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lunes, 6 de junio de 2016

American Curios: Elección rebelde



David Brooks
La Jornada

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La insurgencia contra el establishment en Estados Unidos sacude a los partidos Demócrata y Republicano con dos personajes: Bernie Sanders y Donald Trump, respectivamente. El primero, un proclamado socialista democrático que no se rinde y afirma que dará la batalla a su correligionaria Hillary Clinton hasta el final. El segundo, un magnate que ha conquistado la nominación a pesar de los intentos por descarrilarlo. Ambos, en imágenes de hace unos días en actos proselitistas en California, donde mañana se celebrarán elecciones primariasFoto Xinhua y Afp
Por fin está por culminar el proceso de elecciones primarias caracterizado por una rebelión contra el consenso bipartidista cupular sobre las política neoliberales –incluido el concepto sagrado de libre comercio como si fuera un nuevo valor democrático– que han imperado por unas tres décadas, una sublevación con una vertiente derechista, algunos dirían fascista, y otra progresista con raíces ideológicas social demócratas del New Deal de Franklin D. Roosevelt.
La insurgencia contra el establishment sacude a ambos partidos y sus patrocinadores empresariales y financieros; Donald Trump conquista la nominación republicana a pesar de los masivos intentos de los dirigentes de su propio partido para descarrilarlo, y el socialista democrático se convierte en el precandidato presidencial progresista más exitoso de la historia y no permite la coronación de la reina del Partido Demócrata.
Este martes se realizarán las últimas elecciones internas de cada partido con dos premios mayores, California (el estado más grande y diverso del país) y Nueva Jersey, además de Montana, Nuevo Mexico, Dakota del Norte y Dakota del Sur. Son la culminación de un proceso (en realidad, es la penúltima contienda, con Washington DC que marca el final el próximo martes 14 de junio) que obligó a todos los expertos, comentaristas, historiadores, periodistas y tal vez hasta los adivinadores del futuro, a confesar que no sólo fallaron en pronosticar esta pugna electoral, sino que se equivocaron desde el principio.
Nada parecido ha ocurrido en la memoria reciente del país. Nadie se imaginaba que se detonaría una gran preocupación mundial sobre la amenaza del fascismo dentro de Estados Unidos, ni que se generaría una ola sin precedente de apoyo –y cerca de 10 millones de votos– para alguien que se identificaba como socialista en el país campeón de la batalla ideológica –y una historia de represión política– contra esa etiqueta.
“Es así como llega el fascismo a America” fue la cabeza del artículo publicado en el Washington Post, del reconocido analista centrista Robert Kaplan, de la muy establishment Brookings Institution. Muchos más, incluidos no pocos republicanos y liberales, han usado el término f para referirse a Trump y su populismo derechista.
Gran parte de las bases sociales de Trump expresan su hartazgo con una cúpula política que al promover su agenda neoliberal ha dejado millones de trabajadores blancos, sobre todo en zonas antes industrializadas, abandonados por lo que llaman la globalización.
Ojo: en cada discurso de Trump, además de sus arranques racistas y antimigrantes ya conocidos por todo el planeta, siempre, sin excepción, aborda el tema del libre comercio. Promete desmantelar acuerdos como el TLCAN/NAFTA uno de los peores acuerdos comerciales en la historia.
Ese punto tiene un eco masivo. Y es parte de su mensaje ultranacionalista que incluye sus propuestas de un muro contra mexicanos, la deportación masiva de ilegales y la vigilancia y freno al ingreso de los musulmanes.
Su mensaje de que la cúpula es corrupta y tramposa resuena entre los que se sienten olvidados, los que creían en el mito gringo, y por ello funciona el lema de su campaña: “Volver a hacer a America grande otra vez”.
Otra parte de este mismo sector de trabajadores desplazados junto con la abrumadora mayoría de jóvenes que ven un futuro anulado y que desean algo más noble que la visión pragmática y cínica de políticos que han nutrido el desencanto impulsan la insurgencia de Bernie Sanders, que esta semana reiteró que continuará su revolución política hasta el final de este proceso, o sea la convención nacional del partido en Filadelfia el próximo julio.
Aunque todo indica que el martes Clinton superará el número de delegados ganados para conquistar la nominación, aún si pierde California (donde ambos están técnicamente empatados en los sondeos), Sanders ya ganó.
No sólo logró imponer el mensaje sobre la desigualdad económica y el 1 por ciento que secuestra la democracia al centro del debate político nacional, sino también obligó al establishment y su candidata Clinton a girar hacia la izquierda respecto de varios temas claves. Sobre los acuerdos de libre comercio que Sanders dice han beneficiado a los más ricos al joder a amplios sectores de trabajadores tanto aquí como en el extranjero, Clinton, feroz promotora de esta teología, ha tenido que cambiar su postura y ahora critica el Acuerdo Transpacífico que tanto elogió hace poco.
Sanders ha desatado debates sobre el dinero y el proceso electoral, la subordinación de los políticos y el partido a los intereses de los más ricos y ha forzado posiciones más progresistas en temas como migración, cambio climático y educación superior, entre otros.
La cúpula del partido se vio obligada a ofrecer a Sanders cinco de los 15 puestos en la comisión para elaborar la plataforma nacional del partido. De inmediato nombró a cuatro figuras progresistas: el activista y defensor de derechos del pueblo palestino James Zogby (vale recordar, en este contexto que Sanders es judío), al filosofo político radical (y afroestadunidense) Cornel West, la dirigente indígena Deborah Parker, y el líder más reconocido del movimiento ambientalista sobre el cambio climático Bill McKibben. Su quinta propuesta, la secretaria general del sindicato nacional de enfermeras RoseAnn DeMoro fue vetada por el Comité Nacional del partido porque ya hay un sindicalista en la comisión (y porque no la perdonan por apoyar a Sanders).
Por ahora, si no hay sorpresas, todo indica que la elección general será disputada entre Clinton y Trump. Ambos tienen la gran distinción de ser percibidos negativamente por una amplia mayoría del electorado. Pero aún más importante son las implicaciones, y revelaciones, de este ciclo electoral que se cierra: algo ya no funciona, algo ya no convence, el juego está en duda.
Hay una rebelión contra más de lo mismo. Pero aún está por verse qué será lo diferente, y si será peor o algo lleno de esperanza.

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