Julia Evelyn Martínez (*)
SAN SALVADOR - Las multitudinarias y variadas manifestaciones de protesta en Brasil tienen a políticos, a “opinólogos” y a analistas de profesión, entre la sorpresa y la incredulidad. Ni el exquisito discurso que los publicistas prepararon para la presidenta Roussef anunciando el gran pacto nacional por los servicios públicos, ni los llamados de Pelé a retornar a los estadios y olvidarse de la política, han debilitado la protestas y más bien, éstas tienden a diversificarse, a descentralizarse y a complejizarse.
¿Qué está pasando en el paraíso brasileño? ¿Por qué la gente que debería estar agradecida con el milagro económico y social de Brasil ha salido a las calles a protestar como si estuvieran en Grecia, Túnez o El Salvador? ¿Por qué no están en los estadios y/o viendo la televisión? ¿Será qué la derecha fascista está detrás de estas manifestaciones, como lo denunciaron en un primer momento algunos ideólogos de la revolución pasiva brasileña? ¿O más bien será la izquierda radical y extremista quiere derrocar al gobierno democrático e instaurar la dictadura del proletariado, como lo advierte Mary O´Grady, columnista del Wall Street Journal?
Si bien estas protestas comenzaron con el llamado del Movimiento Pase Libre (MPL) para salir a las calles a protestar por el incremento de 20 centavos en el pasaje de transporte público, es claro que esto solamente fue el detonante de un conflicto que está en la raíz de las protestas: las enormes brechas sociales que representan la gran deuda social de las reformas capitalistas realizadas por la burguesía brasileña mediante un pacto de casi dos décadas con el Partidos de los Trabajadores (PT) y la Central Única de Trabajadores (CUT). Esta alianza permitió no solo mantener en calma y/o bajo control la movilización política de los movimientos sociales por sus demandas históricas de clase sino que además, impulsó el transformismo de importantes sectores de la izquierda brasileña, a un modelo “neoliberal recargado”, que algunos intelectuales orgánicos llaman eufemísticamente post - neoliberalismo.
Es cierto que en la última década 23,4 millones de personas salieron de la pobreza absoluta gracias al programa Bolsa Familiar, pero también es cierto que ese programa no ha tenido influencia significativa sobre la desigualdad. De acuerdo a un estudio de Cristian Aid (2012), esas transferencias monetarias (equivalentes a la versión salvadoreña de la Red Solidaria y de las Comunidades Solidarias) reducen la pobreza absoluta, especialmente en las regiones máspobres, pero no abordan la desigualdadni crean alternativas para la inclusiónsocial duradera, lo que significaque no pueden hacer una contribuciónsignificativa a la transformaciónde la vida de los pobres. Las disparidades geográficas en el gasto público agravan las desigualdades sociales: el 20% más pobre de los municipios reciben en promedio $304 por persona en transferencias del gobierno federal, mientras que el 20% más ricode los municipios reciben en promedio $813 por persona.
Estas son parte de las muchas cosas que no se saben del paraíso brasileño: ¿se sabe que 11,2 millones de personas (6% de la población total) sobreviven en favelas incrustadas en medio de la opulencia y del consumismo de las clases medias? ¿Se sabe que el 25% de la población está clasificada en condición de vulnerabilidad social, y que en los estados del norte, esa vulnerabilidad llega a casi el 45%? ¿Se sabe que el ingreso mensual promedio de los blancos es de US$860, que es casi el doble que el de los afrobrasileños y mucho más del doble del de los indígenas? ¿Se sabe que el 3% de la población posee las 2/3 partes de la tierra cultivable? ¿Se sabe que los megaproyectos, como la presa Belo Monte, están provocando graves daños ambientales y grandes conflictos sociales en la región de la Amazonía?
Por eso las demandas que explotan en la cara de la clasepolíticabrasileña trasciendan el tema del transporte de gratuito y/o la ampliación de los programas sociales: protestan contra la brutalidad policial contra los habitantes de las favelas; protestan contra la destrucción de la Amazonía; protestan por los desalojos de barrios enteros para mejorar la imagen turística de las ciudades durante el mundial de futbol; protestan contra el transformismo y la corrupción de los dirigentes del PT y de la CUT; protestan contra el racismo; se manifiestan en favor de los derechos humanos de las mujeres, de la comunidad LGBI y de los pueblos indígenas. Es decir, protestan y se movilizan en contra todo lo que no está acorde con el sueño de los cambios estructurales que depositaron en los gobiernos de Lula y Dilma Roussef.
Parece que llegó el momento de que el resto de países con gobiernos progresistas, como el de Uruguay y Argentina, comiencen a verse en el espejo de Brasil, y que los partidos políticos de izquierda moderada, como el FMLN, se tomen en serio los límites de la estrategia de la revolución pasiva y de la desmovilización política de las masas. Solo es cuestión de tiempo en que el golpe de los y las de abajo les aseste una bofetada para que despierten de su letargo; tal como está ocurriendo en Brasil.
(*) Columnista de ContraPunto
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