David Brooks
La Jornada
La insurgencia contra el establishment en Estados Unidos
sacude a los partidos Demócrata y Republicano con dos personajes: Bernie
Sanders y Donald Trump, respectivamente. El primero, un proclamado
socialista democrático que no se rinde y afirma que dará la batalla a su
correligionaria Hillary Clinton hasta el final. El segundo, un magnate
que ha conquistado la nominación a pesar de los intentos por
descarrilarlo. Ambos, en imágenes de hace unos días en actos
proselitistas en California, donde mañana se celebrarán elecciones
primariasFoto Xinhua y Afp
Por fin está por
culminar el proceso de elecciones primarias caracterizado por una
rebelión contra el consenso bipartidista cupular sobre las política
neoliberales –incluido el concepto sagrado de libre comercio como si
fuera un nuevo valor democrático– que han imperado por unas tres
décadas, una sublevación con una vertiente derechista, algunos dirían
fascista, y otra progresista con raíces ideológicas social demócratas
del New Deal de Franklin D. Roosevelt.
La insurgencia contra el establishment sacude a ambos
partidos y sus patrocinadores empresariales y financieros; Donald Trump
conquista la nominación republicana a pesar de los masivos intentos de
los dirigentes de su propio partido para descarrilarlo, y el socialista
democrático se convierte en el precandidato presidencial progresista más
exitoso de la historia y no permite la coronación de la reina del
Partido Demócrata.
Este martes se realizarán las últimas elecciones internas de cada
partido con dos premios mayores, California (el estado más grande y
diverso del país) y Nueva Jersey, además de Montana, Nuevo Mexico,
Dakota del Norte y Dakota del Sur. Son la culminación de un proceso (en
realidad, es la penúltima contienda, con Washington DC que marca el
final el próximo martes 14 de junio) que obligó a todos los expertos,
comentaristas, historiadores, periodistas y tal vez hasta los
adivinadores del futuro, a confesar que no sólo fallaron en pronosticar
esta pugna electoral, sino que se equivocaron desde el principio.
Nada parecido ha ocurrido en la memoria reciente del país. Nadie se
imaginaba que se detonaría una gran preocupación mundial sobre la
amenaza del fascismo dentro de Estados Unidos, ni que se generaría una
ola sin precedente de apoyo –y cerca de 10 millones de votos– para
alguien que se identificaba como
socialistaen el país campeón de la batalla ideológica –y una historia de represión política– contra esa etiqueta.
“Es así como llega el fascismo a America” fue la cabeza del artículo publicado en el Washington Post, del reconocido analista centrista Robert Kaplan, de la muy establishment Brookings Institution. Muchos más, incluidos no pocos republicanos y liberales, han usado el término
fpara referirse a Trump y su populismo derechista.
Gran parte de las bases sociales de Trump expresan su hartazgo con
una cúpula política que al promover su agenda neoliberal ha dejado
millones de trabajadores blancos, sobre todo en zonas antes
industrializadas, abandonados por lo que llaman la
globalización.
Ojo: en cada discurso de Trump, además de sus arranques racistas y
antimigrantes ya conocidos por todo el planeta, siempre, sin excepción,
aborda el tema del libre comercio. Promete desmantelar acuerdos como el
TLCAN/NAFTA
uno de los peores acuerdos comerciales en la historia.
Ese punto tiene un eco masivo. Y es parte de su mensaje
ultranacionalista que incluye sus propuestas de un muro contra
mexicanos, la deportación masiva de ilegales y la vigilancia y freno al ingreso de los musulmanes.
Su mensaje de que la cúpula es corrupta y tramposa resuena
entre los que se sienten olvidados, los que creían en el mito gringo, y
por ello funciona el lema de su campaña: “Volver a hacer a America grande otra vez”.
Otra parte de este mismo sector de trabajadores desplazados junto con
la abrumadora mayoría de jóvenes que ven un futuro anulado y que desean
algo más noble que la visión
pragmáticay cínica de políticos que han nutrido el desencanto impulsan la insurgencia de Bernie Sanders, que esta semana reiteró que continuará su
revolución políticahasta el final de este proceso, o sea la convención nacional del partido en Filadelfia el próximo julio.
Aunque todo indica que el martes Clinton superará el número de
delegados ganados para conquistar la nominación, aún si pierde
California (donde ambos están técnicamente empatados en los sondeos),
Sanders ya ganó.
No sólo logró imponer el mensaje sobre la desigualdad económica y el 1
por ciento que secuestra la democracia al centro del debate político
nacional, sino también obligó al establishment y su candidata
Clinton a girar hacia la izquierda respecto de varios temas claves.
Sobre los acuerdos de libre comercio que Sanders dice han beneficiado a
los más ricos al joder a amplios sectores de trabajadores tanto aquí
como en el extranjero, Clinton, feroz promotora de esta teología, ha
tenido que cambiar su postura y ahora critica el Acuerdo Transpacífico
que tanto elogió hace poco.
Sanders ha desatado debates sobre el dinero y el proceso electoral,
la subordinación de los políticos y el partido a los intereses de los
más ricos y ha forzado posiciones más progresistas en temas como
migración, cambio climático y educación superior, entre otros.
La cúpula del partido se vio obligada a ofrecer a Sanders cinco de
los 15 puestos en la comisión para elaborar la plataforma nacional del
partido. De inmediato nombró a cuatro figuras progresistas: el activista
y defensor de derechos del pueblo palestino James Zogby (vale recordar,
en este contexto que Sanders es judío), al filosofo político radical (y
afroestadunidense) Cornel West, la dirigente indígena Deborah Parker, y
el líder más reconocido del movimiento ambientalista sobre el cambio
climático Bill McKibben. Su quinta propuesta, la secretaria general del
sindicato nacional de enfermeras RoseAnn DeMoro fue vetada por el Comité
Nacional del partido porque ya hay un sindicalista en la comisión (y
porque no la perdonan por apoyar a Sanders).
Por ahora, si no hay sorpresas, todo indica que la elección general
será disputada entre Clinton y Trump. Ambos tienen la gran distinción de
ser percibidos negativamente por una amplia mayoría del electorado.
Pero aún más importante son las implicaciones, y revelaciones, de este
ciclo electoral que se cierra: algo ya no funciona, algo ya no convence,
el juego está en duda.
Hay una rebelión contra más de lo mismo. Pero aún está por verse qué
será lo diferente, y si será peor o algo lleno de esperanza.
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