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viernes, 23 de abril de 2010

El pretexto climático 1/3


1970-1982: La ecología de guerra
por Thierry Meyssan

El discurso ambientalista apareció en la escena política internacional a principios de los años 1980. Esencialmente positivo, rápidamente se convirtió en atributo indispensable del poder legítimo. Los más importantes jefes de Estado o de gobierno lo han hecho suyo en algún momento de sus carreras. Las transnacionales más contaminadoras han financiado abundantemente los órganos de la ONU vinculados a la protección del medio ambiente. En este artículo, que presentamos en 3 partes y que no será probablemente del agrado de los ecologistas ni de sus adversarios, Thierry Meyssan hace un recuento de la perturbadora historia de la retórica ambientalista, que a menudo ha servido para manipular las buenas intenciones o el miedo al futuro como medio de justificar polémicas decisiones militares o económicas.

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El presidente Gerald Ford, el secretario de Estado Henry Kissinger y el consejero para la seguridad nacional Brent Scowcroft. Después de haber estudiado las consecuencias del calentamiento climático, los tres decidieron, a finales de 1974, que Estados Unidos tenía que hacer de la reducción de la población mundial uno de sus objetivos estratégicos.

El presidente Gerald Ford, el secretario de Estado Henry Kissinger y el consejero para la seguridad nacional Brent Scowcroft. Después de haber estudiado las consecuencias del calentamiento climático, los tres decidieron, a finales de 1974, que Estados Unidos tenía que hacer de la reducción de la población mundial uno de sus objetivos estratégicos.

La conferencia de Copenhague sobre el medio ambiente fue el ejemplo por excelencia del abismo que existe entre la realidad de este tipo de evento y la imagen de él que nos ofrecen los medios.

Antes de la conferencia, numerosas personalidades aseguraban que el mundo se iba a acabar al día siguiente si no se hacía algo y calificaban la cumbre de «última oportunidad para la humanidad». Pero cuando ese encuentro se terminó sin alcanzar un acuerdo de obligatorio cumplimiento, esas mismas personalidades aseguraron que la situación no era tan grave, que se alcanzaría el acuerdo en futuros encuentros y que la Apocalipsis podía esperar un poco más.
Los principales medios de difusión ni siquiera dieran explicación alguna sobre el brusco viraje. Simplemente, pasaron la página.

Para entender lo que realmente sucedió en Copenhague y lo que realmente está en juego cuando se habla de la «amenaza climática» es necesario mirar hacia atrás y pasar en revista todo el proceso que dio como resultado el surgimiento de esta nueva ideología y desembocó en el show de Copenhague.
Nuestro objetivo no es abordar aquí las consecuencias de los cambios climáticos, que durante siglos han llevado a los hombres a desplazarse de una región a otra, ni predecir los próximos cambios climáticos y las migraciones que han de provocar.

Concentraremos nuestra atención en otro aspecto del asunto:
¿Cómo es que los eslóganes de unos se transforman en mentiras que todos compartimos?
¿Cómo se usa la supuesta ciencia para disimular la manipulación política?
Y finalmente, ¿cómo pueden derrumbarse de pronto los falsos consensos?

A lo largo de 40 años, las cuestiones vinculadas al medio ambiente han sido manipuladas con los más diversos fines políticos por Richard Nixon, Henry Kissinger, Margaret Thatcher, Jacques Chirac y Barack Obama.
Ninguno de esos líderes creía que los cambios climáticos son imputables a la actividad humana. Si aceptaban esa premisa era en función de otros intereses. Veamos la historia de la ecología como área de enfrentamiento de las grandes potencias.

El día de la Tierra

Todo comienza en 1969. El militante pacifista estadounidense John McConnell propone a la UNESCO la proclamación de un «Día de la Tierra» que debe celebrarse durante el equinoccio de primavera y en forma de día feriado mundial, para fortalecer el espíritu de unidad entre todos los seres humanos a través de todo el planeta.

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U-Thant, secretario general de la ONU proclama el «Día de la Tierra» como forma de protesta contra la guerra de Vietnam (a sus espaldas, la campana japonesa de la paz, durante la primera celebración).

Su sueño obtiene el apoyo del secretario general de la ONU, U-Thant, quien lo ve como una nueva oportunidad de expresar su oposición a la guerra de Vietnam. Para el diplomático birmano, al igual que para muchos asiáticos, el respeto por el medio ambiente es indisociable del respeto por la vida humana y forma parte de una búsqueda de la armonía que debe poner fin a las guerras. U-Thant implanta el «Día», pero ningún Estado sigue su recomendación.
El secretario general de la ONU organiza de todas formas una pequeña ceremonia en la que hace sonar la campana japonesa de la paz en el palacio de cristal y declara: «Que sólo haya en el futuro días de paz y alegría para nuestra nave espacial Tierra, que sigue viajando y rotando en el frío espacio con su cálida y frágil carga de vida.» [1]

No se registra entonces ninguna reacción directa por parte de Washington.

Sin conexión aparente con lo anterior, Gaylord Nelson, senador por el Estado de Wisconsin, propone aplicar las técnicas de movilización de la izquierda estadounidense contra la guerra de Vietnam a las cuestiones medioambientales estadounidenses. Y proclama el miércoles 22 de abril de 1970 como… «Día de la Tierra» [2].

Siendo Nelson miembro del partido demócrata, nadie denuncia la manipulación. Por el contrario, la prensa dominante se hace eco de su llamado y le aporta su apoyo.
El New York Times expresa su regocijo: «La creciente preocupación ante la crisis medioambiental recorre las universidades del país con una intensidad que, de mantenerse, pudiera llegar a eclipsar el descontento estudiantil contra la guerra de Vietnam» [3].

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La versión estadounidense del «Día de la Tierra» permite a la clase dirigente desviar de su objetivo a los militantes que se oponían a la guerra estadounidense contra Vietnam. La imagen muestra la primera plana del Daily News en Nueva York.

Más de 20 millones de estadounidenses participan en el evento, que consiste ante todo en limpiar ciudades y zonas rurales de los desechos amontonados. Para el presidente Richard Nixon y su omnipresente consejero Henry Kissinger se trata de un éxito inesperado.

Se demuestra así que es posible crear un movimiento diversionista capaz de competir con el movimiento antibelicista y de desviar la energía de los manifestantes hacia otros combates. La ecología tiene que apoderarse del lugar que ocupan el pacifismo y el tercermundismo.
Esta versión estadounidense del «Día de la Tierra» logrará reemplazar exitosamente a la celebración que proponía la ONU.
El senador Nelson exhorta a los manifestantes a declarar «la guerra por el medio ambiente» (sic) [4].

Bajo su influencia personal, las asociaciones estudiantiles demandan un cambio en las prioridades del momento y que una parte de los presupuestos destinados a la Defensa se transfiera a la protección del medio ambiente. Al hacerlo están renunciando, en particular, a la condena de la guerra de Vietnam y a la condena del imperialismo en general. [5]

Rápidamente, los republicanos logran imponer varias leyes sobre la calidad del aire y del agua, así como otras a favor del desarrollo de los parques naturales y de la protección del patrimonio natural. El presidente Richard Nixon crea una Agencia Federal de Protección del Medio Ambiente (US EPA, siglas en inglés), mientras que 42 Estados de la Unión institucionalizan la celebración anual del «Día de la Tierra».

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En ocasión del primer «Día de la Tierra» (Denver, 22 de abril de 1970), el senador estadounidense Gaylord Nelson lanza un llamado a declarar «la guerra por el medio ambiente». A sus espaldas, la bandera del movimiento diseñada por Ron Cobb en base a la bandera de los Estados Unidos. En lugar de las estrellas aparece un símbolo que conjuga las letras E y O, haciendo así referencia a una Organización del Medio Ambiente. Se exhorta a la juventud a asumir la defensa de esta bandera, en vez de quemar la bandera de las barras y las estrellas.

La ecología se convierte, en lo adelante, en una «preocupación» de Washington y requiere por lo tanto un tratamiento especial en el plano internacional, sobre todo con vistas a neutralizar el movimiento antibelicista en el resto del mundo.

1972: Estocolmo, la primera «Cumbre de la Tierra» y el Club de Roma

En 1972, la ONU organiza en Estocolmo su primera conferencia sobre el medio ambiente humano, posteriormente conocida como la primera «Cumbre de la Tierra» [6].
El canadiense Maurice Strong es designado para ocupar el puesto de secretario general de la conferencia, responsable de los trabajos preparatorios.

Este alto funcionario dirigía la Agencia canadiense de Desarrollo Internacional [7], administración hermana de la USAID y que, al igual que esta última, sirve de pantalla a la CIA [8].

sigue acá....


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