En efecto, en primer lugar hay que tener en cuenta que ni los socialistas del PS ni los ecologistas dirigidos por Cohn-Bendit son de izquierda, es decir, alternativos al sistema. Esos partidos siguen sosteniendo políticas neoliberales y buscando mejorar levemente, en el campo social, un sistema que es causante de la crisis ambiental y de la crisis económica y de civilización, y que reproduce constantemente y agrava las desigualdades y el racismo. En segundo lugar, el crecimiento enorme de la abstención, que abarca más de la mitad del electorado, se debe sobre todo a la desilusión de los que antes votaron por Sarkozy pero no están dispuestos (sólo una minoría lo hizo) a votar por el Frente Nacional fascista y esperan aún candidatos y políticas capitalistas conservadoras que correspondan a su ideología y a las esperanzas de cambio dentro del capitalismo depositadas antes en el actual presidente. El golpe, por tanto, fue más para el mandatario que para la política sarkozista, que podría encontrar otra figura menos impopular.
Otra parte muy grande de quienes se abstuvieron odia, es cierto, los resultados cotidianos de las políticas capitalistas y no tiene ninguna confianza en las instituciones, pero su rabia es ciega, anárquica, y no busca ninguna alternativa al capitalismo.
En esa parte se integran los jóvenes hijos de inmigrantes árabes o africanos que cada tanto estallan en los suburbios sin proponer nada ni confiar en sindicatos, partidos, formas de organización tradicionales de la izquierda francesa, ni esperan nada tampoco de los que, como el Nuevo Partido Anticapitalista o el Frente de Izquierda, también rechazan el reformismo procapitalista y la burocratización de ese tipo de instituciones.
Entre los que se abstuvieron, por consiguiente, no están sólo los que repudian a Sarkozy y a la derecha o a las instituciones del sistema, incluyendo en éstas a los partidos de oposición de izquierda que aplicaron desde el gobierno políticas neoliberales. Están también, junto a una gran masa de despolitizados y desmoralizados, los que se oponen a la política en general cuando, como nunca, hay que recuperar lo político y la política para combatir las políticas capitalistas y el sistema mismo. La protesta ciega, sin alternativas, es siempre una poderosa fuerza conservadora.
Por eso, la victoria de la izquierda
es meramente electoral, volátil, y además, dado que quienes se abstuvieron son más que los que votaron y su abstención tiene las características antes analizadas, los resultados revelan una situación social peligrosa, abierta a toda clase de evoluciones, como indica el crecimiento del racismo y del Frente Nacional, en un extremo, pero también el esperanzador 19 por ciento de los votos obtenidos por la alianza entre el Frente de Izquierda y el Nuevo Partido Anticapitalista en el Limousin, frente a los socialistas mayoritarios.
Otra conclusión, ésta para la izquierda que sostiene ser anticapitalista, es que el sectarismo conduce al suicidio. La secta electoralista-obrerista de Arlette Laguillier apenas pasó del uno por ciento de los votos en una situación marcada por la crisis extrema. Y el NPA, creado por la ex Liga Comunista Revolucionaria, obtuvo más o menos los votos que ésta tenía e incluso menos que los logrados en sus mejores momentos, y el efecto Besancenot
–la promoción del joven cartero– no sacó al nuevo partido de los porcentajes ínfimos.
El primer balance del NPA nos habla de resultados decepcionantes
, lo que indica que las esperanzas eran grandes e infundadas. Desgraciadamente, ese balance no reflexiona sobre el sectarismo. Sin embargo, el NPA aliado con el Frente de Izquierdas en el Limousin no sólo consiguió ahí 19 por ciento de los votos, dando un eje a los votantes de izquierda sueltos que podrían haberse abstenido, sino que también estableció una alianza principista con el Partido Comunista local, que se negó a romper con el NPA, como pedía el PS, para entrar en el gobierno con los socialistas y los verdes.
Las elecciones regionales, evidentemente, no cambian la situación social, que no se modifica en las urnas, aunque el resultado de las mismas tenga un peso político y moral y sin duda influencie las elecciones regionales italianas próximas. Lo esencial siempre ha sido y es dar en la vida cotidiana y en la lucha, un eje a la izquierda difusa –que es mucho más amplia que el estrecho círculo de los revolucionarios anticapitalistas– para así infundir una nueva confianza en la lucha política a muchos de los jóvenes que se abstuvieron y a los desocupados, hoy desesperados, que llegan incluso al suicidio.
La movilización y politización del pueblo francés ha cerrado desde hace décadas a los sectores capitalistas la vía de una república parlamentaria y les ha hecho depender de una figura fuerte, una especie de Bonaparte, como De Gaulle, Mitterrand, el propio Chirac, que siempre fue más que un presidente. Ahora no tienen una personalidad de ese tipo y el cuerpo social vota NO a la Constitución europea o repudia al sarkozismo. Pero el estalinismo del Partido Comunista francés y la degeneración del Partido Socialista, así como el sectarismo de la extrema izquierda han impedido que los trabajadores y el pueblo se unan tras una alternativa al capitalismo. Se impone, pues, ahora una acción común, en las fábricas y localidades, entre los militantes de las diversas tendencias de izquierda (socialistas revolucionarios, comunistas, trotskistas, ecosocialistas) para construir una estrecha colaboración en torno a propuestas y políticas concretas, que formen parte de un programa anticapitalista contra la crisis para politizar a los jóvenes que hoy carecen de perspectivas. El balance del sectarismo y de las ilusiones es, para esto, condición indispensable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario