Juan Carlos Pérez Salazar
BBC Mundo, Ciudad de México
Última actualización: Viernes, 31 de mayo de 2013
En
menos de dos décadas, las pandillas maras se convirtieron en una de las
organizaciones criminales trasnacionales más exitosas de América Latina
al saltar desde su base en Los Ángeles, Estados Unidos, a varios países
centroamericanos.
Debido a su crecimiento arrollador, hay quienes argumentan que el término mara viene de marabunta, las feroces hormigas migratorias que arrasan todo a su paso.
Sea
o no ese el origen de la palabra -que en muchos lugares ya es sinónimo
de pandilla-, las maras se extendieron como voraz marabunta por
Guatemala, El Salvador y Honduras, donde se estima que tienen unos 100
mil pandilleros. También han llegado al sur de México.
Y
acompañando su paso, en los países centroamericanos se dispararon los
índices de criminalidad, encabezados por el asesinato. En 2012, los dos
países con mayor tasa de homicidios a nivel mundial fueron Honduras y
El Salvador. Y la ciudad hondureña de San Pedro Sula es considerada la
más peligrosa del planeta.
Sin embargo, a
medida que las maras seguían su irresistible marcha hacia el sur, un
fenómeno interesante apareció: por el momento no han podido avanzar más
allá de Honduras.
Y el motivo tiene nombre propio y ubicación geográfica: Nicaragua.
Un poco de historia
Esto
se detectó hace ya varios años. En 2008, durante una reunión de
directores de migración de Centroamérica, el de Costa Rica, Mario
Zamora, dijo:
"Nicaragua se ha convertido
en una especie de escudo inexpugnable para las maras. Hay que analizar
qué es lo que está detrás de ese fenómeno, el que Nicaragua sea una
barrera de las maras. Gracias a ellos no nos han llegado a Costa Rica".
Pero, ¿cuál es la razón?
"Nicaragua se ha convertido en una especie de escudo inexpugnable para las maras"
Mario Zamora, director de Migración de Costa Rica
Para
encontrarla hay que remontarse a la génesis de las maras en
Centroamérica, a principios de los años '90, cuando George Bush padre,
entonces presidente de EE.UU., autorizó la deportación de cientos de
jóvenes de origen centroamericano que se encontraban en las cárceles
estadounidenes.
Muchos de ellos habían
crecido en Estados Unidos y no entendían una palabra de español. Sin
embargo, al ser hijos de indocumentados, fueron expulsados.
En
su reportaje "Barrio 18, apogeo y caída de una pandilla" los
periodistas José Luis Sanz y Carlos Martínez hacen un extraordinario
recuento de la llegada de esos jóvenes a El Salvador.
"Esa
fue la primera vez que vio a los bajados. (...) Ese modo de vestir, de
llevar el cabello, esos tatuajes tan… tan de allá. Llevaban pantalones
Dickies y Ben Davis, camisas holgadas, y se llamaban por nombres
geniales como Whisper, Sniper, o Spanky. (...) ¿Cómo no acercarse?".
Pronto
los "bajados", además de despertar admiración, se apoderaron de los
territorios y los conflictos de los lugareños. Desde allí empezaron a
construir su imperio y a extenderse.
Indocumentados, pero distintos
Y es aquí donde comienzan las diferencias con Nicaragua.
El periodista e investigador Steven Dudley, uno de los directores del sitio de internet InSight Crime,
que le hace seguimiento al crimen organizado en Latinoamérica y el
Caribe, dice a BBC Mundo que uno de los factores fue el tratamiento que
en Estados Unidos se dio a los inmigrantes nicaragüenses.
"Durante los años
'80 no se le dio una recepción similar a los refugiados que venían de
diferentes países centroamericanos. A los nicaragüenses se les dio la
bienvenida, mientras que de Costa Rica y Panamá no llegaron demasiados".
A
los salvadoreños -en especial-, pero también a hondueños y
guatemaltecos, desde el principio se les consideró como "indeseables".
"Eso hizo que muchos terminaran en la cárcel o involucrados con bandas", agrega Dudley a BBC Mundo.
Y la razón por la que los inmigrantes de Nicaragua -así fueran indocumentados- eran bienvenidos fue puramente política:
Como
el gobierno de su país (al igual que el de Cuba), era considerado
enemigo de Estados Unidos -los sandinistas estaban en el poder y la
administración del entonces presidente estadounidense Ronald Reagan
apoyaba a los rebeldes antisandinistas conocidos como Contras-, los
emigrantes nicaragüenses eran vistos como personas que escapaban del
régimen y por eso recibían asilo político.
Aunque las deportaciones de centroamericanos empezaron en los 90', continuaron con fuerza durante la década de 2000.
En su artículo Gangs, deportation and violence in Central America,
Dudley revela que "entre 2001 y 2010 Estados Unidos deportó a 129.726
criminales convictos a Centroamérica, más del 90% al 'Triángulo del
Norte'. Sólo Honduras -un país con población similar a la de Haití-
recibió 44.042 deportados en ese período".
"Las cifras son
apabullantes" dice Dudley a BBC Mundo. "Casi cualquier país habría
hallado difícil lidiar con esas cantidades. Además, la información que
debería pasarse entre gobiernos cuando ocurre una deportación de
criminales, no se intercambió".
Resultado:
los gobiernos centroamericanos quedaron con un número enorme de
criminales en sus manos y sin ninguna información sobre sus
expedientes, ni siquiera a qué pandilla pertenecían.
La razón social
Francisco
Bautista Lara -uno de los fundadores de la Policía en la Nicaragua
postsomocista y exsubdirector y excomisionado de la misma- está de
acuerdo en que el tratamiento diferente a sus compatriotas por parte de
EE.UU. contribuyó a que las maras no encontraran terreno abonado en su
país.
Pero cree que hay algo igual -o más-
importante: los cambios sociales e institucionales generados en
Nicaragua después de la revolución de 1979 que llevó al poder a los
sandinistas.
"Si Nicaragua tiene niveles de
desarrollo humano y de fragilidad institucional parecidos a los del
norte de Centroamérica y también tuvo un conflicto armado, ¿por qué sus
cifras delictivas se parecen más a las del sur?".
La
razón, repite a BBC Mundo, está en que "la revolución creó
instituciones distintas a las que continuaron existiendo en los países
vecinos".
Agrega que también hay factores
culturales: "Yo diría que Nicaragua y sus ciudades son grandes pueblos,
donde todo mundo se conoce y la confianza interpersonal no se ha
perdido, como sí sucedió en otros países de la región. Al contrario, la
revolución del 79 fortaleció mecanismos de participación".
Más deportados que en Centroamérica
A
pesar de las enormes cifras de deportaciones de EE.UU. a Centroamérica
que cita Steven Dudley, las que se han realizado hacia México son mucho
mayores.
"Entre 2001 y 2010, Estados Unidos deportó 779.968 criminales a México", afirma Dudley en su artículo Gangs, deportation and violence in Central America.
Steven
Dudley también destaca cómo el gobierno de Nicaragua, a diferencia de
otros en la región, trabaja más desde las bases hacia arriba.
Esto
convirtió a la sociedad nicaragüense en una intrincada malla de
relaciones y solidaridad que le fue imposible penetrar a las maras.
Y
en medio del panorama desolador que se observa en los países del norte
de América Central, Bautista Lara -quien ahora se desempeña como
consejero regional de organismos como el Programa de Naciones Unidas
para el Desarrollo (PNUD)- ve luces de esperanza: luego de un máximo de
18.000 casos en 2010, los homicidios han venido disminuyendo.
Además
están las negociaciones con las maras en El Salvador y Honduras. Todo
esto, piensa Bautista, muestra que las pandillas están pasando por una
fase de agotamiento natural, "de un proceso de descomposición que ha
llegado a los límites tolerables". Por eso cree que si los gobiernos
actúan con responsabilidad, puede lograrse la desintegración de las
maras.
Ningún organismo social vive para siempre. Ni siquiera la temible marabunta.
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