Carolina Escobar Sarti
Cara democracia, anhelada y costosa. La “Operación Libertad para Irak”, eufemismo utilizado para justificar una guerra impulsada en nombre de la democracia y la libertad, costó US$1 billón, suma que podría haber alimentado y educado a millones de niñas y niños en distintas regiones del planeta, allí sí, en nombre de su libertad. Un saldo también doloroso de esa guerra fueron los más de 70 mil soldados estadounidenses muertos y el millón de personas iraquíes fallecidas, a un ritmo de 120 diarias durante esos años.
Cara democracia, anhelada y costosa. La “Operación Libertad para Irak”, eufemismo utilizado para justificar una guerra impulsada en nombre de la democracia y la libertad, costó US$1 billón, suma que podría haber alimentado y educado a millones de niñas y niños en distintas regiones del planeta, allí sí, en nombre de su libertad. Un saldo también doloroso de esa guerra fueron los más de 70 mil soldados estadounidenses muertos y el millón de personas iraquíes fallecidas, a un ritmo de 120 diarias durante esos años.
No he contado a los heridos, a los discapacitados o a los excombatientes suicidas que, según una investigación realizada y transmitida por CBS, fueron seis mil 256 solo en el 2005, lo cual daría un promedio de 120 suicidios semanales. Por si necesitáramos saber más, la basura, producto de esa guerra, son más de mil 620 toneladas de residuos radioactivos que estallaron en territorio iraquí; algo así como si hubieran estallado 14 mil bombas como la de Hiroshima. Según el artículo donde leo todos estos datos (Rebelión/10-1-12), la tasa de malformaciones congénitas ya aumentó 600 veces y algunos científicos creen que allí hay suficiente material radioactivo como para matar a un tercio de la población mundial. La paradoja: el pretexto de la guerra fue ir tras armas de destrucción masiva que nunca fueron halladas en suelo iraquí, y dejar sembrado ese país de radioactividad.
Encima de todo, los dueños de la industria armamentista tienen tan metido el pie en la política estadounidense, que no solo ganan cuando favorecen la destrucción de escuelas, redes de agua y luz, carreteras, puentes y hospitales, entre otros, sino cuando reconstruyen los destrozos. No solo nadie les llama guerrilleros por destruir un puente, sino que en nombre de la cara —cara significa “querida” en italiano— democracia, arrasan con todo para volverlo a levantar. La reconstrucción de Irak ha sido valorada en US$100 mil millones y las seis empresas elegidas por el Ministerio de la Defensa de Estados Unidos para tal faena son todas estadounidenses, pero además, todas pertenecientes a reconocidos personajes de la vida política de ese país en algún momento de su historia.
Dan ganas de elevar la voz planetariamente y decir: ni una vida más por la guerra, ni una mentira más en nombre de la paz. Si esas guerras inventadas, esas reconstrucciones planificadas y democracias falseadas nacen de legados occidentales u orientales tan irracionales, violentos y poco humanos, me desbautizo de cualquiera de esas u otras identidades parecidas y me nombro simplemente universal y latinoamericana. Pienso si ahora que los buitres del narcotráfico han elegido a esta región del mundo para anidar, los otros buitres, esos de la guerra, no querrán hacer resurgir el fantasma de la guerra por aquí. De la “a” a los zetas hay múltiples motivos que podrían convocar a los dueños de las armas a volver su mirada a nuestro territorio, y hasta podrían inventar que todo lo hacen por nuestro bien y, por supuesto, en nombre de la libertad y la democracia.
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