La Jornada
En términos de Estado,
gobierno, sistema político, condiciones de vida cotidiana, derechos y
servicios ¿hemos mejorado? La propaganda afirma que sí, el desarrollo
cuenta mucho. Si acaso disentimos ¿idealizamos nuestros pasados? ¿El
próximo, el remoto? Fueron tiempos injustos, corruptos, autoritarios,
represivos, machistas, antidemocráticos, manipuladores, y más atrás en
la historia, fanáticos, inquisitoriales, brutales. No nos gustaban, pero
teníamos el futuro por delante. Los sectores críticos demandaban
cambios y soportaron persecución, pero sólo después de 1968 se vuelve a
hablar de revolución armada. Los menos deciden hacerla aquí y ahora. Así
les va. Los más admiran las revoluciones ajenas (Cuba, Nicaragua) como
si fueran propias, pero piensan sólo en cambios graduales y se deslindan
de los revolucionarios locales, los tildan de delirantes, tontos o
malintencionados.
Queríamos una transformación democrática y liberadora de la vida
sindical. Vamos, había vida sindical. Queríamos la profundización de la
reforma agraria, la entrega de tierra a quien la trabaja, a quien la
heredó de sus ancestros, a quien la reclama con derechos de comunidad.
¡Había reforma agraria! Queríamos extender, pues existía, la educación
pública, gratuita, laica, nacional y de calidad; que la seguridad social
conquistada por los trabajadores fuera universal; que el fruto de
nuestros recursos beneficiara a los mexicanos en general, no a mexicanos
en particular: petróleo, electricidad, telefonía, territorio, industria
(el tan idealizado desarrollo).
Todo estaba en la letra constitucional. La Iglesia residía sanamente
en sus atrios, con la grey libre de practicar sus creencias sin
intervenir con ellas en la cosa pública; el intento cristero había
fracasado. Éramos uno de los pocos países que daban al Vaticano trato de
culto, no de Estado, pues la soberanía iba primero. Hasta que resultó
que lo
modernosería volver a la situación antigua, contando para ello con el papa Wojtila, intervencionista, intransigente y reaccionario.
Y así todo. Para atrás y rapidito. El ITAM al timón y los capitanes
en Washington. Vimos volver cosas canceladas por las luchas del pueblo
mexicano: la esclavitud, los latifundios, las encomiendas, los patrones
extranjeros, la tierra arrasada, el derecho de pernada, las masacres de
gente pobre, los impuestos criminales. Todo regresó
modernizado. Los recursos y la tierra son de quien pague, y puede hacer allí su rechingada gana sin que molesten autoridades ambientales, financieras ni laborales, y con las bandas criminales siempre hay modo de arreglarse.
Es la población lo que estorba, y lo primero es engatusarla.
Si no cae, ahuyentarla entonces, aterrorizarla, someterla o expulsarla
de su tierra tan reforma agraria, tan bonita clínica, tan buena el agua
entubada.
Todo por obedecer con entusiasmo suicida la tendencia mundial de
acanallamiento en las relaciones sociales del poder. En Estados Unidos y
Europa por la vía del racismo, la intolerancia post colonial y la
estupidez creciente de sus clases medias. En América Latina y Asía
Menor, por la creación de estados delincuenciales o rehenes del crimen
organizado y/o las grandes corporaciones depredadoras, al grado de ser
posibles presidentes como Temer en Brasil o Duterte en Filipinas; este
último, trumpiano confeso, aprueba la violación de mujeres, organiza escuadrones de la muerte y encomia a los civiles que asesinan
delincuentes.
Qué Estado no es hoy en mayor o menor medida
canalla, como decía Chomsky de Washington, mientras Bush-Clinton-Bush hablaban de
estados fallidos: Albania, Somalia, Yemen, Ruanda. Fallidos y canallas han ampliado sus listas. La podredumbre avanza ataviada de democracia y, en lugares como el nuestro, en medio de un baño de sangre.
La vida no vale si eres negro en Norteamérica, mujer o estudiante en
México, persona en Haití o Siria, indígena en Brasil, palestino en
Palestina, cristiano en Malí, chiíta en Irak. Políticos como Álvaro
Uribe en Colombia –belicista, paramilitar, racista y corrupto– van al
alza. El negocio de la guerra ignora leyes, códigos de honor, respeto a
lo humano. Desaparecen la justicia y la aceptación de las diferencias.
La extracción y la acumulación se comportan como si no tuvieran límite,
pero también a ellas el futuro se les acaba.
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