La preocupación del
gobierno y la sociedad mexicana por Trump seguirá siendo incompleta si
se limita a la paridad peso-dólar, tratado de libre comercio, muro
fronterizo y eventual deportación de cientos de miles de mexicanos. Nos
es vital tener en cuenta, además, varias lecciones que ya se perfilan en
el terreno cultural-educativo.
La primera consiste en constatar
que estamos frente a un proceso cultural muy profundo. No es casual la
irrupción triunfante de un discurso tan insólitamente burdo y agresivo
como el de Trump y, peor aún, tampoco que pueda ser retomado y premiado
con el nivel más alto de confianza –la Presidencia– que un país puede
dar a un individuo. Que se encumbre a un personaje que se enorgullece de
meter la mano en la entrepierna a las mujeres, que estereotipa e
insulta a los mexicanos, que actúa como un perdonavidas arrogante que
desprecia la historia de luchas de las minorías, no es un accidente;
expresa una arraigada cultura machista y xenófoba que se está
fortaleciendo en Estados Unidos y en otros países como parte del avance
de la derecha y consecuencia del despojo que para muchos implicó la
llegada de la avalancha neoliberal.
La segunda es que esa
expresión cultural no es fruto de la desinformación o ignorancia.
Estados Unidos es un país donde lo que menos ha faltado es escolaridad:
nueve de cada diez adultos cuenta por lo menos con educación media
superior; en México, poco más de tres (ver www.oecdbetterlifeindex.org).
Tiene un poderoso sistema público-privado de ciencia y tecnología,
prestigiadas universidades, centros de investigación social, artistas,
escritores, agudos intelectuales.
La tercera, derivada de la
anterior, es que se trata de un fenómeno cultural que claramente muestra
los límites de la tesis de que la escuela civiliza. Nos muestra que la
escolaridad no necesariamente significa educación en sentido amplio ni
menos y automáticamente civilidad. Sobre todo ahora que la educación ha
sido despojada de su sentido humanista y concebida como mera transmisión
de conocimiento, o simple entrenamiento. Si hasta en el adiestramiento
de animales la relación afectuosa e integral con el humano tiene un
impacto importante, con mayor razón, entre humanos. Aprender a usar el
lápiz o a realizar una sofisticada investigación puede ser también, si
se quiere, una manera de aprender a ser humano, social, tolerante,
respetuoso y solidario; precisamente todo lo que al nuevo modelo
educativo en boga no le interesa y lo que a Trump tanta falta le hace.
La
cuarta lección consiste en reconocer el enorme poder de las raíces
culturales en los grupos sociales y, por lo tanto, la urgencia e
importancia de repensar la educación. La elección de Trump y su fobia
contra México no se explica sin esa parte de la cultura nacional
estadunidense que es sumamente agresiva y belicosa (contra México de
1799 a 1918, por ejemplo, hubo más de 250 invasiones, agravios, despojos
por parte de Estados Unidos, como recopila García Cantú). Cultura
impulsada por la noción implícita, pero aún fuerte del destino
manifiesto y de la supremacía sobre otros pueblos (sobre todo
latinoamericanos, islámicos y africanos). Una cultura que por nada mata
afroamericanos en las calles y que ha sido la educación profunda de
generación tras generación de hombres y mujeres. Para México, la gran
lección es la necesidad de anticipar. Porque desde hace décadas, acá se
construye una convergencia cultural distinta a la estadunidense, aunque
no menos preocupante. Por una parte, la guerra al narcotráfico, la
presencia extensa y preponderante del Ejército en las calles, los
tiroteos, las desapariciones masivas, las innumerables muertes
violentas, la corrupción galopante y desenfrenada de funcionarios
públicos, la narco cultura cada vez más difusa y, por otra, la marea
neoliberal del gane gane, que juntas están arrasando y despojando de
tierras y recursos a la otra gran base cultural –la comunitaria y
familiar– que durante siglos ha sido la fortaleza de este país. Esta
combinación es preocupante, además, por lo que está pasando en la
escuela: en lugar de generar dispositivos que permitan a niños y jóvenes
identificar y mirar críticamente esta confrontación de culturas y armar
alternativas locales y nacionales, lo que tenemos es una reforma
educativa que reproduce en la escuela lo que ocurre fuera de ella al
abonar a la cultura persecutoria y agresiva yendo contra los maestros,
estudiantes y jóvenes que buscan un lugar en la universidad.
Finalmente,
nosotros, como nuestros vecinos, necesitamos construir una reforma que
apunte a una educación crítica de fondo. Que al aprender ponga frente a
nosotros lo que somos social y culturalmente, y que eso nos permita
definir qué es lo que queremos ser con los otros. Para esta tarea se
necesita una experiencia escolar muy distinta a la que hoy tenemos:
libertaria, creadora de ciudadanos comprometidos a partir de su
participación en la conducción de su propia escuela y en la construcción
escolar que requieren para formarse como solidarios. Convertir la
información y el conocimiento en instrumentos tangibles de formación
crítica y de construcción de una nueva escuela, región y país. Esta será
nuestra mejor fortaleza para lo que viene.
Pd. Rechazamos la toma de la Escuela Florestan Fernandes de Brasil.
*Rector de la UACM
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