Los Indignados de Brasil
Le costó trabajo entender las demandas, dicen sus asesores
Reuters
Periódico La Jornada
Martes 25 de junio de 2013, p. 5
Sao Paulo, 24 de junio.
Pocas personas en Brasil saben mejor que la presidenta Dilma
Rousseff lo que es tener unos 20 años y estar furiosa con el gobierno.
Rousseff, que en la década de 1960 fue guerrillera marxista y peleó
contra la dictadura militar, está ahora del otro lado del mostrador,
intentando desactivar las protestas que en las últimas dos semanas
sacaron a más de un millón de personas a las calles, alteraron los
mercados y podrían incluso amenazar su relección en 2014.
Y la ironía no pasó desapercibida para los manifestantes, como uno
que llevaba la semana pasada un cartel con una foto de Rousseff tomada
tras su detención a los 22 años y la leyenda:
¡Tus ideales eran los mismos que los nuestros! ¡Queremos otra vez a esa Dilma!.
Pese a su pasado y sus actuales políticas de izquierda, los asesores
de Rousseff dicen que lo mismo que a otros políticos le costó entender
qué querían los manifestantes y decidir cómo reaccionar. Y la dura
verdad es que no hay opciones fáciles.
Las demandas de más gasto en hospitales, escuelas y transporte
público no podrían llegar en peor momento para su gobierno, que intenta
recuperar su credibilidad ante los inversores mediante un renovado foco
en la disciplina fiscal.
El movimiento de protestas, que no tiene nombre ni líderes y
floreció gracias a las redes sociales y la enorme participación de
estudiantes universitarios, unió a brasileños frustrados con la
corrupción, los deficientes servicios públicos y los miles de millones
de dólares gastados en preparativos para la Copa Mundial 2014.
Aunque la mayoría de las protestas fueron pacíficas, decenas de personas resultaron heridas y dos muertas.
Rousseff prometió reprimir a una minoría de manifestantes violentos
que saquearon comercios y cometieron actos de vandalismo contra
edificios gubernamentales, pero elogió el espíritu democrático de la
mayoría y dijo que atendería sus demandas. La presidenta tenía
programado reunirse el lunes con gobernadores y alcaldes buscando apoyo
para sus planes de construir hospitales y mejorar el transporte público
en las ciudades de Brasil.
Quiere, además, convencerlos para que apoyen una propuesta de ley
que destinaría todas las regalías de la exploración de nuevos
yacimientos de petróleo a escuelas públicas y otros proyectos de
educación.
Pero la economía no logra ganar velocidad, la inflación está
deteriorando el poder de compra y las crecientes tasas de interés
encarecen el crédito al consumo.
Eso significa que Rousseff no tiene mucho margen de maniobra y en el
corto plazo los manifestantes difícilmente verán mejoras concretas en
sus vidas.
Y aun así, la capacidad de Rousseff de convencer a los brasileños de
que por lo menos ella está de su lado será crucial para evitar que las
protestas devengan en violencia o distraigan el resto de su agenda
justo cuando la economía se muestra delicada.
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