Margarita Carrera
Arabella Caputo, querida amiga, me envía, con frecuencia, excelentes comunicados dignos de dar a conocer a mis lectores. El siguiente trata sobre las tremendas e impactantes declaraciones de Luiz Inácio Lula Da Silva, expresidente de Brasil, durante su visita a Colombia. El tema central fue “los ricos también se benefician cuando los pobres dejan de serlo”. Relata cómo el primer día de su gestión reunió a todos sus ministros y los llevó en avión a los lugares más pobres del país.
“Quería que el presidente del Banco Central o su ministro de Hacienda vieran a ese país que no se queja, que no hace manifestaciones, que está ahí y que es real y verdadero”. “Da Silva conocía muy bien esos sectores. Salió de una de esas zonas donde es común que los niños vayan a la cama sin comer o pasen un domingo sin almuerzo. —Conocí el pan por primera vez a los 7 años— recordó el mandatario. Hasta esa edad, el café que me tomaba por la mañana era con harina de yuca. Sé qué es la desesperación de una madre que está delante de un fogón sin gas y sin lo más elemental para hacer una comida para sus hijos”.
Cuando visitó Colombia, Lula Da Silva compartió no solo su experiencia de vida de cuando era joven, sino los resultados de su política social que hizo el milagro de sacar a miles de brasileños de la pobreza y reducir grandemente los niveles de desnutrición, así como la desescolarización de niños y jóvenes de su país.
Si bien Brasil es una de las 10 economías más poderosas del mundo, esto para Lula no tiene mayor importancia si no existe democracia y política de distribución que ayuden al ser humano a vivir dignamente.
He aquí sus palabras: “Cuando empecé mi gobierno, el 10 por ciento de la población más rica cogía la mitad de dinero del país y le dejaba a los más pobres apenas el 10 por ciento”. Lo admirable es que Lula logró cambiar estas cifras, al aumentar el salario mínimo en un 62 por ciento en cinco años, a pesar de quienes le advertían que lo único que lograría sería el crecimiento de la inflación. “Y la inflación no aumentó”. Sin embargo, ahora se ufana de que esta sola decisión logró sacar a millones de brasileños de la pobreza. Todavía más: con la crisis del 2008, Brasil salió adelante gracias a esta población. “El consumo creció siete veces más sobre todo en los sectores del pueblo. Los pobres comenzaron a ser tratados como ciudadanos”.
Para lograr estos resultados, Lula da Silva llevó a cabo varias estrategias, una de ellas fue bancarizar a la población pobre. La segunda, no dejarles a intermediarios la administración ni la entrega de recursos públicos. La tercera, tener registros de calidad y hacer seguimiento a los programas y beneficiarios.
Equipos del Gobierno viajaron a lugares remotos en donde encontraron habitantes que ni siquiera tenían actas de nacimiento; eran ciudadanos que no existían. Ahora son beneficiarios del programa “bolsa familia”, que entrega tarjetas a las mujeres del hogar para que tengan dinero para alimentar y educar a su familia. “Son 13 millones de tarjetas. Las personas van al banco y no les deben favores a alcaldes ni a gobernadores ni al presidente.
Entre otras cosas, le decían a Lula que estaba desperdiciando el dinero, que creaba vagabundos que no trabajaban. Había quienes criticaban que los pobres compraran lápices o zapatos para los niños en vez de comida.
Combatir el hambre, una prioridad del gobierno de Lula da Silva. Hasta creó un ministerio dedicado exclusivamente para esta tarea. En seis años la desnutrición de Brasil se redujo un 73 por ciento y la mortalidad infantil en un 45 por ciento.
La garantía de una buena alimentación de la población debería ser la prioridad de todos los gobernantes y ciudadanos.
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