1789-1791. Dado que los esclavos negros no son incluidos en la solemne proclamación de los Derechos del Hombre, los colonos blancos y mulatos ricos se adhieren a la revolución y libran una lucha a muerte por el poder de la colonia.
1792-1799. Los girondinos decretan la igualdad entre mulatos, negros libres y colonos blancos (marzo, 1792). De los esclavos, nada. Pero en agosto cambia la relación de fuerzas de la Asamblea, y los jacobinos rayan la cancha: inicio de la república, fin de la monarquía y decapitación del ciudadano Luis Capeto (Luis XVI).
En julio de 1793, frente al peligro de perder la colonia a manos de Inglaterra, los delegados de Robespierre proclaman la abolición de la esclavitud. Hecho que París formalizará recién en febrero de 1794, pues la burguesía revolucionaria no concebía la idea de liberar a los esclavos. Es el momento que en la novela de Alejo Carpentier, El Siglo de las Luces (1962), un personaje dice a otro (francés): Los negros no los esperaron a ustedes para proclamarse libres un número incalculable de veces
.
Sigamos con Queimada. El negro carga con las maletas del agente inglés, y ambos entablan amistad. El inglés propone robar el oro depositado en un banco de la colonia. Se roban el oro y la banda es perseguida por las tropas coloniales. Luego, el agente propone el asalto al palacio. El golpe es exitoso y ahí empiezan los problemas verdaderos.
Convertido en líder, el negro preside un gabinete que el inglés ha integrado con los colonos que vivían de la esclavitud. El negro entiende la lengua de sus antiguos amos, pero nada del lenguaje leguleyo, nada. Se pelea con el inglés, abandona el poder y se larga al monte. El inglés concluye su tarea y, en el muelle, otro negro se le acerca: Señor… ¿desea que cargue con sus maletas?
La paradoja es implícita: si Francia desea retener la colonia, debe apoyarse en los mulatos y los negros libres, pues los colonos blancos ya no responden a ninguna de las facciones revolucionarias, sino a las potencias enemigas de Francia, en cuya victoria confían.
Años después, el inglés regresa a la isla representando a una poderosa compañía azucarera. Misión: acabar con el ejército del negro, para lo cual propone a los blancos la ayuda de las tropas británicas. El líder rebelde es capturado y, en víspera de su ejecución, acosado por los remordimientos, el inglés decide liberarlo del cautiverio. El negro se rehúsa. Que su muerte sirva de ejemplo para que otros continúen la lucha.
Sin entender nada, el inglés emprende el camino de regreso a la civilización
. Y en los muelles, otro negro le ofrece cargar con sus maletas. El agente sonríe con ironía y tristeza. Pero en el instante en que se agacha para dejar las maletas, el negro le asesta una puñalada mortal. La lucha apenas empieza.
Con Toussaint Louverture, los esclavos consiguen estrategia, disciplina y conducción. En sendas batallas que la historia universal
continúa escamoteando, los negros de Louverture y Jean Jacques Dessalines derrotan a los ejércitos invasores de Inglaterra y España. En tanto, Napoleón da su famoso golpe de Estado y disuelve el Directorio (1799).
1800-1804. Louverture anuncia que el país se independiza para siempre de Francia y dicta la primera Constitución (1801). Desesperado, Napoleón restablece la esclavitud (1802) y envía a la isla la poderosa flota con 30 mil soldados profesionales que Dessalines y Alexander Petion derrotan el 12 de noviembre de 1803 (batalla de Vertieres).
Napoleón exclama: ¡Maldito azúcar, maldito café, malditas colonias!
No sólo eso. Para afrontar los costos de la aventura militar en el Caribe, Francia se ve obligada a vender la Luisiana a Estados Unidos. El primero de enero de 1804 Haití proclama la independencia total. Y los negros anuncian el fin de las pretensiones imperiales de Francia en América.
Humillación que París jamás perdonará. Desde entonces, todos los gobiernos y repúblicas democráticas
de Francia (y casi todos sus intelectuales avant la lettre) practican frente al drama de Haití una indiferencia y una crueldad diplomática tanto o más refinada que sus aromas de laboratorio.
En Historia contemporánea de América Latina” (Alianza, 1970, 548 páginas, libro de texto en universidades de América Latina y Europa) el argentino Tulio Halperin Donghi dedica sólo tres líneas y media a la revolución de Haití (p. 88). Y en las 435 de El espejo enterrado (FCE, 1992, con varias reimpresiones y millares de copias), Carlos Fuentes logra una síntesis mayor: una línea y media (p. 208).
El gran poeta de Martinica Aimé Cesaire apuntó en Discurso sobre el colonialismo (1955) que no se trata de desconocimiento, sino de “… conocimiento que filtra. Y el filtro sólo deja pasar aquello que sirve para cebar la buena conciencia burguesa”.
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