Organizaciones Internacionales
(I): Los comienzos
Por Jorge Gómez Barata
La idea de crear una organización que agrupe a los gobiernos de los países de América Latina y el Caribe, recientemente aprobada en la Cumbre de la Unidad Latinoamericana efectuada en la Riviera Maya, tiene antecedentes que se remontan a los inicios de la lucha por la independencia de Sudamérica y se suma a una tendencia que ha prosperado en los últimos cien años.
Aunque las concertaciones de alcoba, matrimonios de conveniencia entre las familias reales y entendimientos de diferente naturaleza y alcance son conocidas desde la antigüedad y existen evidencias de pactos y alianzas políticas, militares y comerciales, la formación de grandes organizaciones internacionales de diferentes perfiles es un fenómeno reciente.
Si bien originalmente se trató de entidades exclusivamente estatales destinadas a evitar la guerra y preservar la paz, facilitar el comercio y concertar políticas, en el último medio siglo han surgido decenas de entidades privadas de carácter internacional, unas derivadas de necesidades reales de una sociedad civil mundial que madura pareja a los procesos de globalización y otras por intereses de determinados países o grupos de ellos.
Del mismo modo, con perfiles mejor definidos, en la posguerra se formaron grandes bloques militares, que como la OTAN actualmente y en su tiempo el Tratado de Varsovia, han tenido una enorme relevancia internacional; lo mismo ha ocurrido con entidades enfocadas en la lucha contra el colonialismo y el imperialismo, entre las cuales tiene especial repercusión el Movimiento de Países No Alineados.
En todos esos procesos hubo concertaciones que como el eje Berlín- Roma-Tokio, basados en aberrantes filosofías racistas y militaristas se crearon para la promoción de la guerra, la violencia y la agresión.
Independientemente de que en todos esos procesos han intervenido de manera relevante los liderazgos y las hegemonías, al responder a necesidades objetivas de la sociedad, el surgimiento de grandes organizaciones internacionales no han sido cometidos excepcionalmente difíciles.
En medio de las complejas circunstancias geopolíticas que motivaron y acompañaron a la Primera Guerra Mundial, el presidente norteamericano Woodrow Wilson, utilizando la enorme influencia internacional alcanzada por los Estados Unidos concibió e impulsó la creación de la Sociedad de Naciones, primer esfuerzo por dotar a la sociedad internacional de entonces de un sistema de seguridad colectiva, que fuera capaz de evitar la guerra entre las grandes potencias.
Para alcanzar sus propósitos, en 1917, en medio de la primera Guerra Mundial, Wilson puso en circulación la idea de abrir negociaciones para alcanzar una “Paz sin victorias”, cosa que no funcionó. Quizás Alemania hizo una lectura errónea de posición norteamericana de no intervenir en el conflicto e incrementó los ataques submarinos a los buques estadounidenses en el Atlántico. El 2 de abril aquel año, el Congreso le declaró la guerra.
De modo simultáneo Estados Unidos puso en marcha una intervención militar abrumadora que involucró a más de cuatro millones de efectivos, dos de ellos combatientes, puso su gigantesca economía en estado de guerra y expuso un programa de paz basado en los famosos 14 puntos del presidente Wilson, que fueron a la vez la base del Tratado de Versalles y de los estatutos de la Sociedad de Naciones; a tenor con ellos en noviembre de 1918 Alemania levantó bandera blanca y se puso fin a la Primera Guerra Mundial.
Con su actuación, Wilson sacó a los Estados Unidos del cómodo aislamiento que disfrutaba detrás de la barrera atlántica, los mezcló en un sangriento conflicto de naturaleza mezquinamente imperial y que costó la vida a casi 130 mil de sus jóvenes. De ese modo la potencia emergente abandonó el perfil de una democracia que había fascinado al mundo para convertirse en un imperio de nuevo tipo.
En aquellas complejas y contradictorias circunstancias, cuando se hundieron los imperios austro-húngaro, otomano y ruso y debutó el estadounidense, el Senado americano dio la espalda a la idea de una organización mundial. Paradójicamente, Estados Unidos que inventó la Sociedad de Naciones, nunca perteneció a ella.
No obstante, el poder presidencial norteamericano era tan grande que la organización sobrevivió al veto del Congreso y siguió adelante. Su fracaso no se debió a un asunto de procedimiento sino a su incapacidad para impedir la II Guerra Mundial.
El fracaso de la Sociedad de Naciones se debió a que no se dotó de una adecuada base jurídica y no logró crear instrumentos que le permitieran adoptar decisiones vinculantes y estar en capacidad de hacerlas cumplir. Tal vez el mundo estaba ya maduro para asimilar una entidad supranacional pero faltó el talento que aportó Franklin D. Roosevelt, creador de la ONU. Mañana les cuento otro capítulo.
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