ALEPH
Ni se inmutan cuando, al- rededor del cadáver número 11 del día, se reúnen varios niños y niñas de una colonia popular a ver la sangre que corre debajo del cuerpo sin vida, mientras la música de fondo no es otra que el llanto de los familiares más cercanos y la de las voces que narran con toda crudeza las versiones del asesinato. No dicen nada cuando sus hijos e hijas se ven expuestos a la violencia televisiva que, de forma ininterrumpida, entra en todos los hogares, sin que los padres y madres alcancen a medir el sutil impacto de este bombardeo en las mentes de sus hijos. Y, por supuesto, es "normal" que vean pistolas por todos lados, comenzando por las de sus padres y guardaespaldas.
Pero resulta que, desde los supuestos valores de una moral puritana, gritan inmediatamente "pornografía" cuando un maestro expone a sus inocentes criaturas a leer un libro incluido en la lista de los prohibidos desde cualquier dogma; pornografía cuando aparece un cuerpo desnudo en una obra de teatro o cuando un programa en la radio habla de temas tabú. Por supuesto, no están solos. Aquellos que aseguran que los límites de un país o de una ciudad son geográficos, se olvidan de que la familia, la escuela, la religión, los medios de comunicación y demás instituciones tradicionales están allí para asegurar por los cuatro costados ese orden. Leer mas
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