizas?) el
octagenario Fernando Henrique Cardoso, quien se presenta como un
hipotético “salvador de la nación” a través de sus voceros/asesores,
como Xico Graziano -que recientemente encabezó un insólito “operativo
clamor” bajo un texto titulado “Volta, FHC”-.
La despolitización creciente es la que lamentablemente “permite” que
se vote, además, una enmienda constitucional que plantea congelar la
inversión social de acá a las próximas dos décadas, afectando
principalmente a la salud y educación pública. El proyecto, conocido
como PEC 241, y baluarte del gobierno ilegítimo de Temer, demuestra que
la derecha brasileña está dispuesta a efectuar reformas estructurales en
el Estado a fin de maximizar ganancias y a la vez entorpecer cualquier
posible vuelta del PT a Planalto. Algo desvela a la elite brasileña: aún
en estas circunstancias, con el PT retrocediendo vertiginosamente en
las urnas, Lula sigue encabezando todos los sondeos conocidos rumbo al
2018.
Por ello avanzan los procesos judiciales contra el ex presidente.
Buscan inhabilitarlo. Hay voces que incluso dicen que su prisión estaría
al caer, visto y considerando que Cunha ya fue detenido (y que el ex
presiden
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