American Curios
David Brooks
El fin de semana el presidente Donald Trump se anotó un triunfo con la aprobación, por los republicanos en el Congreso, de la reforma fiscal, que significa el desmantelamiento del estado de bienestar social en Estados Unidos, o sea, lo que queda del New Deal de los años 30. En la imagen, el mandatario a punto de abordar el Air Force One,el pasado sábado, en Nueva York, con rumbo a WashingtonFoto Afp
L
a semana pasada, el espectáculo en el manicomio de Washington llegó a niveles que recuerdan otra era, donde todo estaba acercándose cada vez más rápido hacia un precipicio, con abierto desdén a las llamadas normas de la llamada democracia, y donde los intereses más reaccionarios expresaron abiertamente su avaricia insaciable y su histórica –e histérica– batalla contra el pueblo. Es como si estuvieran en una fiesta a principios de 1929.
Esto es una guerra de clase, denunció el senador y ex candidato presidencial Bernie Sanders poco después de que los republicanos negociaron en lo oscurito y aprobaron en la madrugada del sábado las más extensa reforma tributaria en décadas que, según el consenso de casi todos, beneficia casi exclusivamente al uno por ciento más rico del país con todos los demás pagando el costo.
El objetivo real de esta reforma es mucho más grande y el sueño de las fuerzas reaccionarias del país a lo largo de casi 80 años: el desmantelamiento del estado de bienestar social en este país, o sea, lo que queda del New Deal de los años 30 (incluido Seguro Social) y las reformas sociales impulsadas en los años 60. Esperan lograrlo al provocar masivos déficit del presupuesto, y la deuda pública, que sólo, argumentarán, se podrá atender con drásticas reducciones en gasto social en estos programas.
Pero la propia arrogancia –el hubris, ese elemento que detona las tragedias griegas– podría descarrilar este tren. Michael Flynn sacudió la Casa Blanca al declararse culpable de mentir a la FBI y anunciar su plena cooperación con la investigación encabezada por el fiscal especial Robert Mueller, que se acerca cada vez más al círculo íntimo de Trump. Por ahora, el flanco legal más vulnerable del magnate y su gente no es por colusión con los rusos –de hecho, eso no viola ninguna ley en sí– sino por el encubrimiento del delito que implica una obstrucción de justicia. En Washington, desde Watergate, todo político sabe que uno no suele caer por un delito, sino por encubrirlo.
Trump, de hecho, podría caer por su arma favorita: el Twitter. Su primer tuit este fin de semana parece indicar que sabía que había mentido a la FBI antes de solicitar al entonces jefe de esa agencia soltar a Flynn de su investigación. El reconocido abogado constitucional de Harvard, Laurence Tribe, considera que ese tuit es una confesión de obstrucción de justicia deliberada y corrupta.
La semana pasada, de la ya muy larga película de horror de tercera (esas que mientras asustan también provocan risa por ser tan terribles), también incluyó varias otras barbaridades que se borran por el torrente de las nuevas, fenómeno de la era trumpiana.
Entre ésas Trump insultó a veteranos militares indígenas Navajo de la Segunda Guerra Mundial, bromeando sobre una senadora que él llama Pocahantas, figura indígena histórica del siglo XVII. Peor aún, todo este acto se realizó frente al retrato del presidente Andrew Jackson –supuestamente el favorito de Trump–, quien en 1831 promulgó la Ley de Remoción Indígena, que se usó para expulsar a los pueblos indígenas del este de Estados Unidos en un éxodo sangriento y cruel, incluyendo el famoso Camino de las lágrimas de los Choctaw en 1831, donde miles murieron al ser obligados a cruzar a pie desde el este del país hasta Oklahoma.
En otra, Trump retuiteó videos anti-musulmanes creados por un partido marginal ultranacionalista y supremacista británico, provocando la crítica del gobierno aliado del Reino Unido (al que Trump respondió que su supuesta amiga, la primer ministra, no se metiera con él), temor en las embajadas de Estados Unidos ante posibles reacciones violentas en diversos países, y condenas de un amplio abanico de este país.
En todos estos casos, Trump y su equipo atacaron a todo el que se atrevió a criticarlo, y claro, siempre con la frase favorita de fake news para todo lo que cuestionaba su realidad.
Varios observadores han señalado que Trump intensifica el ritmo de sus asaltos verbales cuando se siente atacado o sitiado. Dana Milbank, columnista del Washington Post, advierte que aunque el comportamiento de Trump es dañino en sí mismo a las alianzas y a la civilidad, el peligro más grande es que mientras seguimos las distracciones de Trump, perdemos de vista la calamidad real, como es el caso de la reforma tributaria y otras medidas con consecuencias severas al país y al mundo.
Algunos creen que el propio sistema político ahora está en jaque. Trump ha hecho, por sí solo, más para minar los fundamentos de la democracia estadunidense que cualquier agente extranjero o una campaña de propaganda extranjera podría hacer, considera el articulista del New York Times, Thomas Edsall. Cita a Henry Aron, de la Brookings Institution, afirmando que Trump es una arma política de autodestrucción masiva de la democracia estadunidense...
La concentración de riqueza –y la corrupción política que implica– ha llegado a niveles justo antes de la Gran Depresión, el riesgo de una guerra nuclear es el mas elevado desde los peores tiempos de la guerra fría, mientras continúan sin cesar las guerras más largas de la historia de este país, se multiplican los crímenes de odio contra minorías metidas mientras se intensificó la persecución de los inmigrantes, marchan neonazis abiertamente, la campaña oficial contra la prensa y expresiones disidentes (con ataques personales del presidente); cosas que algunos pensaban ya sólo existían en los textos de historia.
... cuando me desperté esta mañana, podría haber jurado que era del Día del Juicio/El cielo estaba todo púrpura, había gente corriendo por todos partes/Tratando de correr de la destrucción, sabes, a mí ya no me importaba. Porque hoy en la noche me voy de reventón como si fuera 1999. Seguro que Prince, para precisar ahora, permitiría modificar un poco la fecha en esta canción, para que el año fuera 1929 (justo antes de estallar la Gran Depresión y con las nubes del fascismo ya oscureciendo al mundo).
Pero siempre existe la posibilidad de que la historia rescate el futuro. Tal vez depende de los dioses griegos, pero mucho más de los despiertos –y por despertar– en este pueblo y eso sería otro tipo de fiesta.
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