American Curios
David Brooks
La Jornada
Participantes en el Desfile por el orgullo gay ese pronunciaron ayer en
San Francisco, California, en demanda de justicia para los 49
asesinados en un bar de Orlando la semana antepasadaFoto Afp
No pasa un día sin noticias de múltiples homicidios y heridos por balas. En un país que está obsesionado con ser excepcional,
logra serlo en un rubro: no hay ninguna otra nación avanzada que se
parezca –ni de cerca– a Estados Unidos en el nivel de sangre en sus
calles por la violencia con armas de fuego.
Una masiva expresión de amor y solidaridad brotó este domingo en las
calles de Nueva York, durante el ya casi oficialista Desfile por el
orgullo gay, donde al comienzo se guardó un minuto de silencio por los
49 muertos y 53 heridos en el club de Orlando –la mayoría latinos– a manos de un hombre armado con, entre otras cosas, un rifle de asalto.
Alto al odio, fue la mayor consigna. Habían latinos y musulmanes que declaraban y coreaban contra la ola de odio promovido por Donald Trump y su partido afirmando que se enfrentarán contra la triple amenaza de la islamofobia, el sentimiento antimigrante y la homofobia. Un refugiado sirio, Subhi Nahas, fue uno de los tres seleccionados para encabezar la marcha este año. Otra consigna en letreros, disfraces y carros fue:
No viviremos en el temor.
Pero estas expresiones se tenían que hacer bajo un despliegue masivo
de seguridad policiaca –incluyendo francotiradores en algunos techos, a
lo largo de la ruta por la Quinta Avenida, barricadas y miles de
agentes. Todo porque en cualquier momento alguien con armas
–frecuentemente, legalmente adquiridas– podría declararse patriota, terrorista o sólo un loco y atacar el festival.
El temor se ha vuelto el pilar de la vida en el país más poderoso de
la historia del mundo. Ese es el pretexto para casi todo, incluso de los
que defienden lo que aquí sigue siendo el sagrado derecho de
tener y portar armas. Justo después de la tragedia en el club Pulse, de
Orlando, las acciones de los fabricantes de armamento –y la compra de
sus productos– se (perdón por la palabra) dispararon.
Hay suficiente armamento en manos privadas para armar a todos los
adultos en Estados Unidos –alrededor de 300 millones. Con éstas mueren
aproximadamente unas 33 mil personas cada año (dos tercios son
suicidios) y 70 mil son heridas. Los homicidios con armas de fuego son
ahora causa común de decesos en este país, cobrándose la vida de
aproximadamente el mismo número de gente por accidentes en automóviles.
La tasa de mortalidad por armas de fuego es de 31 por millón de
habitantes, equivalente a 27 personas cada día del año, reporta el New York Times –más que en cualquier otro país avanzado (aunque no más que en otras naciones, incluyendo a México, donde la tasa es de 122 por millón).
Las balaceras masivas –la peor en la historia del país y la más
reciente, en Orlando– ocurren en promedio en 5 de cada 6 días en este
país, según datos del Gun Violence Archive analizados por The Guardian,
un total de mil incidentes en mil 260 días (hay diferentes
definiciones, pero para este cálculo se trata de incidentes en los que
cuatro o más personas son baleadas).
Muchos periodistas aquí nos tenemos que hacer la pregunta
demasiado frecuentemente: ¿cuántas veces más tenemos que escribir esta
historia? Una vez más hay horror, una vez más el presidente expresa
condolencias y lamenta que no se ha hecho nada más para controlar las
armas de fuego, una vez más los expertos recuerdan las estadísticas
mortales, una vez más se detona el debate sobre el armamento en foros
públicos, en medios, en los pasillos del poder. Y una vez más: nada.
La parálisis política muestra ante los ojos del mundo la inoperancia
del sistema político estadunidense para proteger a sus ciudadanos.
Cuatro iniciativas de ley para imponer muy moderados controles sobre las
armas fueron derrotados en el Senado durante días recientes. Ni la
sencilla iniciativa para prohibir la venta de las armas de asalto,
modelos civiles de armamento para uso militar, incluyendo el popular
AR-15, que han sido las más usadas en las matanzas (donde cuatro o más
son baleados) en tiempos recientes, desde Columbine, Aurora, la primaria
en Newtown, y ahora Orlando se han podido prohibir.
Por eso fue notable el breve espectáculo de la semana pasada, cuando
representantes federales demócratas ocuparon el recinto de la cámara
baja durante poco más de 24 horas, sentándose en el piso del recinto y
declarando que permanecerían ahí hasta que se programara un voto para
una medida muy modesta (aunque problemática): que se prohibiera la venta
de armas de fuego a todo aquel que esté en la famosa lista de no volar,
antiterrorista, que mantiene el gobierno federal. Encabezados por el
legendario diputado afroestadunidense John Lewis, veterano del
movimiento por los derechos civiles de los 60, y acompañados en momentos
diferentes por la lideresa de la minoría demócrata Nancy Pelosi y el
aún precandidato presidencial Bernie Sanders, desafiaron las órdenes del
presidente de la cámara para retomar la agenda del día. “A veces se
tiene que hacer algo fuera de lo común… Llega un momento en que se tiene
que decir algo, en el que hay que hacer un poco de ruido, en el que hay
que dar un paso”, expresó Lewis con su voz inconfundible.
Los republicanos rehusaron ceder y hasta ordenaron que se apagaran
las cámaras de CSPAN, el canal de cable que transmite las actividades
del Congreso. Aparentemente aún no se han dado cuenta de que en este
mundo digital apagar las cámaras no evita que todo se difunda por
teléfonos por las redes sociales, lo cual ocurrió. Pero después de 24
horas, el Congreso fue declarado en receso.
Mientras tanto, algún colega en alguna esquina de este país está
reportando sobre otro muerto, otro herido por bala en Chicago,
Baltimore, Oakland o cerca del Capitolio, donde ya se fueron de
vacaciones los que supuestamente trabajan en nombre del pueblo.
PD: este reportero está contemplando solicitar de su periódico un chaleco antibalas para seguir reportando desde Estados Unidos.
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