"Entre
la larga lista histórica de víctimas en la prolongada búsqueda de la
paz, incorporándose a la vida política democrática en Colombia hay que
recordar, por ejemplo, a los comandantes de la guerrilla del Movimiento
19 de Abril (M-19)", dice el académico colombiano, experto en
movimientos sociales latinoamericanos.
Aquel movimiento rebelde
fundado en 1970, que realizó espectaculares acciones simbólicas, desde
el robo de la espada del libertador de Sudamérica Simón Bolívar, hasta
la trágica toma del Palacio de Justicia, consumó su conversión en fuerza política, pagando con la vida de sus máximas figuras antes de diluirse.
Sus
líderes transitaron en los años 1980 y 1990 la delgada línea de la
salida de la clandestinidad a la vida pública: "fueron asesinados o bien
por su saber técnico militar o por su grado de compromiso democrático,
de su dominio político y de la posibilidad real de triunfo en la arena
electoral" recuerda Correa, profesor del posgrado de la Universidad
Autónoma de la Ciudad de México.
La huella más honda de fracasos
pasados fue el final del más carismático de los líderes de aquella
guerrilla, el abogado Carlos Pizarro, que encabezaba el M-19 desde 1986,
conocido por su sombrero cartagenero blanco con ribete negro.Aquel caribeño elocuente fue asesinado por paramilitares cuando el avión en que viajaba aterrizaba en Bogotá, el 26 de abril de 1990, tras llevar a su movimiento a dejar las armas, firmar la paz con el gobierno y apostar a la política reintegrándose a la vida civil.
Las amenazas
Esta vez, tras el nuevo acuerdo alcanzado en La Habana, "el desarrollo del proyecto político una vez que se entre en el proceso de paz, lo pondrá a prueba el poderío de todos los interesados en continuar la confrontación", apunta Correa.
En Colombia
"aún hay muchos sectores de las sociedad que están armados y no quieren
el proceso de paz; y pueden imponer condiciones que bloqueen el acuerdo"
con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FAR), advierte
Correa.
Ahora
que el liderazgo recorra ese camino "es muy probable que lo comandantes
lleguen a sufrir atentados e incluso ser asesinados", alerta.
Correa
recuerda, además, que las FARC ya hicieron otro intento de paz: su
primer experimento fue lanzarse a un acuerdo con el Partido Comunista y
sectores progresistas en procesos electorales, bautizado como Unión
Patriótica en 1986 y el resultado fue que mataron a 3.600 militantes a
manos de paramilitares, fuerzas del Estado y narcotraficantes."Las posibilidades de que esto se repita son enormes, porque hay sectores del ejército y la Marina que no están convencidos del proceso de paz", dice el experto en conflictos armados latinoamericanos.
Las
FARC han entrado a este proceso porque "los estaban derrotando en el
campo militar, acorralados en una condición que se acercaba a la derrota
política".
El investigador colombiano considera que los líderes
de las FARC "están convencidos de que empujar un poco más lejos el
proceso de negociación, los llevaría a una derrota absoluta, acechados
por quienes esperan a verlos desarmados para cobrar cuentas".La complejidad del proceso tiene en los seguidores del expresidente derechista Álvaro Uribe y sus seguidores, bautizados como el "uribismo", a "un sector político no legítimo que ha combatido a capa y espada el proceso de negociación".
En
segundo lugar, entre las amenazas, los viejos grupos paramilitares
bautizados con nombres nuevos "son expresiones del crimen organizado,
como en México, que siguen actuando como un partido paramilitar".
Esas
fuerzas ocultas "siguen golpeando a sectores organizados, al liderazgo
del movimiento indígena, a estudiantes, campesinos, y no veo cómo se va a
impedir eso".Correa recuerda además cuando se firmaron los acuerdos con las autodefensas de ultraderecha, para impedir una confrontación con las fuerzas armadas a principios del siglo XXI
"También
es una parte de la historia de Colombia; y se puede ir más atrás en
busca de otros desenlaces, como el de las guerrillas liberales de los
años 1950, durante el periodo conocido como La Violencia, cuando
nacieron movimientos comunitarios armados en los llanos orientales y
otras regiones", dice el conferencista sobre movimientos sociales.
En
aquellos años, "en otra negociación de paz fallida, los campesinos
formaban filas enormes para recibir escrituras de tierras a cambio de
armas, se juntaron montañas de fusiles que se acumularon de ese proceso
pacificador y muchos de esos campesinos terminaron asesinados", remata.
En
el país caribeño "no se puede olvidar una sensación de que negociar con
la oligarquía colombiana es negociar con la muerte", puntualiza el
experto.
Colombia tiene ahora el ejército más grande de América
Latina, no hay un sector de la economía nacional que reciba tantos
recursos para quintuplicarse de unos 110.000 hombres a medio millón de
efectivos, con la fuerza aérea más poderosa y maquinaria moderna de
guerra, armados por Washington.EEUU indudablemente contribuyó a la reingeniería del ejército colombiano, que estuvo a punto de colapsar en un una década en el gobierno de Ernesto Samper a finales del siglo XX (1994-1998).
Correa también cree que con ese fin armamentista se exageró la fuerza de las guerrillas a unos 50.000 hombres, y que en realidad solo llegaron a poner sobre las armas a una fuerza consolidada de entre 20.000 y 25.000 hombres, que en las condiciones actuales ha sido mermada hasta los 12.000 efectivos.
En
Colombia "ha ocurrido todo lo que EEUU esperaba: es mejor terminar a las
FARC como guerrilla en una negociación que mediante un aniquilamiento,
que tendría un costo moral y económico muy grande para el país"
argumenta.
Finalmente, las corporaciones internacionales ya hacen
planes para desembarcar en las zonas ricas en petróleo, carbón y hierro,
"porque el proyecto neoliberal se ha implantado", concluye el experto.
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