Primera parte 1/3
El escudo de la invencibilidad
por Nicolas Ténèz
Resultado de la colaboración entre la industria militar de Estados Unidos y la de Israel, los escudos antimisiles deberían garantizar el dominio de esos dos países sobre el resto del mundo al proporcionarles la enorme ventaja que representa la posibilidad de golpear [atómicamente] al adversario sin temor a represalias. Treinta años más tarde, todo queda en mucho ruido y pocas nueces. Nada funciona como se esperaba. Eso sí, los gastos son exorbitantes.
En este primer artículo, Nicolas Teneze analiza las ideologías que han dejado su impronta en tales proyectos y pasa en revista la larga lista de armas imaginadas.
La Estrella de David (en hebreo מגן דוד, Magen David), también llamado escudo de David.
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Un enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia se está produciendo actualmente en torno al tema de la instalación de un sistema antibalístico [estadounidense] en Polonia y en la República Checa.
Oficialmente, el objetivo de dicho sistema sería contrarrestar una amenaza de potenciales enemigos, especialmente de parte de los enemigos provenientes del Gran Medio Oriente, a la cabeza de los cuales estaría Irán.
La defensa antimisiles constituye un objetivo que data de la aparición misma de los misiles balísticos y su finalidad es la de poder atacar sin tener que preocuparse por la lógica respuesta del enemigo, o sea modificar el equilibro del terror, lo cual implicaría al mismo tiempo reactivar la carrera armamentista con la eterna lucha entre la eficacia de la espada y la del escudo.
La defensa antimisiles modifica por lo tanto la regla del juego de manera tal que: «La guerra nuclear deja de ser guerra ya que elimina el principio agonal del duelo convirtiéndolo en asesinato de una víctima indefensa» (Poirier) [1]. Los más preocupados por la obtención del escudo antimisiles son, en primer lugar, los dos Grandes. Muchos ignoran sin embargo que Israel también ha tratado de alcanzarlo, tanto por razones de orden estratégico que por motivos culturales.
Aliados desde hace mucho tiempo, Estados Unidos e Israel, que enfrentan las mismas amenazas, han desarrollado juntos varios programas antimisiles. Los dos manifiestan un apego de orden cultural a la integridad de su territorio (seguridad absoluta, mito de la inviolabilidad de las fronteras física y tecnológica, superioridad tecnológica), convencidos de que los tratados internacionales y bilaterales y las diferentes manifestaciones de la disuasión no son lo suficientemente eficaces.
La intercepción de un misil es algo complejo. En 1999, un informe oficial estadounidense indicaba que, debido a la curvatura terrestre, la detección por radar de un misil del tipo crucero sólo era posible a menos de 32 kilómetros del punto de impacto, lo cual reduce en la misma proporción la capacidad de reacción, de decisión, de precisión y, por consiguiente, la eficacia de todo el proceso.
Como señaló Barack Obama en su discurso de Praga [2], las recientes críticas contra los escudos antimisiles fueron motivadas, en primer lugar, por su elevado costo y su poca eficacia, así como por su inadecuación.
En momentos en que se retoman los proyectos de escudo antimisiles para satisfacer a los grupos de presión del complejo militaro-industrial, aunque con fuertes reducciones, la administración estadounidense expresa públicamente sus dudas en cuanto a sus posibilidades de concretización y hasta el interés mismo de interceptar misiles balísticos o de teatro [en referencia al teatro de operaciones. NdT.].
Para explicar esta contradicción es indispensable hacer un recuento cronológico crítico de los antimisiles que Estados Unidos e Israel han concebido de forma conjunta.
Enumeraremos primeramente las razones estratégicas y culturales que llevaron a la concepción de los escudos antimisiles en Estados Unidos y Europa. Explicaremos después el fracaso técnico y financiero de los programas MIM 104 Patriot/Arrow. Para terminar, demostraremos que esta tendencia se ha extendido a los antimisiles de energía dirigida (programa THEL/Nautilus), como resultado de su demostrada ineficacia en la intercepción de simples cohetes entre los años 2002 y 2009.
Los antimisiles o la reciprocidad de la disuasión
Estados Unidos financia la protección de Israel. Lo hace, por un lado, porque ambos Estados se aliaron contra la URSS y los aliados de aquel país, algunos de los cuales siguen representando una amenaza. Y, por otro lado, porque los posibles adversarios de Washington saben que para obtener algo basta con amenazar a Israel ya que Israel dispone de medios de presión en Estados Unidos y viceversa. Washington y Tel Aviv comparten la noción de homeland que, según explica Kim Holmes [3], es «moralmente justificable».
Tanto Estados Unidos como Israel se niegan a «entrar en el juego de la aceptación de la vulnerabilidad», tolerada únicamente por defecto ante la antigua URSS pero considerada como inaceptable ante los «pequeños países», en parte porque estos últimos pueden, según Washington y Tel Aviv, comportarse de forma irracional. Se considera inmoral que la estrategia del débil ante el fuerte permita que un «Estado renegado» infrinja el orden deseado por los cinco miembros permanentes [del Consejo de Seguridad] de la ONU.
En aquella época, en efecto, Oskar Morgenstern, creador de la «teoría de los juegos» que preconiza la ofensiva aplicada a la estrategia nuclear [4], encuentra la oposición de Bernard Brodie, quien estima que el principio de «Destrucción Mutua Asegurada» (MAD, en referencia a sus siglas en inglés) hace depender «la seguridad de Estados Unidos de la capacidad del Kremlin para mantenerse racional», lo cual considera «inaceptable» [5].
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Otros factores son el rechazo de la «fatalidad» y el «síndrome de Pearl Harbour», o sea el temor a un ataque sorpresivo contra la superpotencia acostumbrada a imponer su voluntad. Se trata de evitar que Washington y Tel Aviv respondan con armas de destrucción masiva (ADM) al uso de otras ADM.
Los defensores de ese argumento piensan que [un escudo antimisiles] permitiría reducir la cantidad de ojivas nucleares de los beneficiarios del escudo (o desproliferar, si se lleva dicha reflexión a su expresión más extrema) y recuperar una libertad de acción libre de consecuencias [6]. Se trata también de ofrecer una protección integral (full dimension) a la vez contra el terrorismo, contra la inmigración, contra los diferentes tipos de tráfico y contra las ADM.
Sin el escudo, la disuasión no sirve de nada. [El escudo] protege de la destrucción, pero también protege contra el miedo al golpe. En esto reside el otro aspecto de la disuasión, en la reciprocidad. «Puedo golpear sin temor a represalias».
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